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"Los limites de lo físico" (1917) por Grace Andrus de Laguna

 LOS LÍMITES DE LO FÍSICO (1)

Grace Andrus de Laguna

 

Es una reflexión habitual que la dicotomía clásica de lo físico y lo psíquico es el resultado natural de esa visión del universo que tanto conmovió a la generación de Descartes y que ha aparecido tan grande en el horizonte de todos los pensadores filosóficos hasta nuestros días: la teoría mecánica del universo. Esta visión nació del descubrimiento, o más bien del aislamiento analítico por parte de la ciencia física, de clases de fenómenos de ocurrencia universal y de la descripción de éstos en términos universales. El comportamiento del cuerpo que cae, del péndulo que oscila uniformemente, de la bola elástica que rebota, es el mismo dondequiera que se observe. Y parece que no hay conjunto de cosas en el mundo, ninguna clase de acontecimientos, ningún rincón o rincón del universo que esté más allá del largo alcance de la ciencia física. Todo lo que existe u ocurre en cualquier lugar aparentemente cae dentro de uno o más de estos "casos" o universales de la ciencia física. No importa si esta visión del mundo toma la forma de una intrincada danza de átomos, o de infinitas transformaciones de energía, o de la interacción de centros de fuerza; Es la misma visión y sus consecuencias son idénticas.

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1.- Este artículo fue leído ante la Asociación Filosófica Americana en Nueva York, en diciembre de 1916. La escritora aprovecha con gusto la oportunidad de publicarlo aquí como muestra de su estima por el profesor Creighton, aunque lamenta que las circunstancias hayan hecho imposible preparar un artículo especial para este volumen.

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En todo caso, la dureza de la visión debe ser mitigada, y siempre se ha mitigado, y se mitiga, mediante la representación de lo psíquico como un reino antitético. El único límite ideal de lo físico siempre se ha buscado en su supuesto opuesto, lo psíquico. Quienes han aceptado la visión de un mecanismo universal han trazado junto al universo físico, o detrás de él, otro universo psíquico para completarlo. Quienes han aborrecido la visión y han defendido tenazmente hasta el final el pequeño dominio de los seres vivos como un reino donde las uniformidades físicas se interrumpen, han atribuido la interrupción a la presencia y el funcionamiento de un ser espiritual, pues incluso la fuerza vital es un impulso vagamente concebido, subconsciente, pero continuo con lo consciente.

 

Entre los pensadores modernos, la mayoría de los cuales, sobre bases epistemológicas de un tipo u otro, niegan la validez ontológica última de la distinción, la dicotomía entre lo físico y lo psíquico todavía persiste a pesar de su estatus modificado. Ninguna teoría epistemológica desde Locke ha aceptado el dualismo ontológico entre lo físico y lo psíquico. Ningún pensador cuidadoso de hoy consideraría el dualismo como una posible base para la investigación epistemológica. Como, entonces, el teórico epistemológico se ha convencido de que la distinción entre lo físico y lo psíquico no es ontológicamente última, ha dejado de preocuparle seriamente. Ha estado demasiado interesado en sus propias preocupaciones como para notar que la dicotomía todavía persiste, aunque con un estatus modificado. Que persiste lo demuestra el hecho de que ni los berkleyanos ni los idealistas absolutos ni siquiera los pragmáticos han logrado evitar o resolver la controversia clásica entre interaccionismo y paralelismo. Por lo menos, representantes destacados de las tres escuelas se han expresado sobre las cuestiones de esta controversia en términos que Descartes podría haber utilizado, y han defendido vigorosamente una u otra alternativa. No afirmaría que ninguno de estos sistemas filosóficos sea capaz de ofrecer una reformulación del problema en forma soluble; sólo señalaría como significativo que ningún intento de hacerlo ha encontrado una aceptación general, incluso dentro de su propia escuela.

 

Actualmente nos encontramos en medio de una nueva y amplia rebelión contra esta persistente antítesis. Pero es digno de notar que la mayoría de las formulaciones recientes de lo mental o lo psíquico lo han definido como aquello que no es físico o como una clase especial de lo físico. En una palabra, todavía estamos empeñados en la vieja empresa de describir lo mental en su relación con lo físico. El propio planteamiento del problema se basa en la presunción de que existe alguna conexión sistemática entre las dos clases de fenómenos. No discutiríamos la relación entre lo físico y lo psíquico si no supusiéramos que la distinción entre ellos es significativa y fructífera. Pero ¿está bien fundada esta suposición? ¿Cuál es su génesis y en qué consideraciones se basa?

 

Hemos observado que la formulación clásica del dualismo entre lo físico y lo psíquico era consecuencia de la concepción de las uniformidades físicas como universales. Como todo el mundo natural se concebía como un mundo físico, determinado en su totalidad por leyes mecánicas, se hizo imperativo relacionar lo mental con este mundo y tratar esta relación como definitiva. Por lo tanto, si queremos tener éxito en nuestra rebelión contra este dualismo, parecería al menos aconsejable examinar sus fundamentos históricos y lógicos.

 

Nuestra actitud actual hacia la teoría mecánica está marcada por dos tendencias aparentemente opuestas. La primera de ellas es una convicción generalizada y, me atrevo a pensar, creciente, de la equivocación de quienes señalan ciertos procesos y funciones orgánicos y dicen: "Son inexplicables en términos de la ciencia física y, por lo tanto, debemos recurrir a alguna hipótesis de otro tipo, una entelequia o alma". En el pasado, establecer límites específicos de ese tipo a las posibilidades del análisis físico ha demostrado ser una partida perdedora. Además, dudamos de la fecundidad de la explicación en términos de entelequias o almas. Podemos estar dispuestos a admitir que la explicación física de los procesos orgánicos y nerviosos implicará la modificación y el desarrollo de los conceptos y teorías de la propia ciencia física, de la misma manera que la extensión de la ciencia física a fenómenos periféricos ha implicado en el pasado una reorganización dentro de la ciencia. Pero por grande que resulte ser este desarrollo, será un desarrollo continuo de la ciencia, no en dirección a las entelequias y las almas. Soy muy consciente de que éste es un terreno discutible y quizá esta tendencia a desacreditar la empresa del vitalista y del animista esté menos extendida de lo que mis propias predilecciones me llevan a suponer.

 

Sea como fuere, tanto si creemos o no que los límites de la ciencia física se encuentran en ciertos procesos específicos de los organismos, todos creemos, al menos tácitamente, que existen límites a la extensión relevante y significativa de la descripción y explicación físicas. ¿Es el ejército alemán una entidad física? ¿Se podrá describir su futuro triunfo o derrota en términos de transformaciones de energía o recombinaciones químicas? O, si esa descripción es inadecuada, ¿se puede completar satisfactoriamente con descripciones de procesos psíquicos que tienen lugar en las mentes de oficiales y soldados? Por otra parte, ¿es el comercio de los Estados Unidos un fenómeno físico que se pueda describir como un conjunto de redistribuciones complejas en el tiempo y el espacio? ¿O son las leyes económicas que ejemplifica uniformidades físicas? O, si no, ¿se pueden describir como uniformidades psicológicas? En estos casos, y en muchos otros como éstos, hemos traspasado los límites legítimos de la ciencia física. Pero no es porque encontremos aquí excepciones a las leyes físicas, o una ruptura de la continuidad física que podamos atribuir a la operación de un factor mental. No, el límite real de lo físico no es lo psíquico, sino la irrelevancia esencial de las categorías físicas. Son fundamental y esencialmente inaplicables a una amplia gama de cosas y eventos de la vida común y de la ciencia. Y esto no debe atribuirse al estado relativamente subdesarrollado de las ciencias. Es una locura doctrinaria superada suponer que el desarrollo futuro de una ciencia como la economía, por ejemplo, dará como resultado la presentación de sus fenómenos y sus leyes como casos especiales de fenómenos físicos y leyes físicas. El desarrollo de la economía no va en esa dirección, como todos sabemos, ni ese resultado es un ideal real.

 

Pero reconocer que la aplicación fructífera y significativa de las categorías físicas es así limitada no es suficiente. La antigua pretensión de la teoría mecánica de suficiencia universal debe ser juzgada directamente. Debe demostrarse la fuente de lo que hemos llamado su inaplicabilidad fundamental y esencial. Porque la visión sigue siendo convincente, aunque la creamos ilusoria.

 

Si consideramos los acontecimientos que están teniendo lugar en el mundo en cualquier momento, desde un gran acontecimiento histórico, como el conflicto que se está desarrollando en Europa, hasta nuestras recientes elecciones nacionales, la propagación y desaparición de la parálisis infantil, o incluso la conversación de ayer con un amigo, todos estos acontecimientos parecen resumibles en hechos físicos. Incluso si se sostuviera que muchos, o incluso todos, de estos acontecimientos fueron el resultado de propósitos humanos, sin embargo, el propósito se manifestó, y podría haberse manifestado, sólo en hechos físicos. Podemos imaginarlos todos y concebirlos como completamente descriptibles hasta el último detalle, como redistribuciones de masa y transformaciones de energía. Además, estos hechos, todos y cada uno, tienen su lugar en un vasto complejo interconectado de tales procesos, que se extiende indefinidamente en el espacio y se remonta indefinidamente al pasado. A menos que supongamos que la continuidad se ha visto interrumpida por la acción de factores psíquicos, concebimos que cada elemento de estos acontecimientos, como el disparo de un proyectil desde una trinchera alemana o la caída de una papeleta marcada en la urna, ha sido determinado por condiciones físicas antecedentes. Así pues, nos encontramos envueltos en una aparente antinomia. Por una parte, parece imposible admitir que la explicación mecánica sea última o suficiente; por otra, parece imposible negarla. Tal vez nos ayude a escapar de esta confusión el tomar en consideración un ejemplo concreto, familiar y típico: la reciente victoria demócrata.

 

El acontecimiento particular que tuvo lugar el pasado mes de noviembre se puede descomponer en una vasta masa de acontecimientos, como la visita a las urnas de los electores en todo el país, la marcación de las papeletas, la posterior caída de las papeletas en las urnas, etc. Y cada uno de estos acontecimientos se puede dividir de manera similar, hasta que, como límite ideal, podemos concebir todo el grupo de acontecimientos que constituyeron la elección y la victoria demócrata como una multitud de redistribuciones de masa y transformaciones de energía. Se tiene en cuenta cada detalle, no se omite nada. De la misma manera, podemos concebir otros acontecimientos de la misma clase, las victorias demócratas de años anteriores, descritas en detalle como grupos de acontecimientos físicos.

 

Pero si ahora procedemos a cotejar y comparar estas descripciones de los casos particulares, con el fin de formular una descripción general, encontramos que no presentan ninguna identidad característica. Si no estuvieran ya dados como pertenecientes a la misma clase, nunca nos llevaríamos por nuestro análisis físico a clasificarlos juntos. Pero esto significa que el fenómeno "victoria democrática" no es un evento físico.

Tomemos una analogía muy simple. En un trozo de lienzo cuadriculado, como los que usaban nuestras bisabuelas para hacer muestrarios, se pueden bordar en punto de cruz todo tipo de figuras rellenando los cuadrados en filas según instrucciones. Se puede, por ejemplo, bordar una serie de figuras de perros de diferentes tipos y en diferentes poses. Cada una de esas figuras puede describirse como formada por cuadrados designados en filas designadas, y así se puede dar una fórmula matemática que servirá como descripción, o como regla para hacer tal figura. De manera similar, se puede describir así a cualquier perro que sea posible bordar. Pero si se nos pidiera que diéramos una fórmula para el perro en general, que sirviera como regla general para bordar perros, sencillamente no podríamos hacerlo. La propiedad común que tienen todas las figuras de perros no se encuentra en un análisis de estructura de este tipo, ya que está constituida por relaciones que no se pueden expresar en términos de cuadrados ordenados y numerados.

 

De la misma manera, lo que es común a todas las victorias democráticas no se muestra en un análisis de cada uno de esos acontecimientos en sus manifestaciones físicas. La ciencia física no proporciona principios de clasificación adecuados para la articulación de nuestro mundo.

 

Podemos entonces, al menos en parte, atribuir nuestras actitudes contradictorias hacia las afirmaciones de la teoría mecánica a la confusa suposición de que, puesto que cualquier cosa o acontecimiento particular puede describirse en términos físicos, la clase a la que pertenece también puede describirse de esa manera. En términos de lógica, el error consiste en no reconocer que lo que es cierto respecto de todos los miembros tomados distributivamente no es necesariamente cierto respecto de la clase como tal.

 

Pero surge inmediatamente otra cuestión: si toda cosa o acontecimiento particular del mundo es completamente descriptible en términos físicos, ¿no debemos admitir, después de todo, que las pretensiones de supremacía de la teoría mecánica son válidas? Si un acontecimiento como la reciente victoria demócrata se puede reducir a sucesos físicos, ¿no está totalmente determinado por condiciones físicas? ¿Cómo puede haber lugar para una determinación ulterior, por condiciones sociales? ¿No debe ser meramente ficticia cualquier clase que no pueda definirse mediante principios físicos? O, si insistimos en que ambos tipos de determinación son igualmente válidos, ¿no estamos abocados a un paralelismo más desesperanzado que la supuesta relación psicofísica?

 

Tal conclusión parece inevitable si aceptamos como legítimo el análisis del acontecimiento particular en sucesos físicos. Este punto exige ahora un examen más minucioso. La victoria demócrata del pasado noviembre se puede resolver, decíamos, en una multitud de sucesos físicos. Pero, cuando se resuelve así, ha perdido todo derecho a ser considerada como un único acontecimiento. Ni siquiera es un complejo de sucesos físicos, pues los sucesos físicos que lo constituyen no tienen conexión física entre sí excepto a través del universo entero. Desde el punto de vista de la ciencia física, la selección de los sucesos dispersos que constituyen este acontecimiento es perfectamente arbitraria. Sería igualmente razonable agrupar la caída de copos de nieve sobre el montículo que marca la tumba de Scott en la Antártida, la saltada de un tigre en las selvas de África y la compra de un juego de pieles por la zarina de Rusia, y llamarlos un acontecimiento. El hecho de poner un dólar en la mano de un votante negro en Ohio y marcar una papeleta en California no tienen más conexión física que los sucesos anteriores. Físicamente hablando, la elección de su voto está mucho más directamente determinada por la temperatura de la atmósfera que por la guerra en Europa, mientras que su relación con la estructura cerebral del señor Hughes o del señor Wilson es completamente insignificante. No, lo que dijimos antes de la clase "victoria democrática", que no fue un fenómeno físico, debemos decirlo ahora del acontecimiento particular que tuvo lugar en noviembre. Tampoco es un acontecimiento físico, ni simple ni complejo. Y a nuestra generalización anterior, de que la ciencia física no proporciona principios adecuados de clasificación para la articulación de nuestro mundo, debemos añadir ahora que no proporciona principios adecuados de individuación para la provisión de nuestro mundo. Para la ciencia física no existen ni los ejércitos alemanes ni las victorias democráticas, ni las coles ni los reyes. Hablar de una cosa o un acontecimiento como algo determinado mecánicamente es decir tonterías.

 

No debemos olvidar que las ciencias, y sobre todo las ciencias físicas, sólo tratan de lo abstracto. Los fenómenos de la ciencia son universales, y ésta puede tomar conocimiento de lo particular sólo en la medida en que lo particular se presente como un caso del fenómeno universal. El acontecimiento particular concreto que designamos "la caída de su papeleta en la urna" puede ser abordado por la ciencia física en la medida en que se lo considere un caso de caída de un cuerpo o un caso de degradación de la energía, pero como ese acontecimiento particular concreto, que se encuentra en un complejo indefinido de relaciones, no puede ser exhaustivo por el análisis físico, como tampoco lo puede ser por cualquier otro tipo de análisis científico. De manera similar, lo que la ciencia puede exhibir como determinado es siempre el caso particular de algún fenómeno universal, el particular abstracto, y no el particular concreto. Como "cuerpo que cae", la caída de su papeleta puede ser exhibida como un acontecimiento determinado por las masas y la distancia entre el trozo de papel y la Tierra, pero como un acontecimiento concreto y particular no puede ser exhibido como determinado. Intentar concebirlo como algo determinado, aunque sea idealmente, implica recurrir al universo entero. Se podría recurrir igualmente a la Deidad como explicación. Lo que debe concebirse como algo determinado por el universo es, a los efectos de la descripción y explicación científicas, indeterminado.

 

Resumiendo el argumento: la suposición tradicional de que los límites de lo físico se encuentran exclusivamente en lo psíquico no está bien fundada. Por el contrario, los límites de la descripción y explicación físicas de las cosas y los acontecimientos de la vida cotidiana y de la ciencia están determinados por la aplicabilidad inteligible de los conceptos de la ciencia física a dicha descripción, y de las leyes de la ciencia física a dicha explicación. Esto no se puede determinar a priori mediante consideraciones metafísicas, sino empíricamente. En general, puede decirse que los fenómenos sólo pueden considerarse legítimamente físicos si los principios de su individuación y clasificación pueden enunciarse en términos físicos.

 

El problema de la relación entre lo físico y lo psíquico no es, pues, un problema metafísico, puesto que no existe un dualismo ontológico. Además, no tenemos ninguna base para suponer que exista una relación sistemática entre lo físico y lo psíquico, de modo que lo psíquico se defina de forma más fructífera en su relación con lo físico. El problema específico de la relación entre lo psíquico y el comportamiento corporal (cuyo análisis no puede llevarse a cabo dentro de los límites de este artículo) se presenta, pues, libre de implicaciones metafísicas. La pregunta que tenemos que plantearnos (y creo que es una pregunta cuya importancia sería difícil exagerar) es: ¿es el comportamiento de los organismos, y en particular de los organismos con sistemas nerviosos, un fenómeno físico? ¿Son los fenómenos característicos que presenta, y las uniformidades características que estos exhiben, susceptibles de descripción en términos de la ciencia física? Más en particular, ¿es fructífero, o incluso posible, describir en términos físicos aquellos modos característicos de comportamiento que, por consenso común, asociamos con procesos distintivamente psíquicos, como el instinto, la emoción, la percepción y el resto? Si no es así, si tales uniformidades de comportamiento no pueden describirse como uniformidades físicas, entonces la relación mente-cuerpo no es propiamente hablando una relación psicofísica, y el problema de la relación de lo psíquico con lo físico, como muchos otros problemas con los que la filosofía ha luchado durante mucho tiempo, no tiene una solución determinada.

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a. Portada "THE LIMITS OF THE PHYSICAL" // "Los limites de lo físico" (1917)

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Titulo: "THE LIMITS OF THE PHYSICAL" // "Los limites de lo físico"

Autor: Grace A. De Laguna

Fuente: New York THE MACMILLAN COMPANY

Año: 1917

Idioma: Inglés

OBRA ORIGINAL

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