“The Empirical Correlation of Mental and Bodily Phenomena // La correlación empírica de los fenómenos mentales y corporales" (1918) POR Grace A. de Laguna
VOL. XV, No. 20.
SEPTEMBER 26, 1918
THE JOURNAL OF PHILOSOPHY PSYCHOLOGY AND SCIENTIFIC METHODS
THE EMPIRICAL CORRELATION OF MENTAL AND BODILY PHENOMENA /// LA CORRELACIÓN EMPÍRICA DE LOS FENÓMENOS MENTALES Y CORPORALES
Desde que Descartes situó el alma en la glándula pineal para desviar a voluntad el curso de los espíritus animales y sus sucesores formularon a cambio el elusivo dogma del paralelismo, las concepciones humanas sobre el alma y su relación con el cuerpo han permanecido fundamentalmente inalteradas. El sustituto moderno de la visión cartesiana se estructura, es cierto, a la luz de un conocimiento más profundo de la estructura fisiológica del cerebro y el sistema nervioso; pero la diferencia entre un alma que controla la acción mecánica del cerebro a través de la glándula pineal y otra que opera de forma más oscura en las sinapsis, aumentando y disminuyendo la resistencia a la descarga nerviosa para lograr sus fines, no es fundamental. Por otro lado, el avance científico tampoco ha alterado esencialmente la concepción del paralelismo. No entraremos en la familiar y tediosa ronda de argumentos y contraargumentos que ha agotado la larga controversia entre interaccionismo y paralelismo. El asunto no está decidido, pero ya no es un tema candente. Nos invade una creciente sensación de su inutilidad. Ha sobrevivido tanto tiempo porque la única alternativa que parecía posible a la concepción de la mente como un ser o actividad distinta del cuerpo ha sido la identificación de lo mental con lo físico. Sin embargo, en los últimos años, nuevas perspectivas han puesto de relieve las dificultades insuperadas, y me atrevo a decir superables, que se oponen a la creencia en el alma trascendente o en una existencia consciente sui generis. Ha cobrado fuerza entre nosotros la convicción de que dicha creencia es una supervivencia de antiguas formas de pensamiento, felizmente superadas en otros campos. Pero abrigar esta convicción implica afrontar la tarea de encontrar nuevos términos para interpretar los hechos empíricos que la antigua concepción encarnaba de forma imperfecta. Los movimientos más recientes de nuestra época —pragmatismo, neorrealismo, conductismo— han sido, al menos en parte, motivados por la necesidad de dicha reformulación filosófica y científica. Y en medio de toda la confusión de la controversia actual se puede discernir, creemos, una medida de logro común, aún no consumado, ni capaz de una definición precisa, pero que constituye la base para un avance intelectual tan trascendental posiblemente como el marcado por la filosofía de Descartes.
El propósito de este artículo es examinar cómo fenómenos psicológicos como la emoción y la percepción se correlacionan empíricamente con el funcionamiento del sistema nervioso. Las alternativas con las que estamos familiarizados son que, o bien, por cada cambio en la experiencia consciente se encuentra un cambio correspondiente en los procesos químicos y físicos que tienen lugar en el cerebro; o bien, que si bien muchos de los procesos conscientes más simples pueden iniciarse por cambios cerebrales y, a su vez, modificarlos, no se puede establecer una correlación general o completa entre la experiencia consciente y la acción nerviosa. Estas alternativas no son, como intentaré demostrar, exhaustivas, ni constituyen una descripción adecuada de los hechos empíricos. Lo que ambas presuponen erróneamente es que, si existe alguna correlación sistemática entre la experiencia consciente y el funcionamiento del sistema nervioso, debe ser entre los procesos psíquicos y los cambios físicos o químicos que tienen lugar en el cerebro. O, en otras palabras, se da por sentado que el sistema nervioso puede describirse adecuadamente como un órgano fisiológico y su funcionamiento como un conjunto complejo de procesos físicos.
Este punto de vista se expresa con mayor claridad en pensadores del siglo XIX como Huxley o Tyndall. Ambos investigadores científicos de primer orden, quedaron profundamente impresionados por el hecho de que la investigación sobre los procesos de la materia orgánica solo revela fuerzas naturales. Incluso el impulso nervioso no es más que una reacción química. No poseemos, dice Tyndall, el órgano, ni el vestigio de un órgano, que nos permita pasar de la mecánica del cerebro a la sensación correspondiente. Así, llegó a un paralelismo que podría indicar una posible conexión entre un movimiento espiral hacia la izquierda y la emoción del amor. Esto, sin duda, fue un poco jocoso, pero representa fielmente las categorías a las que se limitaba la especulación de su generación. Atado a tales limitaciones, ¿qué queda, en realidad, sino un ignorante ante un misterio final?
Concuerda con esta forma de pensar especular sobre las consecuencias de producir en un tubo de ensayo las moléculas altamente complejas e inestables de una célula cerebral y estimularlas para que produzcan reacciones idénticas a las que ocurren en el cerebro de un ser vivo. ¿No podría producirse al mismo tiempo un latido de consciencia simple? Si tales especulaciones no se han realizado abiertamente, ha sido el sentido común y no la comprensión teórica lo que lo ha impedido. Incluso un escritor tan moderno como Münsterberg es capaz de postular un elemento consciente último, más simple que la sensación, y que corresponde a la reacción de una sola célula cerebral, como su compuesto, la sensación, corresponde a las reacciones de un grupo localizado de células.
Sin embargo, esta perspectiva de Munsterberg puede considerarse una interpretación alternativa de la teoría de la correspondencia. Podemos distinguirla del paralelismo psicofísico de Tyndall, llamándola paralelismo psicofisiológico. Según esta interpretación más cautelosa, el correlato de un proceso mental específico no es una figura geométrica de la danza de átomos cerebrales, ni siquiera necesariamente una reacción química particular, sino la ocurrencia de procesos fisiológicos similares en estructuras fisiológicas definidas. La doctrina clásica de la energía específica es un ejemplo, y de hecho gran parte de lo que se engloba en la psicología fisiológica pertenece a esta perspectiva de la relación mente-cuerpo. Esta forma de paralelismo ofrece ciertas ventajas sobre la formulación psicofísica, más rudimentaria. Es menos doctrinaria. No compromete con los extremos del mecanismo cinético y tiene mucho más en cuenta los hechos empíricos. Sin embargo, teóricamente, una doctrina como la de la energía específica nos enfrenta a un misterio tan definitivo como el que enfrentó Tyndall. Y como intentaré demostrar, esto no está verificado ni es verificable por la evidencia empírica disponible.
En cierto sentido, la afirmación del paralelismo es aceptable. Por cada cambio en los procesos psíquicos, sin duda hay un cambio en los procesos que ocurren en la corteza. Pero es igualmente cierto que por cada cambio en los procesos psíquicos, hay un cambio en las corrientes atmosféricas. Para que la concomitancia del cambio psíquico y cortical sea una correspondencia significativa, que es lo que afirma el paralelismo, es necesario establecer que las agrupaciones características, o fenómenos, que presenta uno también son rastreables en el otro, y que la repetición de un rasgo de uno coincide con la repetición del rasgo correspondiente del otro. Lo que hace que el paralelismo, en cualquiera de sus formas, sea una doctrina tan paradójica es el hecho de que asume que los fenómenos de la acción nerviosa se individualizan y determinan por un conjunto de principios completamente diferente de aquellos por los que se individualizan y determinan los fenómenos supuestamente correspondientes de la experiencia consciente. Todos deberíamos admitir que existe algún tipo de correspondencia entre los fenómenos de la vida consciente y el funcionamiento del sistema nervioso. La pregunta es: ¿de qué naturaleza es? ¿En qué términos deben describirse los fenómenos de la función nerviosa que corresponden a los fenómenos de la vida consciente? Lo que el problema mente-cuerpo exige para su solución es la exposición de un principio de individuación y clasificación común a ambos. Lograr esto no significaría, en realidad, resolver el problema, sino demostrar que su propia formulación se basa en suposiciones insostenibles. Pues demostrar que dos sistemas de fenómenos supuestamente dispares se individuan y clasifican mediante un conjunto común de principios es presentarlos no como dos, sino como un solo sistema de fenómenos.
La clave que buscamos está, creo, al alcance de la mano. Se encuentra en la simple comprensión de que el sistema nervioso central no es principalmente un órgano fisiológico. Su función es, solo secundariamente, mantener el equilibrio interno de los procesos corporales, lo cual constituye al ser vivo en contraposición al muerto. Su función principal es la adaptación del comportamiento del individuo en su conjunto al mundo exterior de bienes y peligros que constituye su entorno. Es en el desempeño de esta función más amplia donde debemos encontrar el correlato del sentimiento y el pensamiento, más que en la estimulación de neuronas y ganglios. Es cierto que cada acto en el desempeño de esta función está controlado por la estimulación de neuronas y ganglios. Pero las uniformidades de la función, los fenómenos característicos que corresponden a las uniformidades psicológicas, no pueden describirse en términos fisiológicos.
Esto ha sido ilustrado de forma sorprendente, aunque quizás involuntariamente, por el profesor John Watson en un artículo publicado recientemente, "Sobre la conducta y el concepto de enfermedad mental". Los alienistas suelen distinguir, según nos explica el profesor Watson, entre los trastornos mentales condicionados por lesiones corticales o alteraciones fisiológicas de la función cortical y aquellos para los que no se puede asignar una causa fisiológica. Estos últimos se denominan comúnmente enfermedades mentales o "estrictamente mentales". Un caso así podría ser, por ejemplo, el de un individuo que habitualmente se comportaba de forma convencional, pero a quien el servicio religioso, en lugar de inspirar una actitud y un comportamiento devocionales apropiados, lo impulsaba irresistiblemente a pronunciar en voz alta comentarios escandalosos y obscenos. El profesor Watson insiste en que casos como estos no son puramente mentales en el sentido de que no existe un mal funcionamiento correlativo del sistema nervioso central. Muchos de estos casos los describe como "complejos de hábitos" erróneos. Ahora bien, la inadecuación del comportamiento habitual evidentemente no debe identificarse con un trastorno fisiológico, aunque se debe con igual claridad a un fallo en el funcionamiento correcto de la corteza cerebral. Si el profesor Watson tiene razón, es evidente, aunque él mismo aparentemente no llegue a la conclusión, que el funcionamiento normal y anormal de la corteza cerebral puede distinguirse, no por diferencias fisiológicas determinables, sino por la adecuación relativa del comportamiento controlado cerebralmente a las condiciones ambientales, por ejemplo, incluso sociales.
Las uniformidades características que el funcionamiento de la corteza exhibe a nuestra observación, y según las cuales puede analizarse inteligentemente, no son, pues, uniformidades de proceso orgánico ni de contracción muscular. Son uniformidades de comportamiento en un sentido más amplio.
A la luz de esta concepción, examinemos algunos de los fenómenos mentales típicos más simples y sus correlaciones corporales. Consideraremos primero el caso de la emoción, tomando el miedo como ejemplo.
La investigación hasta ahora no ha logrado localizar esta ni otras emociones en la corteza cerebral ni en los centros inferiores. Sin embargo, el miedo, al igual que otras emociones primarias, presenta expresiones corporales marcadamente características. De hecho, se manifiesta de diversas maneras: huyendo, escondiéndose, encogiéndose, a veces con una paralización total o una parálisis total de toda actividad, incluso la expresión vocal. En ocasiones, impulsa al individuo a buscar la protección de otro, como un niño que huye a las faldas de su madre; o, de nuevo, inspira ataques frenéticos contra los objetos que lo incitan. Todas estas respuestas características se encuentran en el ser humano; y a ellas podemos añadir las reacciones expresivas: alteraciones fisiológicas como palidez, temblores, aumento del ritmo cardíaco, excitación de las glándulas endocrinas, etc. Si incluimos las especies, encontramos una variedad aún mayor de respuestas congénitas y adquiridas. Ahora bien, ¿cuál es el denominador común de estos variados modos de comportamiento? Debe existir una considerable diversidad en la actividad nerviosa para que se produzca tal diversidad de respuestas. Pues no solo las respuestas características difieren en distintas ocasiones; los estímulos que inspiran miedo, tanto de forma natural como a través de la experiencia, difieren al menos en la misma medida. Estos estímulos tan distintos, y las respuestas tan diversas a las que conducen, deben estar conectados por una gran diversidad de estimulación central. Aunque se han propuesto diversas teorías, no podemos señalar ningún "centro" cortical o subcortical del miedo, ni ningún conjunto característico de vías seguidas por las excitaciones generadas por estímulos a los que se responde como "temerosos". Y si bien investigaciones recientes han demostrado que la actividad de las glándulas endocrinas desempeña un papel importante en la alteración emocional, no han descubierto en dicha actividad fisiológica ningún correlato específico con una emoción específica. Sin embargo, estos diversos modos de respuesta y la diferente acción cortical que los provoca median una experiencia común de miedo. Lo que los diversos estímulos tienen en común es la ausencia de características físicas similares. Es la relación común que todos mantienen con el individuo: la relación de ser peligrosos. De manera similar, las diversas respuestas se agrupan en un solo grupo debido a su función común de evitar el peligro inminente. Es cierto que la respuesta que se produce en una ocasión particular puede no lograr evitar el peligro, pero la función normal de dicho comportamiento permanece invariable. La variedad de respuestas de miedo que exhibe una especie son, sin duda, modificaciones evolutivas de reacciones mucho más simples, posiblemente incluso la reacción primitiva de evitación. Pero las modificaciones de reacción que se han seleccionado en la raza, al igual que en el individuo, se han seleccionado y conservado debido a su éxito en el desempeño de esta función, al igual que los estímulos que la evocan se seleccionan debido a su peligrosidad. En consecuencia, encontramos que el hombre civilizado no solo persiste en los tipos de reacción congénitos y más simples al peligro, sino que también actúa de modos indirectos e indefinidamente variados.
Es su ascendencia común y la comunidad de funciones en la economía de la vida lo que unifica las diversas respuestas en un solo fenómeno. Asimismo, es la identidad del papel que desempeñan en esta economía los diferentes procesos corticales y subcorticales que excitan estas respuestas lo que determina la identidad de la experiencia consciente correlacionada. Incluso si la investigación descubriera un «centro del miedo» al que se transmiten todos los estímulos «temerosos» y desde donde se excitan indirectamente todas las respuestas de miedo, el caso no cambiaría sustancialmente, ya que señalaríamos la estimulación de este centro como correlato de la emoción del miedo precisamente por su función en la coordinación de dichas respuestas a dichos estímulos.
Ahora estamos preparados para considerar la facilidad de percepción. Esto es más complejo que la emoción, ya que la percepción abarca una amplia gama de fenómenos y el significado está tan involucrado. Así, podemos percibir una situación total, un solo objeto, una relación o una cualidad. Pero en ninguno de estos casos, excepto posiblemente en el último, tenemos fundamento para suponer que la "similitud" de la percepción esté condicionada por la similitud del proceso fisiológico. Mis percepciones de mi perro en diferentes ocasiones, dado que son percepciones de este mismo perro familiar, son en cierta medida similares. Pero las excitaciones sensoriales del ojo, el oído y la mano, si se comparan en dos ocasiones cualesquiera, probablemente no contendrán un único factor común, ni hay razón evidente para suponer que la percepción de mi perro provoque una respuesta motora invariable. Las experiencias perceptivas se clasifican comúnmente como similares o diferentes debido a la identidad de significado, más que por la semejanza del contenido sensorial, y, como es bien sabido, la psicología fisiológica se aventura a decir muy poco sobre la base fisiológica del significado.
Sin embargo, cuando se trata de la percepción de cualidades sensoriales simples, como el color, el tono, el olor, etc., la situación es muy diferente. Dichas experiencias parecen clasificarse, tanto por el sentido común como por la psicología, basándose únicamente en las identidades y diferencias percibidas de inmediato, sin ninguna referencia al significado. Y son estos fenómenos psicológicos a los que corresponden excitaciones corticales claramente localizadas. Así, existe un centro visual bien definido en el lóbulo occipital, etc. En resumen, la percepción de las cualidades sensoriales es el campo donde la evidencia de correlación psicofisiológica, si no psicofísica, es más convincente. En los fenómenos de la visión, en particular, la investigación ha establecido indiscutiblemente que estructuras fisiológicas específicas condicionan la experiencia de las diferentes cualidades visuales. Es cierto que diversas teorías del color continúan disputando este campo, pero todas coinciden en la suposición incuestionable de que la experiencia de las cualidades del color está mediada por el funcionamiento de estructuras fisiológicas individualmente diferentes. Tomemos el caso del «rojo», por ejemplo. Aquí, como en el caso de otras cualidades visuales y auditivas, encontramos un correlato físico definido de la cualidad sensorial "rojo", a saber, una longitud de onda específica. Para que un estímulo físico de este tipo excite la cualidad sensorial correspondiente, debe iniciar un proceso específico en el órgano terminal de la retina, que a su vez debe desencadenar procesos en las células corticales del centro visual. Ahora bien, según la perspectiva tradicional, la excitación de tales procesos específicos en el centro visual es la condición esencial y suficiente para la experiencia de la cualidad "rojo". Lo que debemos preguntarnos es si esta perspectiva representa adecuadamente los hechos empíricos relevantes o si es el resultado de las mismas preconcepciones teóricas que dominaron el pensamiento de la generación de Tyndall. Que la excitación de procesos específicos en el centro visual sea una condición necesaria para experimentar el "rojo" es, por supuesto, admitido; pero que dicha excitación constituya la condición esencial y suficiente no es, considero, una conclusión justificada por la evidencia empírica, ni una conclusión que cualquier evidencia empírica disponible pudiera establecer. ¿Qué tipo de evidencia empírica es aducible? Solo la evidencia conductual. Que un individuo sea o no capaz de experimentar una cualidad sensorial dada solo puede determinarse por su capacidad para discriminar dicha cualidad mediante una conducta apropiada. Solo con base en la evidencia conductual se pueden extraer conclusiones sobre la función cerebral. Ahora bien, la capacidad de discriminar una cualidad sensorial como el rojo depende no solo de la excitación de procesos específicos en el centro sensorial, sino de la existencia de un amplio sistema de conexiones sensoriales y motoras. Pues dicho sistema de conexiones está implícito en el propio acto de atención mediante el cual se percibe la cualidad. En consecuencia, lo que la evidencia empírica señala como el correlato neuronal de la sensación "rojo" no es la ocurrencia de procesos específicos en el centro visual, sino el funcionamiento de dicho centro como miembro de un sistema complejo. Suponer que la excitación de las células visuales podría mediar la experiencia de la cualidad sensorial rojo si se interrumpieran sus conexiones funcionales con otros centros es hacer una suposición para la que no existe evidencia posible y que, por consiguiente, debe considerarse una especulación fútil.
Pasemos a la consideración de los correlatos psicológicos. A menudo se argumenta que el análisis y la descripción de los fenómenos mentales deben realizarse, en última instancia, a partir de la introspección. El «miedo» es algo con lo que me familiaricé primero en mi propia experiencia y que posteriormente aprendí a asociar con sus manifestaciones externas. El rojo es una cualidad sentida, cognoscible solo en su inmediatez. Así pues, todos nuestros sentimientos y sensaciones, si no nuestros pensamientos y creencias, son algo que experimentamos inmediata y directamente, algo cuyas cualidades intrínsecas son propiedad privada de cada uno de nosotros. Puedo, de hecho, basándome en el dudoso argumento de la analogía, atribuir a mis semejantes el disfrute de experiencias internas similares a las mías. Pero lo único que puedo observar es su comportamiento similar. Puede ser cierto, ya que el argumento de la analogía no es suficiente para demostrarlo, que su sentimiento de miedo se parezca más a mi tristeza o a mi ira que al miedo que yo siento, o puede ser algo completamente afín a mi experiencia. Este sentimiento oculto tuyo, incognoscible para mí, es similar al mío, en efecto, en el sentido de que te lleva a acciones como las mías que me inspiran, pero esta semejanza es meramente de relaciones externas. O, de nuevo, aunque ambos coincidimos en llamarlo rojo sangre, y lo encontramos en este sentido como las fresas o las franjas alternas de la bandera estadounidense, y aunque ambos lo ubicamos de forma similar en la pirámide de colores, y coincidimos en llamarlo cálido y el color de la pasión, etc., puede ser que lo que tú disfrutas como "rojo" yo lo disfrute como "azul", y que solo en sus relaciones sean idénticos nuestros dos rojos. De hecho, podemos ir más allá y suponer que todo el curso de tu experiencia, tal como la disfrutas inmediatamente, es completamente diferente en calidad sentida de la mía. Tal suposición no puede ser refutada —ni establecida— por la sencilla razón de que está sujeta al alcance de cualquier argumento. Es una suposición esencialmente ininteligible respecto a cosas completamente incognoscibles, en sí mismas.
Los fenómenos mentales, como cualquier otro fenómeno, solo pueden ser objeto de un discurso inteligente en la medida en que se identifican y describen en términos significativos. ¿En qué términos, entonces, pueden describirse y analizarse los fenómenos mentales de forma significativa e inteligible? Si los ejemplos que hemos seleccionado de los campos de la emoción y la percepción son típicos, lo son solo por referencia, directa o indirecta, a su función para asegurar la adaptación del individuo a su entorno, físico y social. El miedo que estudia el psicólogo no es un sentimiento oculto que alberga en su interior; es precisamente ese sentimiento inspirado por determinadas condiciones objetivas y que lo impulsa a expresiones y actos característicos. Puede identificar una experiencia dada como «miedo» solo en la medida en que le provoca escalofríos, le produce un nudo en el estómago o le hace temblar las rodillas. Pero incluso estas características privadas son frases cuyo significado lo establece el uso común.
Si las afirmaciones anteriores son correctas, la conclusión que debemos extraer es que los fenómenos mentales y corporales cuya correlación empírica nos plantea nuestro problema no son fenómenos pertenecientes a dos órdenes distintos de la naturaleza, sino fenómenos que en realidad son, y solo pueden ser, individualizados y clasificados por principios comunes. Tanto los correlatos corporales de los procesos mentales como los propios procesos mentales se individualizan como fenómenos únicamente en función de su función en la adaptación del individuo a su entorno.
GRACE A. DE LAGUNA. BRYN MAWR COLLEGE
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Anexo 1.
a. Portada “The Empirical Correlation of Mental and Bodily Phenomena // La correlación empírica de los fenómenos mentales y corporales" (1918) POR Grace A. de Laguna PUBLICADA EN The Journal of Philosophy, Psychology and Scientific Methods , Sep. 26, 1918, Vol. 15, No. 20 (Sep. 26, 1918), pp. 533-541
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Titulo:The Empirical Correlation of Mental and Bodily Phenomena
Autor: Grace A. de Laguna
Fuente: The Journal of Philosophy, Psychology and Scientific Methods , Sep. 26, 1918, Vol. 15, No. 20 (Sep. 26, 1918), pp. 533-541
Año: 1918
Idioma: Inglés
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