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¿QUÉ ES LA CONDUCTA INTELIGENTE Y FINAL DESDE EL PUNTO DE VISTA FISIOLÓGICO? (1915) Ralph S. Lillie

REVISTA DE FILOSOFÍA, PSICOLOGÍA Y MÉTODOS CIENTÍFICOS //  The Journal of Philosophy, Psychology and Scientific Methods

¿QUÉ ES LA CONDUCTA INTELIGENTE Y FINAL DESDE EL PUNTO DE VISTA FISIOLÓGICO?

 

Si podemos decir que la conducta de los organismos vivos está regida por motivos, es evidente que en casi todos los casos estos motivos son de carácter estrictamente práctico. Parece que se tiene en mente algún fin favorable para el individuo o para la especie, y este fin debe alcanzarse con frecuencia, si no habitualmente, pues de lo contrario la especie no seguiría existiendo. Aparentemente, el «propósito» general de la mayoría de las acciones animales es aprovechar las condiciones existentes en el medio ambiente o modificar las relaciones entre el individuo y el medio ambiente de algún modo favorable para la especie. Son estas acciones dirigidas externamente las que forman la mayor parte de lo que se conoce como «conducta animal» y representan un medio importante, aunque no el único, por el cual el animal se adapta a su medio ambiente. Por lo general, clasificamos estas acciones en parte como «instintivas» y en parte como «inteligentes»; tal vez su característica más notable es que a menudo se refieren a un futuro más o menos remoto; no pueden entenderse teniendo en cuenta únicamente las condiciones presentes. Por eso nos parecen «intencionadas». La característica "teleológica" de los seres vivos aparece más claramente en este aspecto de su vida. Pero desde el punto de vista fisiológico es necesario llegar a una definición puramente objetiva o fisicoquímica del término "intencional" aplicado a tales acciones. El concepto se deriva claramente de la experiencia introspectiva de los seres humanos, que muestra que el propósito es esencial para la acción humana eficaz; y la concepción de la conducta adaptativa como algo necesariamente determinado y guiado por un propósito se ha arraigado firmemente en la mente de la raza. Para la mayoría de las personas, de hecho, esta concepción parece inevitable o incluso innata; la acción dirigida hacia un fin definido es ininteligible sin suponer la existencia de algún propósito subyacente. Cuando se adopta en la esfera filosófica y se aplica al proceso cósmico o evolutivo en su conjunto, este punto de vista conduce a una concepción teleológica de la naturaleza; todo el proceso evolutivo aparece entonces como la expresión esencial de un propósito; Lo teleológico -el reino de los fines- se contrasta con lo mecánico, como si sus naturalezas fueran inherentemente dispares, representando, de hecho, dos tendencias distintas en la naturaleza. En consecuencia, ciertos pensadores sostienen que el organismo vivo -esa parte de la naturaleza donde la teleología es más evidente- no puede ser un sistema accionado meramente mecánicamente. Se necesita algo más para explicar sus peculiaridades especiales; y este algo se supone generalmente que es aquello de lo que somos conscientes en la acción intencional; el organismo se concibe entonces como la expresión de una agencia intencional -la "entelequia" de Hans Adolf Eduard Driesch y otros vitalistas-. ¿Cómo podemos reconciliar esta idea con la convicción -que se vuelve más firme a medida que avanza la ciencia fisiológica- de que el organismo, considerado como un sistema material en la naturaleza externa, no tiene peculiaridades que no puedan explicarse en última instancia sobre la base de su constitución fisicoquímica únicamente?

 

La ciencia fisiológica considera al organismo como un sistema fisicoquímico de un tipo especial, peculiar por exhibir una composición química y un metabolismo únicos, y a menudo un alto grado de complejidad, pero por lo demás similar en sus propiedades y modos de funcionamiento a un sistema no vivo. ¿Puede demostrarse que la acción intencional o inteligente es una característica posible o incluso necesaria de los sistemas materiales con la constitución peculiar de los organismos vivos y que poseen sus relaciones características con un "medio ambiente"? Esta es la cuestión que me propongo discutir en el presente artículo. Mi procedimiento y métodos de razonamiento serán los de la ciencia natural objetiva puramente; y las acciones intencionales, ya sean instintivas o inteligentes, se considerarán simplemente como eventos de la naturaleza externa, sin tener en cuenta su posible acompañamiento consciente o psíquico. Espero demostrar que la acción que tiene todas las marcas externas de un propósito no es en su naturaleza general algo distintivo sólo de los organismos vivos, sino que es, considerada mecanicistamente (1), simplemente uno de los muchos medios por los cuales un sistema fisicoquímico complejo, que exhibe un metabolismo y preserva un equilibrio con un ambiente cambiante, mantiene su equilibración característica.

 

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1.- Es decir, condicionada únicamente por factores fisicoquímicos.

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En primer lugar, nos esforzaremos por definir con la mayor claridad posible lo que se entiende por el concepto de "adaptación" orgánica y por el término "adaptativo" aplicado a diversas propiedades físicas, estructuras y actividades de los organismos. El significado sustancial de esos términos, en el sentido fisiológico, se puede indicar de forma muy sencilla. Dejando de lado los detalles complejos y variables que siempre se encuentran en los casos especiales de adaptación, un análisis más detallado nos lleva a descubrir que todas las características o mecanismos adaptativos tienen una propiedad en común, a saber, la de favorecer la existencia continua de la especie. Una adaptación es una característica que conserva la especie. Se dice que un organismo está adaptado a su entorno cuando presenta propiedades físicas, caracteres estructurales y actividades de tal tipo que su desarrollo, crecimiento y existencia continua en ese entorno están asegurados. La falta de tal ajuste significa una extinción temprana o eventual. La pregunta entonces es: ¿cuál es la naturaleza de la interacción que hace posible esa existencia continua? Responder a esta pregunta en detalle es tarea de la ciencia fisiológica; pero en general, las peculiaridades esenciales comunes a los organismos vivos, a diferencia de los sistemas no vivos, se pueden definir de forma bastante sencilla. En primer lugar, en todos los organismos se produce una transformación específica de la materia y la energía, tomadas del medio ambiente, en la sustancia característicamente organizada y activa del organismo; y, en segundo lugar, el organismo, una vez formado, exhibe actividades automáticas y de otro tipo, de tal índole que conserva y perpetúa su propia existencia y la de la especie. Es decir, estas actividades tienen como efecto final la obtención de los materiales (alimentos, agua, oxígeno, sales), la energía y otras condiciones (por ejemplo, ambientales) que son necesarias para la continuidad de esta transformación específica. Esta última se lleva a cabo de forma automática e independiente en cada individuo. En su aspecto químico incluye los procesos constructivos del metabolismo; por los procesos destructivos, principalmente las oxidaciones, se obtiene la energía utilizada por el organismo en sus actividades. Se observará que aquí estamos considerando el organismo como la especie, es decir, como la sucesión total de individuos genéticamente conectados y similares. Tal vez sea más usual concebir el organismo como el individuo único, que convencionalmente (2) se considera que comienza su existencia con el óvulo fertilizado y la termina con la muerte natural; pero esta distinción puede considerarse poco importante desde el punto de vista actual. La existencia de la especie es aparentemente ilimitada en el espacio y el tiempo por condiciones inherentes, mientras que la del individuo es limitada, ya que tanto el tamaño corporal como la duración de la vida son caracteres específicos más o menos definidos; pero por lo demás, en lo que respecta a la posesión de características vivas, no es necesario establecer ninguna distinción esencial. Subrayo aquí la concepción del organismo como constituido por la especie más bien que por el individuo único, tanto porque existe o ha existido -como un hecho- una continuidad material entre todos los individuos de la especie, como también porque es importante recordar que es la existencia continuada de la especie más bien que del individuo lo que constituye el resultado final esencial de las actividades orgánicas en su totalidad; pues, si se pierde de vista este principio general, muchos rasgos altamente característicos de la conducta animal se vuelven ininteligibles.

 

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2 "Convencionalmente", es decir, porque las células germinales de las que surgen los nuevos individuos son genéticamente continuas con el organismo original, y es arbitrario decir definitivamente cuándo comienza la vida del nuevo individuo.

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En general, podemos clasificar como adaptaciones todas aquellas peculiaridades especiales de forma, constitución fisicoquímica y comportamiento cuya existencia es favorable a la existencia continua del individuo o de la especie. Ahora podemos hacer nuestra definición algo más precisa. En aras de la simplicidad y la brevedad, limitemos nuestra consideración al organismo individual durante el período plenamente desarrollado o adulto de su existencia; ¿qué se necesita para su mantenimiento? Fundamentalmente un equilibrio entre la ganancia y la pérdida de material y energía: un equilibrio metabólico. Los procesos fisiológicos dentro del organismo se llevan a cabo automáticamente en condiciones ambientales normales (de temperatura, medio, etc.) siempre que se mantenga el suministro de alimentos, oxígeno y otros materiales necesarios desde el exterior; las actividades externas o "comportamiento" del organismo, por lo tanto, se refieren principalmente a satisfacer este último requisito, es decir, a mantener los suministros necesarios. Suponemos que se han alcanzado los límites del crecimiento; el requisito esencial que se debe satisfacer, por lo tanto, es que el suministro de alimentos y otros elementos necesarios no caiga permanentemente por debajo de la pérdida. En estas condiciones hay equilibrio, balance de procesos constructivos y destructivos, y la vida continúa normalmente. Las actividades externas que directa o indirectamente tienen el efecto de mantener este equilibrio son las que se caracterizan como adaptativas. La adaptación, como condición que caracteriza las relaciones entre el organismo y el medio ambiente, se define así con precisión: es simplemente el mantenimiento del equilibrio orgánico; las características adaptativas de la estructura o del comportamiento externo son las que contribuyen a este fin.

 

La observación muestra que el comportamiento externo de los animales está regulado en gran medida por las exigencias de este equilibrio. Esto se ilustra mejor con un ejemplo concreto: en todos los animales encontramos que cuando el suministro de alimentos disminuye por debajo de lo normal, la actividad de búsqueda de alimentos aumenta correspondientemente; hay un aumento de la reactividad hacia los materiales alimenticios; este es el correlato fisiológico del "hambre"; las posibilidades de obtener lo que se necesita para mantener el equilibrio aumentan, lo que hace que el equilibrio orgánico sea más estable de lo que sería de otra manera. Los dispositivos compensatorios o reguladores de este tipo o similares son especialmente característicos de los animales superiores; y es interesante observar que tienen numerosas analogías con los dispositivos utilizados para controlar la tasa de consumo de energía en los mecanismos artificiales (termostatos, reguladores, reóstatos, etc.). No sólo se regula así el suministro de material desde el exterior, sino que las alteraciones en la estructura del sistema vivo, o en su temperatura, o en la composición química de sus tejidos-medios pueden provocar asimismo contraprocesos automáticos (regeneración, alteración de la producción o pérdida de calor, producción de antitoxinas, etc.) que tienden a restablecer las condiciones normales. El comportamiento externo adaptativo aparece así como uno de un gran número de procesos o actividades reguladoras, todas las cuales desempeñan su papel en la conservación del equilibrio normal entre el organismo y el medio ambiente. Generalizando más ampliamente -pero sin alterar el significado esencial de lo que acabamos de decir- llegamos a la conclusión de que en cualquier especie estable o bien adaptada la acción total del medio ambiente sobre el organismo está exactamente contrarrestada por la totalidad de las actividades del organismo. La interacción es recíproca y normalmente da como resultado un ajuste que hace posible un equilibrio prolongado. La complejidad de los procesos de ajuste en el organismo corresponde así a la complejidad del medio ambiente, es decir, de esa parte del mundo exterior con la que el organismo entra en relación. En los animales superiores, la respuesta es delicada y selectiva hasta tal punto que hace difícil o imposible un análisis fisiológico detallado. Pero en todos los casos, las relaciones esenciales entre el organismo y el medio ambiente son similares; existe una interacción que involucra a ambos lados a muchos componentes, cuyos efectos integrales en ambos lados son típicamente iguales y opuestos, y por lo tanto resultan en equilibrio.

 

Desde este punto de vista, el caso de un animal superior difiere sólo en el grado de complejidad del de uno inferior. En general, un sistema complejo y altamente integrado está más sujeto a desajustes que uno más simple; por lo tanto, no es sorprendente encontrar que en sus detalles el ajuste de los animales superiores implica la existencia de mecanismos y actividades reguladoras de un tipo notablemente sensible. Esto se ve claramente en el comportamiento externo. El organismo responde incluso a los cambios más leves en su entorno. No es exagerado decir que en un animal bien adaptado en un entorno complejo, cada evento físico en el entorno inmediato o dentro del alcance de sus receptores de distancia provoca una respuesta apropiada, es decir, el correlato fisiológico compensatorio del cambio ambiental. La acción de un gorrión en las calles de la ciudad ilustra bien esto. Es tan cierto que un naturalista experto puede deducir gran parte del carácter del entorno de un animal previamente desconocido a partir de un estudio de sus peculiaridades estructurales y fisiológicas. Cada característica orgánica tiene su complemento en alguna característica del entorno. La complejidad del organismo es pues el correlato o imagen especular de la complejidad de la naturaleza externa.

 

Desde este punto de vista, el organismo debe considerarse como un sistema fisicoquímico de un tipo especial, que exhibe un equilibrio dinámico con su entorno, es decir, un equilibrio en el que dos conjuntos de procesos, uno constructivo o constitutivo, el otro destructivo o disipativo, se equilibran entre sí. En la naturaleza existen muchos otros sistemas denominados "estacionarios", caracterizados por un intercambio continuo y equilibrado de material y energía con el entorno; una llama de vela, un vórtice, una cascada son ejemplos; todos estos sistemas tienen en común ciertas características generales definidas; por lo tanto, la comparación de un organismo vivo con un vórtice o la llama de una vela es tradicional y sirve para aclarar ciertas peculiaridades fundamentales de la condición viva. Una de las propiedades generales más interesantes de estos sistemas es un cierto poder de ajuste regulador a los cambios de condición, es decir, una capacidad para mantener una forma, constitución y propiedades definidas a pesar de cambios a menudo extensos de las condiciones externas o internas; relacionada con esta peculiaridad está la tendencia de estos sistemas a recuperar la condición original después de una perturbación. Esta durabilidad de la forma o de las propiedades, a pesar de los continuos cambios de composición, depende del carácter inmutable o de la permanencia de ciertos componentes del sistema, en particular los que controlan la entrada y la salida de la materia y de la energía que lo constituyen. Mientras estos componentes relativamente estables -generalmente sólidos o estructurales- permanezcan intactos, las demás sustancias que componen el sistema y las condiciones que lo rodean pueden cambiar dentro de límites considerables sin afectar permanentemente las propiedades del propio sistema. Así, la constancia de la llama de una vela depende de la permanencia y de las propiedades uniformes de la mecha y del cilindro de parafina y del suministro de oxígeno; la permanencia de un vórtice depende de alguna configuración permanente del fondo del río, y así sucesivamente. De modo similar, en el organismo debe suponerse que existe algún sustrato estructural permanente que condiciona de manera específica el carácter de la transformación metabólica perpetua; mientras este sustrato permanezca esencialmente inalterado, el organismo continúa "viviendo", a pesar de los cambios en el suministro de alimentos o en la situación externa. Por tanto, el organismo, como la llama de una vela o una fuente, tiende a "enderezarse" después de una perturbación. Se pueden señalar varias analogías entre los ajustes de los sistemas inorgánicos de esta clase y las respuestas adaptativas de los animales, pero no es necesario detenerse aquí en ellas en detalle. Sin embargo, es importante en esta etapa de la discusión reconocer la semejanza general entre tales sistemas y los organismos vivos; porque muchas de las actividades de estos últimos dependen, en último análisis, de que tengan las propiedades generales de los sistemas fisicoquímicos de esta clase.

 

Ahora consideraremos más particularmente el caso del organismo vivo. Para nuestro propósito actual podemos dividir los caracteres adaptativos en dos clases: 1.- los que tienen que ver con la estabilidad de las condiciones dentro del organismo mismo (por ejemplo, funciones fisiológicas especiales como la secreción, o estructuras especiales como las válvulas cardíacas, etc.) y 2.- los que tienen que ver con la estabilidad de las relaciones entre el organismo y el medio ambiente. La segunda clase forma el tema de nuestra consideración inmediata; incluye las diversas adaptaciones externas, las que están directamente relacionadas con las interacciones entre el organismo y el medio ambiente. Estas pueden dividirse a su vez en dos grupos: primero, los caracteres adaptativos que pueden describirse como estáticos, consistentes en diversas peculiaridades permanentes de forma, color u otra propiedad física o estructura (como la gravedad específica en los peces, la cobertura de plumas en los pájaros, etc.); y, segundo, las adaptaciones activas, que incluyen todas las respuestas activas que el organismo realiza para ajustarse a los cambios en su medio ambiente. Las acciones instintivas e inteligentes de todo tipo pertenecen a esta segunda subclase, que forma el tema principal de la presente discusión; Pero como todas estas reacciones adaptativas presentan ciertas características generales cuyo significado fisiológico se aclara mejor al considerar la clase estática de adaptaciones, primero consideraremos estas últimas con cierto detalle.

 

En todos los organismos, parte de la adaptación al medio depende de condiciones puramente estáticas, que no implican ninguna actividad externa, ni instintiva ni inteligente, por parte del organismo. En tales casos, la condición externa a la que hace referencia la adaptación orgánica debe considerarse constante, es decir, que ejerce su influencia continuamente; es una característica permanente del medio normal, de modo que un ajuste orgánico permanente y relativamente inmutable es suficiente para preservar el equilibrio. Esto puede ilustrarse mejor con referencia a una de las peculiaridades fisicoquímicas más generales y constantes de las células vivas. Consideremos, por ejemplo, las células de los organismos marinos; éstas están típicamente bañadas por un medio que es agua de mar o tiene la composición esencial de agua de mar; obviamente, un medio de este tipo tiene una composición muy diferente de la del protoplasma vivo; y dado que el protoplasma consiste en gran parte de sustancias cristaloides en estado de solución, es evidente que si fuera posible el libre intercambio de sustancias difusibles, el sistema vivo no podría conservar durante mucho tiempo su composición distintiva. Esta tendencia constante al intercambio difusivo se compensa con una simple condición fisiológica compensatoria. La célula viva está típicamente rodeada por una membrana o película superficial, la membrana plasmática, que es impermeable a la difusión de la mayoría de las sustancias solubles contenidas en la célula y su medio. Esta "semipermeabilidad" de la membrana plasmática aísla al sistema vivo de su entorno y le permite conservar permanentemente su constitución química característica con las propiedades vitales asociadas. De este modo, la pérdida de material de la célula por difusión se retrasa en gran medida, si no se evita por completo; al menos se reduce a tal grado que se requiere poca o ninguna ingesta del entorno para compensar la pérdida de constituyentes celulares esenciales por difusión. El mantenimiento de un equilibrio entre el suministro y la pérdida requiere, por tanto, el gasto de mucha menos energía de la que se requeriría de otro modo. El intercambio de material está, en efecto, restringido a los alimentos y las sustancias excretoras, que probablemente se transportan a través de la frontera celular por algún mecanismo fisiológico especial que actúa de forma intermitente. En resumen, los efectos desintegradores de la difusión sobre el sistema vivo se evitan mediante la presencia de una partición a prueba de difusión. Se pueden citar otros casos que ilustran el mismo principio general. Los dispositivos para impedir la evaporación o pérdida de calor en los animales terrestres o de sangre caliente son buenos ejemplos. Los organismos terrestres, tanto animales como plantas, están sujetos a una pérdida continua de agua por evaporación; esta pérdida está limitada por la presencia del tegumento externo general, que típicamente es impermeable en un alto grado. Es importante notar que en este caso la condición no es puramente estática; la velocidad de evaporación varía con la temperatura y las condiciones atmosféricas, y en correspondencia con esto encontramos que la piel de los animales superiores, o la epidermis de los órganos vegetales como las hojas, muestra una variabilidad considerable en su capacidad para resistir la pérdida de agua. A la variabilidad del medio corresponde una variabilidad de la estructura orgánica correlativa; este tipo de correspondencia es muy típico de los organismos, como ya se señaló, y constituye el segundo de los dos aspectos de la adaptación definidos anteriormente. De hecho, los dos casi siempre ocurren en íntima asociación entre sí. Así, la membrana plasmática, aunque típicamente semipermeable como acabamos de describir, no siempre actúa simplemente como una partición pasiva que impide la difusión, sino que presenta variaciones en su permeabilidad, lo que permite que se produzca el necesario intercambio de materiales. Una combinación similar de dispositivos adaptativos estáticos y activos se encuentra en los mecanismos termorreguladores de los animales de sangre caliente. En estos casos, la pérdida de calor está limitada por el tegumento, que conduce lentamente, de modo que normalmente el calor perdido se equilibra con el generado por la oxidación dentro del cuerpo. En general, el tegumento es tanto más eficiente como aislante térmico cuanto mayor es la diferencia media de temperatura entre el cuerpo y el entorno. Esta disposición estática se complementa con varios mecanismos activos que controlan la velocidad de evaporación de la piel, su suministro de sangre, la posición del pelo y las plumas, la velocidad de la respiración, la actividad muscular general, etc. De manera similar, las disposiciones para equilibrar el suministro y el consumo de oxígeno son en parte estáticas, aunque los factores estáticos son relativamente menos importantes, especialmente en animales superiores, donde los requisitos de oxígeno varían ampliamente según la actividad del animal; Sin embargo, en todos los animales con órganos respiratorios, estos últimos funcionan continuamente, aunque a un ritmo que varía según las condiciones y está sujeto a una regulación automática, generalmente a través de la influencia de la composición química de la sangre sobre los mecanismos motores respiratorios.

 

Podemos suponer que se habrían desarrollado mecanismos análogos de acción permanente para proporcionar el suministro de las demás sustancias químicas que necesitan los animales, como alimentos, sales y agua, si no fuera por la distribución irregular de dichas sustancias en la naturaleza. Esto ha llevado al desarrollo de diversas actividades e instintos especiales; y es principalmente por medio de ellos que se asegura el equilibrio necesario. Sin embargo, esta afirmación se aplica sólo a los organismos superiores; en aquellos que obtienen su carbono y nitrógeno de un medio en el que estos elementos están presentes en todas partes en forma asimilable, como es el caso de la mayoría de las plantas y algunos animales, el proceso de absorción es ininterrumpido (al menos durante la luz), y los mecanismos de acción permanente son suficientes para preservar el equilibrio. Así, en las plantas verdes, el dióxido de carbono que entra en las hojas es asimilado por un proceso fotosintético de acción constante tan rápidamente como entra; un mecanismo de este tipo puede describirse como estático en el sentido actual.

 

Una condición estática que se considera más generalmente como una adaptación especial de un tipo peculiarmente vital es la coloración protectora que exhiben tantos animales; aquí tenemos una condición que es un factor en la conservación del equilibrio entre las especies y el medio ambiente porque hace menos apreciable para los enemigos la diferencia entre el organismo y otros objetos del medio ambiente. El hecho de que los animales insectívoros sean en general indiferentes en su comportamiento hacia las hojas, ramitas y objetos similares, hace que la semejanza con estos sea una condición favorable para la supervivencia. Aquí la semejanza con una condición físicamente equilibrada es menos evidente; sin embargo, en lo esencial la situación es fundamentalmente similar a las ya consideradas. La semejanza protectora es el correlato, en el organismo, de cierta condición constante en el medio ambiente, a saber, la existencia de un agente que actúa selectivamente, la actividad de los animales que buscan alimento, que siempre está trabajando para destruir formas comestibles de vida. La condición para el funcionamiento efectivo de este agente es que la diferencia entre objetos comestibles y no comestibles sea evidente para las especies depredadoras. Por lo tanto, cuando esta diferencia se oscurece, el proceso de destrucción se detiene y, cuando se alcanza el equilibrio, el organismo protegido es más numeroso de lo que sería de otra manera. La semejanza protectora en cualquier organismo es, por lo tanto, el correlato fisiológico compensatorio de cierta condición ambiental definida que tiende constantemente a disminuir el número de los individuos que forman la especie.

 

Las características generales más constantes en la forma geométrica y la simetría externa de los animales pueden demostrarse de manera similar como adaptaciones estáticas en el sentido antes mencionado, es decir, características que conservan la especie cuyo correlato es alguna peculiaridad constante del medio ambiente. Así, los organismos sésiles (por ejemplo, plantas, hidroides, actinianos, corales, etc.) tienden a exhibir una simetría radial; que esta condición es esencialmente adaptativa puede verse a partir de las siguientes consideraciones: para un animal estacionario en un medio estacionario, por ejemplo, un coral o una anémona de mar, las relaciones espaciales externas son simétricas; un organismo así vive en un medio desde el cual los suministros tienen la misma probabilidad de llegar a él desde todos los lados; a esta condición ambiental corresponde una simetría orgánica que no hace distinción entre direcciones; las partes estructurales están dispuestas de tal manera que los órganos receptivos (tentáculos, etc.) se extienden en varias direcciones del espacio, típicamente separados por ángulos iguales, convergiendo hacia la boca central. El número exacto de radios varía, como es bien sabido, y probablemente se determinó originalmente en el organismo ancestral que fijó el tipo por condiciones parcialmente casuales, que tenían que ver con la economía de material, etc. En los organismos radiados tal como los encontramos ahora (incluyendo plantas así como animales) el número de radios parece ser en general menor cuanto menor es el tamaño del cuerpo; en organismos con una gran extensión, como los árboles, aparecen radios secundarios y se desarrolla un sistema de ramificación dicotómica, que es característicamente simétrico; es decir, las relaciones del organismo con las diferentes direcciones del espacio son iguales. Esta disposición es la correlación del hecho de que en sus relaciones fisiológicas, es decir, como posible fuente de material alimenticio u otros suministros, todas las regiones del espacio son iguales para tal organismo.

 

En los organismos locomotores se dan condiciones muy diferentes, en las que la diferenciación anteroposterior, habitualmente combinada con simetría bilateral y dorsoventralidad, es la regla. ¿En qué consiste la adaptabilidad de este plan morfológico característico? La adaptabilidad general de la diferenciación anteroposterior en un animal móvil consiste simplemente en que cuando un animal de este tipo se mueve hacia adelante, el efecto externo, en lo que respecta al animal, es el mismo que si todos los objetos del entorno situados por delante del animal (excepto los que se mueven más rápido que él) se movieran hacia su extremo anterior; de manera similar, los situados detrás se alejan, relativamente hablando, de su extremo posterior. Por lo tanto, es claramente ventajoso para un animal de este tipo que sus órganos receptores de alimento -es decir, la boca con el aparato prensil asociado y los arcos reflejos que lo operan- estén situados por delante, donde los objetos externos, incluido el alimento, se están aproximando (relativamente hablando) a ella, en lugar de detrás, donde se están alejando de ella. Por la misma razón, los arcos reflejos, con los órganos sensoriales especiales asociados que controlan el aparato locomotor, están situados anteriormente. Las relaciones de un organismo de este tipo con el medio ambiente son evidentemente más favorables al mantenimiento de un equilibrio entre el suministro y la pérdida de lo que sería el caso con cualquier otra disposición. Las relaciones espaciales fisiológicas en un organismo en movimiento son, de hecho, asimétricas en este sentido constante, y a esta asimetría ambiental corresponde la asimetría constante del plan morfológico característico de los animales móviles.

 

La diferenciación en mitades derecha e izquierda similares es, en parte, una consecuencia indirecta de la diferenciación anteroposterior; pero esto por sí solo no es suficiente para explicar la condición, como vemos en el caso de muchos animales que nadan en espiral con una anteroposterioridad bien pronunciada, como los infusorios y los rotíferos, donde la simetría bilateral está ausente o oscurecida. Típicamente se encuentra asociada con la dorsoventralidad; la existencia de esta última condición, sin embargo, debe atribuirse en última instancia a la acción de la gravedad; la gravedad hace que las relaciones arriba y abajo, aunque similares en un sentido puramente espacial, sean físicamente desiguales, y ocasiona una desigualdad correspondiente entre lo superior y lo inferior en los organismos, como en todos los demás sistemas físicos sujetos a su influencia. Esta influencia ha actuado de manera gradual pero constante, y ha determinado la evolución de formas orgánicas con las peculiaridades correlativas o compensatorias características. Encontramos que la diferenciación dorsoventral externa es más pronunciada en los animales que viven en la tierra o en el fondo del mar; en los animales pelágicos es en general menos evidente o ausente. Parece probable que la condición se originó en formas que viven en la costa o en el fondo; es obvio que las estructuras de soporte o locomotoras (patas) que actúan por presión o impacto contra un sustrato horizontal como la tierra o el fondo del mar están mejor ubicadas, desde el punto de vista de la eficacia mecánica y la economía de material, no cuando están distribuidas uniformemente sobre toda la superficie del cuerpo, sino cuando están confinadas a una cierta porción de esta superficie, que corresponde aparentemente a esa región que en cualquier momento puede estar opuesta al sustrato; esta superficie se define así como ventral. La dorsoventralidad de los animales que caminan y vuelan es, por lo tanto, el correlato fisiológico del hecho general de que su movimiento depende en gran medida de la reacción igual y opuesta de sus cuerpos a la presión ejercida en una dirección predominantemente hacia abajo contra un medio de soporte o sustrato. Es interesante observar que en animales nadadores como los peces, que se sostienen por inmersión en un medio de su propia gravedad específica, la dorsoventralidad externa es en general mucho menos pronunciada que en los animales terrestres o que viven en el fondo.

 

La condición de simetría bilateral tiene una relación íntima con la dorsoventralidad y la anteroposterioridad. Dadas estas dos condiciones, es evidente que simples requisitos mecánicos requerirán la colocación igual y simétrica de los órganos locomotores a ambos lados del eje largo. De lo contrario, cualquier locomoción dirigida definitivamente hacia adelante será imposible, o al menos se efectuará con dificultad, es decir, con un gasto desproporcionado y derrochador de energía. Obviamente, este sería el caso si la mayoría de los apéndices para caminar o nadar estuvieran situados a un lado del eje largo. Entonces se necesitarían cambios constantes de posición y dirección de acción para impulsar al animal en línea recta. Es evidente que cualquier empuje de un apéndice locomotor contra el sustrato debe causar inevitablemente alguna desviación lateral de todo el animal a menos que la acción sea exactamente en la dirección del eje largo. Pero con dos apéndices iguales y colocados de manera similar en lados opuestos de este eje, el componente dirigido transversalmente de una acción se compensa con el componente igual y opuesto del otro; Se evitan los desplazamientos laterales aleatorios y las rotaciones sobre el eje longitudinal. La simetría bilateral de los apéndices locomotores es, por tanto, una disposición ventajosa para una locomoción dirigida hacia delante; su "adaptabilidad" general se pone de manifiesto por lo que ya se ha dicho sobre la importancia fisiológica esencial de la diferenciación anteroposterior. La simetría bilateral en el aparato locomotor requerirá, directa o indirectamente, una simetría bilateral en el resto del organismo.

 

De este modo, parece que el plan estructural fijo de la gran mayoría de los animales con referencia a las tres dimensiones del espacio representa en realidad una correspondencia esencialmente adaptativa o conservadora de la especie con las características generales más constantes del medio ambiente -aquellas que son fijas e invariables en la naturaleza misma de las cosas mundanas- es decir, las geométricas y las gravitacionales. Se observará que sólo hay un plano de simetría en un animal así, el sagital -el que incluye la dirección de locomoción normal y divide el cuerpo en mitades derecha e izquierda iguales-. También es esencial notar que el medio ambiente -es decir, el mundo externo en su relación con el animal- aunque puede tener innumerables planos de simetría cuando el animal está en reposo, también tiene sólo un plano de simetría cuando el animal se mueve hacia adelante. Esto puede verse más claramente si imaginamos que el medio ambiente se mueve continuamente en una dirección y el organismo está estacionario, como, por ejemplo, Por ejemplo, en el caso de una planta acuática unida por un extremo, o de un pez que mantiene una posición constante en el centro de una corriente de agua. En este caso, el organismo tiende automáticamente a colocarse con su plano sagital paralelo al de la corriente (3); los dos lados del organismo reciben entonces la misma acción del medio ambiente. En ninguna otra posición sucede esto. Ahora bien, cabe señalar que el efecto directo del medio ambiente en movimiento sobre un animal de este tipo (por ejemplo, un pez) es físicamente el mismo que si el animal se moviera en línea recta hacia adelante y el medio ambiente estuviera estacionario. Los dos lados reciben la misma acción de las condiciones ambientales; sin embargo, anteriormente, estas condiciones son diferentes de lo que son posteriormente, y por encima de lo que son por debajo. Las únicas relaciones simétricas son las relaciones laterales, o derecha e izquierda. Si ahora consideramos el medio ambiente como estacionario y el organismo como moviéndose hacia adelante, las relaciones esenciales entre el organismo y el medio ambiente se ven como las mismas. Como ya se ha señalado, las regiones hacia las que se mueve un animal de este tipo están relacionadas con él de manera muy diferente a aquellas de las que se aleja; Las regiones superiores (es decir, las que se alejan del fondo) son diferentes de las inferiores (hacia el fondo). Sólo la derecha y la izquierda son similares. La similitud morfológica de las mitades derecha e izquierda corresponde, por tanto, a la similitud en las mitades derecha e izquierda del entorno del animal en movimiento. Cuando este último se mueve hacia adelante, crea, por así decirlo, un plano de simetría en el entorno que corresponde a su propio plano de simetría (4).

 

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3.- Es decir, el plano vertical medio de la corriente es paralelo a la dirección de la corriente. Las reacciones reotrópicas de los peces ilustran esta tendencia.

4.- Cualquiera puede convencerse experimentalmente de esto contrastando las condiciones ambientales de un barco que flota en reposo -que son las mismas por todos lados- con las del mismo barco que avanza a gran velocidad; la diferencia entre proa y popa se hace entonces suficientemente evidente; todo el entorno (en su relación con el objeto en movimiento) se ve dividido en mitades derecha e izquierda simétricas, separadas por el plano vertical que incluye la dirección del movimiento. Así, la simetría bilateral de un organismo móvil corresponde a la simetría bilateral del entorno en el que se mueve, y que puede considerarse como en movimiento relativo a él. La reciprocidad en las relaciones entre el organismo y el entorno difícilmente podría recibir una mejor ilustración. La falta de simetría bilateral en un organismo en movimiento, de hecho, interferiría con la locomoción en línea recta. Este principio se aplica a los cuerpos en movimiento en general; Por eso los barcos, los carruajes, los aparatos voladores, etc., son simétricos bilateralmente. La ventaja biológica de poder moverse fácilmente de una región a otra en línea recta es que el cambio de posición se efectúa con el menor gasto posible de energía. La economía es una consideración importante para un organismo empeñado en la lucha por la existencia.

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Este análisis no es completo (5), pero probablemente sea suficiente para el presente propósito, que es demostrar que las características permanentes de la constitución de un organismo muestran una correspondencia definida con las características permanentes de su ambiente normal. Y, además, que esta correspondencia es de tal tipo que favorece la existencia continua del organismo en ese ambiente. Ahora veremos que lo mismo es cierto con respecto a las características cambiantes del ambiente. El principio general de ajuste es el mismo: las actividades externas o el comportamiento del organismo muestran una correspondencia constante con los cambios ambientales y son en general compensatorios en su efecto; es decir, también tienden a contrarrestar o equilibrar las influencias desintegradoras que las condiciones ambientales en general ejercen sobre el organismo; en otras palabras, tienen el efecto de promover la existencia continua de la especie en ese ambiente.

 

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5.- La explicación de la dorsoventralidad puede ser criticada por no tener en cuenta suficientemente las condiciones de organismos como los peces y otros animales nadadores; pero el hecho es que, en general, la dorsoventralidad es mucho menos pronunciada en estos animales -al menos externamente- que en los animales que se sostienen sobre un sustrato sólido. En otras palabras, como las condiciones externas arriba y abajo se aproximan a la igualdad, las condiciones orgánicas hacen lo mismo. El contraste entre peces y moluscos pelágicos y que se alimentan en el fondo enfatiza esto; compárese, por ejemplo, un pez dardo con una platija, o una lapa con un calamar. Por supuesto, si una condición de dorsoventralidad y bilateralidad se ha alcanzado alguna vez en cualquier línea ancestral, los descendientes tenderán a exhibir estos caracteres, independientemente de las condiciones ambientales, en virtud del principio general de persistencia o repetición tan característico de los organismos.

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En las adaptaciones de esta segunda clase, las llamadas adaptaciones "activas", las condiciones se vuelven más difíciles de analizar. Los casos más simples son, tal vez, las reacciones ordinarias de ingestión de alimentos. En la mayoría de los animales existe una respuesta selectiva a los objetos comestibles, en contraposición a los no comestibles; en muchos casos, la base de esta respuesta es un simple reflejo activado químicamente; así, en los metazoos más simples, por ejemplo, la hidra o los actinianos, los tentáculos reaccionan al contacto de partículas de alimento capturándolas y llevándolas a la boca, pero no muestran ninguna respuesta a objetos indiferentes como trozos de papel. El reflejo de transporte de alimentos es iniciado por ciertas sustancias químicas que generalmente están contenidas en el alimento; un arco reflejo terminado por "quimiorreceptores" especiales forma el mecanismo fisiológico. Una reacción de este tipo difícilmente puede llamarse instinto, ya que se manifiesta tanto en tentáculos separados como en aquellos conectados con el animal intacto. Sin embargo, es claramente adaptativa, es decir, contribuye a la supervivencia del organismo. ¿Qué tiene en común esta acción con el comportamiento instintivo o inteligente?

 

En la acción inteligente siempre parece estar presente la cualidad de «propósito»; hay una referencia consciente al futuro; la acción presente altera las condiciones de tal manera que se satisfacen las necesidades futuras. Esto último es cierto también en el caso de la mayoría de las acciones instintivas; sólo que en este caso no hay evidencia cierta de ningún acompañamiento consciente. Ambos tipos de acción deben considerarse, para nuestro propósito presente, como eventos de tipo puramente fisiológico. ¿Cuál es la naturaleza del mecanismo fisiológico que hace posible tal acción?

 

Ahora bien, se puede decir que el reflejo de ingerir alimentos es una acción "intencionada" (utilizando la palabra en su connotación puramente objetiva), puesto que tiene el efecto de asegurar al organismo un suministro de energía que se utiliza para necesidades futuras; en este sentido, de hecho, cualquier acción que garantice la existencia continua del organismo puede llamarse intencional. Pero el término, tal como se entiende comúnmente, se refiere típicamente a alguna contingencia futura especial que no está presente en el momento y para la cual se hace una preparación definida de antemano. Interpretando el término en este sentido, consideremos algunos ejemplos de conducta intencional en animales.

 

Son innumerables los instintos que parecen implicar previsión. Probablemente los ejemplos más llamativos sean los que se refieren a la perpetuación de la especie. En estos casos, el organismo actúa de tal manera que se fomenta la existencia futura de su especie, aunque se sacrifique su vida individual, como de hecho sucede a menudo. En general, todos los instintos que intervienen en la reproducción tienen el efecto directo o indirecto de asegurar condiciones favorables para el desarrollo del óvulo fertilizado hasta una etapa en la que la nueva generación pueda cuidar de sí misma. Los instintos que conducen al apareamiento y están relacionados con él tienen todos esta referencia futura, al igual que los relacionados con el cuidado de los hijos. Si estos actos se llevan a cabo de una manera determinada en cada generación, se asegura la existencia continua de la especie en las condiciones ambientales normales. Por lo tanto, utilizando términos más generales, podemos decir que el efecto último de tales acciones es mantener el equilibrio del organismo con la naturaleza externa; pertenecen a la clase general de reacciones reguladoras, es decir, aquellas que, ya sea de forma continua o a intervalos, compensan o corrigen las desviaciones de la condición equilibrada; Estos instintos aseguran la persistencia del equilibrio orgánico, es decir, de la especie. Sin embargo, el análisis completo de los instintos de finalidad de este tipo es demasiado complejo para el presente propósito, y es mejor seleccionar otros más simples para ilustrarlos.

 

Muchos animales de las zonas templadas se preparan en otoño o durante todo el año para pasar el invierno. Las ranas hibernan, muchos pájaros vuelan al sur, las ardillas almacenan alimentos, algunas sectas como las abejas hacen lo mismo, otras construyen capullos, quistes o madrigueras en las que ellas o sus larvas permanecen latentes durante el período frío. Las preparaciones inteligentes que hacen los seres humanos también pueden clasificarse en este grupo. ¿Cómo se deben considerar estas diversas reacciones desde el punto de vista fisiológico? En primer lugar, hay que señalar que todas muestran una característica común evidente. Pueden considerarse reacciones protectoras que hacen referencia a una situación determinada y regularmente recurrente en el mundo exterior, a saber, la llegada de un período prolongado en el que la temperatura es baja y el alimento escasea. El comportamiento es tal que asegura la supervivencia frente a estas condiciones cambiadas. Ahora bien, lo que hay que señalar especialmente es que en cada uno de los casos anteriores el comportamiento característico, que se refiere a la situación en su conjunto, es provocado o iniciado sólo por una parte de la misma, y ​​a menudo una parte bastante discreta. Así, las golondrinas reaccionan a la llegada de los días fríos de principios de otoño reuniéndose en bandadas y volando hacia el sur. La migración es una adaptación a la situación global que acabamos de definir, no simplemente al cambio externo que inicia la secuencia característica de comportamiento; la ocasión inmediatamente desencadenante, el cambio de tiempo en otoño, no requiere en sí misma una adaptación especial. Pero la conexión entre este cambio y la llegada del invierno es constante; al reaccionar así a una parte de la situación, el animal en realidad se está adaptando a la totalidad.

 

En todas las acciones instintivas que tienen una referencia futura encontramos que esto es así; la acción tiene referencia a la situación en su totalidad o a una parte de la situación que no está presente en el momento en que comienza la reacción; típicamente la reacción es puesta en marcha por sólo una parte, y a menudo una parte insignificante, de toda la secuencia externa de eventos (6); pero esta parte constituye un signo o índice de lo que va a seguir; y es a alguna parte de esta condición sucesiva a la que el animal se ajusta; esto lo hace iniciando una reacción o una serie de reacciones que en sus primeras etapas pueden parecer que no tienen ninguna referencia a la situación en la que se encuentra en ese momento. Una reacción de este tipo es inexplicable por referencia al presente solamente, y por lo tanto impresiona a los observadores humanos con un sentido de propósito o previsión consciente. Pero es claro que nada de eso está necesariamente implícito, más que una precaución inteligente está implícita en el comportamiento de una caldera que levanta su válvula de seguridad cuando la presión del vapor se acerca al punto de peligro. En ambos casos existe un mecanismo permanente (7) que da una respuesta definida a un determinado cambio de situación. Esta respuesta previene una contingencia futura. Lo notable es que las condiciones de la acción y su efecto final son exactamente lo que esperaríamos que fueran si toda la situación estuviera bajo la observación y el control de algún agente inteligente con un propósito determinado. ¿Cuáles son las condiciones en el organismo y en la naturaleza externa que hacen posible una anticipación tan exitosa?

 

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6.- Es decir, por algún precursor constante de la situación a la que la reacción está adaptada.

7.- No estamos considerando ahora cómo surgió este mecanismo. Por supuesto, la válvula de seguridad es un producto de la inteligencia intencional. Pero esa inteligencia tiene una base fisiológica, o al menos un correlato, cuya naturaleza estamos a punto de analizar; por lo tanto, ambos tipos de dispositivos son, en última instancia, de origen fisiológico.

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Si se examina más de cerca, se ve que esta acción instintiva, aunque compleja, tiene todas las características de un simple reflejo protector o de obtención de alimento, tanto en lo que respecta a las condiciones en las que se despierta como a su efecto final sobre la vida del propio animal o de su especie. En todos los casos de instintos de propósito, vemos que el organismo reacciona de manera constante a una condición que se repite con constancia. El caso difiere de la reacción directa a la presencia de material alimenticio sólo en su complejidad y en el hecho de que la situación total a la que se realiza el ajuste tarda en desarrollarse y, por lo tanto, una parte esencial de la reacción que implica el ajuste se realiza de antemano. Así, la araña reacciona a las condiciones en las que nace -es decir, un mundo con rincones, ramas y grietas, y una cierta concentración de insectos voladores- tejiendo una red y acechando; el resultado final esencial de esto -la consecuencia conservadora o equilibrante de la especie- es la obtención de alimento. La avispa excavadora reacciona a la presencia de huevos fecundados en su oviducto cavando un agujero, picando a una oruga en la superficie ventral (que se calma sin matar a la presa), colocando a la víctima en el agujero y depositando huevos sobre ella. En este caso, la secuencia es más compleja, pero no por ello menos constante y corresponde a una combinación igualmente constante de condiciones de la naturaleza (a saber, presencia de orugas con cordón nervioso ventral, propiedades constantes de los propios huevos y larvas de la avispa, cierta consistencia del suelo, etc.); el resultado final de la secuencia de conducta también es constante, a saber, el desarrollo de una proporción suficiente de huevos para asegurar la continuidad de la especie. En sus características generales, estos dos ejemplos son típicos. Siempre hay dos correlatos: 1.- constancia de la situación en la naturaleza externa, y 2.- constancia de la respuesta fisiológica o secuencia de conducta, que afecta directa o indirectamente al ajuste.

 

La perfección y el ingenio de muchos instintos animales es simplemente una de las condiciones esenciales de su eficacia; la constancia de las condiciones externas es otra; si en conjunto tal conducta no asegurara la supervivencia, el organismo, y con él sus instintos, pronto se extinguirían. Así, desde el punto de vista más general, un instinto de propósito que implica una serie compleja de acciones debe considerarse como una respuesta de conservación de la especie a cierta situación natural constante, aunque prolongada en el tiempo; la secuencia de acontecimientos que componen esta última puede ser larga y compleja, pero si es constante de modo que cuando ocurren los primeros acontecimientos los posteriores están definitivamente predeterminados, el organismo puede realizar en la primera parte de la secuencia una acción que lo pone en relaciones ventajosas con acontecimientos o condiciones que aparecen más tarde. En tales casos, puede decirse que el organismo ha mostrado un propósito. Sin embargo, el propósito consciente no está implícito más que en la producción de huevos de invierno por parte de los dáfnidos, o de anzuelos, órganos voladores y otros medios de distribución por parte de las semillas; En el caso de los dáfnidos, el correlato externo o ambiental de la formación periódica constante de huevos resistentes es la recurrencia constante del invierno; en el caso de las plantas, el correlato de la formación de ronchas es el paso más o menos frecuente de animales con piel a través del bosque; en el caso de los órganos voladores como el vilano, la presencia constante de vientos. En cada uno de estos casos, el proceso orgánico de formación precede en el tiempo a la aparición de la situación a la que proporciona adaptación. El rasgo común a todos es una constancia en ciertas peculiaridades del mundo externo; un proceso fisiológico constante correlativo proporciona medios correspondientes definidos de ajuste o equilibrio. Podemos decir que siempre hay dos rutinas que muestran una correspondencia fija entre sí, una es la rutina de la naturaleza externa (por ejemplo, la recurrencia regular de estaciones frías, etc.); la otra es una cierta rutina metabólica o formativa en el organismo, que involucra mecanismos nerviosos y musculares que reaccionan apropiadamente en otros. Cuando los procesos resultantes de estas dos rutinas entran en interacción, se compensan mutuamente. De aquí se sigue que en todos los casos el resultado normal de la actividad orgánica es conservacionista de la especie, es decir, adaptativo.

 

Parece que la incertidumbre humana característica acerca del futuro ha hecho difícil que los hombres se den cuenta de la constancia fundamental de los procesos naturales; y por ello se han sorprendido quizás indebidamente ante la complejidad y la adecuación detallada de muchos instintos y hábitos que implican referencias futuras. Sin embargo, en realidad la constancia de secuencias complejas en la naturaleza puede ser tan grande como la de secuencias más simples como la sucesión del día o la noche o la recurrencia de las estaciones; y el hecho de que los organismos muestren muchas peculiaridades especiales de estructura y comportamiento que, por así decirlo, cuentan con esta constancia de secuencia y condición en la naturaleza no es sorprendente desde el punto de vista antes mencionado. Estas peculiaridades fisiológicas son necesarias para la estabilidad de los equilibrios orgánicos. Debemos considerar todos los casos de adaptación -ya sea que dependan de peculiaridades estáticas de forma o estructura o de actividades especiales- como representando esencialmente, desde el punto de vista fisicoquímico, equilibrios de mayor o menor complejidad. Es posible que la relación de un organismo con la naturaleza externa se pueda representar mediante una ecuación en la que un lado formule las condiciones del organismo y el otro las de la naturaleza externa. Ambos lados de una ecuación de este tipo pueden ser igualmente complejos, pero esto no siempre es necesario. Lo esencial es que los totales de los dos conjuntos opuestos o recíprocos de actividades se equilibren entre sí. En algunos casos, las actividades del organismo pueden reducirse a términos relativamente simples, por ejemplo, si el medio ambiente es uniforme o el sistema vivo está bien aislado de su entorno; encontramos esta condición general en las plantas. Por otra parte, cuando las condiciones ambientales son cambiantes y complejas, y el organismo también es complejo, estos simples arreglos estáticos no pueden ser suficientes para asegurar el equilibrio. Sólo los sistemas con poderes de regulación altamente desarrollados son capaces de continuar existiendo en tales condiciones. De esta manera podemos explicar la evolución de la complejidad fisiológica que encontramos en los organismos superiores; las condiciones ambientales complejas y constantemente cambiantes requieren en el organismo un aparato de regulación y respuesta correspondientemente complejo y cambiante, si se ha de efectuar el ajuste. Este estado general, en el que las situaciones complejas y variables de la naturaleza se encuentran y se compensan con series correspondientemente complejas y variables de actividades orgánicas, alcanza su punto culminante de desarrollo en el tipo de comportamiento conocido como inteligente.

 

La distinción puramente fisiológica entre acciones inteligentes (que son conscientes, al menos en su origen) y acciones instintivas (que probablemente, por regla general, se llevan a cabo inconscientemente, como la mayoría de los demás procesos fisiológicos) es difícil de definir. En la medida en que la inteligencia consiste en la clasificación adecuada de situaciones o sucesos -como paso previo a la acción en relación con ellos- no puede considerarse esencialmente diferente del instinto. Un agente inteligente reconoce una situación como una de un cierto tipo de situaciones previamente experimentadas -o como una combinación de tales situaciones-; se sigue una respuesta o una serie de respuestas apropiadas a ese tipo de situación; en otras palabras, se reconoce la constancia de la situación o de sus elementos y se responde con un modo o modos de acción correspondientemente constantes. La complejidad de la situación externa a la que se reacciona de esta manera puede ser muy grande; en tal caso, debemos suponer una complejidad correspondiente en el correlato fisiológico, es decir, en las condiciones estructurales y fisicoquímicas dentro del organismo que subyacen y determinan la respuesta. Pero no parece haber necesidad de suponer la actuación de un tipo de agente inherentemente diferente.

 

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8.- En este caso entra en juego la actividad analítica de la inteligencia, que parece ser fisiológicamente análoga a la respuesta refleja selectiva. Normalmente, cualquier organismo reacciona selectivamente (es decir, analíticamente) a su entorno por medio de los terminales sensoriales-receptores especiales de su aparato reflejo.

9.- Muchos estudiosos de este problema subrayan el carácter cambiante de la acción inteligente, en contraste con el carácter estereotipado de los instintos. La inteligencia se manifiesta, por ejemplo, cuando un animal aprende a responder eficazmente a una situación desconocida (como cuando aprende a atravesar un laberinto en cuyo otro extremo se encuentra su fuente de alimento). Aquí está implícita la memoria o el poder de formar nuevas "asociaciones", es decir, en el sentido fisiológico, nuevos tipos o combinaciones de conexiones neuromusculares. Por ello, varios autores han considerado la memoria asociativa como el criterio objetivo de la inteligencia. La memoria se manifiesta, objetivamente, en la modificación de una reacción de manera constante ante la repetición de la situación externa. En el proceso de aprendizaje, el animal "inteligente" modifica su reacción en el sentido de lograr un ajuste cada vez mejor a la situación. Debemos observar, sin embargo, que tanto si el mecanismo fisiológico de ajuste es perfecto ya al nacer -como en el caso del instinto de tejer telarañas de las arañas- como si se perfecciona gradualmente bajo el control de la experiencia (ensayo y error, etc.), el resultado final es el mismo, es decir, el establecimiento de un correlato fisiológico constantemente eficaz para la situación ambiental constante. Una vez que se ha aprendido el modo adecuado de reacción, su base fisiológica tiende a persistir (si se utiliza adecuadamente), y la reacción se emplea siempre que surge la situación externa correspondiente. Sin duda, la capacidad de modificar las reacciones hasta que concuerden con la situación externa -es decir, se ajusten a ella- es característica de la inteligencia; pero el proceso de modificación en sí mismo se produce de manera constante (varía de una especie a otra) y representa una propiedad fisiológica adaptativa especial con una base fisicoquímica definida. Por medio de él se facilita enormemente el logro de una correspondencia efectiva entre la conducta y la situación externa. La relación final, en la que la constancia de la respuesta responde a la constancia de la situación, se establece más fácilmente. La acción inteligente consiste en gran medida en esfuerzos tentativos para lograr esta correspondencia. De ahí que la conducta, incluso de las personas inteligentes, tienda a estereotiparse a medida que envejecen y se familiarizan más con sus condiciones de vida.

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El papel que desempeña el lenguaje en las acciones inteligentes de los seres humanos es, por supuesto, enorme. Pero se sabe que el lenguaje se basa en el reconocimiento de las constancias o "universales" de la experiencia; su existencia misma presupone que los hechos estáticos, los sucesos, los modos y condiciones de cambio, las relaciones, etc., simbolizados por palabras y secuencias de palabras, se han repetido una y otra vez (al menos lo suficiente para que se comprenda su carácter recurrente) y seguirán repitiéndose. Por lo tanto, facilita enormemente el trabajo de clasificación, es decir, el de reconocer una situación como perteneciente a un tipo definido. Sin embargo, este último es el criterio esencial de la acción inteligente; el lenguaje, como instrumento de adaptación biológica, debe considerarse esencialmente como un medio para este fin. Por medio de él, la experiencia se analiza y clasifica en gran medida de antemano; la situación puede estar ya claramente definida antes de encontrarse con ella; por lo tanto, se reconoce fácilmente y se indica o pone en funcionamiento de inmediato la respuesta apropiada. Es evidente lo importante que es esto para un ajuste efectivo.

 

Desde este punto de vista, las palabras y los conceptos que simbolizan representan o corresponden a los diversos mecanismos fisiológicos permanentes (por ejemplo, los arcos reflejos y sus combinaciones) que fundamentan y hacen posible los ajustes activos especiales apropiados para las diversas situaciones en las que se encuentra repetidamente el organismo. Cuando se reconoce que la situación pertenece a un tipo determinado, para el cual ya existe un ajuste en el organismo, el problema de cómo enfrentarse a ella queda resuelto. El mecanismo fisiológico especial de ajuste requerido por la situación se activa o refuerza fácilmente con la palabra adecuada; esto es una cuestión de experiencia común y no necesita un énfasis especial. Por lo tanto, definir una situación con precisión mediante una palabra o una frase implica adaptarse a ella. Para un soldado bien entrenado, la conexión entre la palabra de mando y la acción es inseparable.

 

Ningún tratamiento sumario de este tipo puede hacer justicia al problema en detalle, pero sus aspectos biológicos son fundamentales y apenas están comenzando a recibir la debida consideración. La acción inteligente debe considerarse como un modo de respuesta orgánica, y sus prerrequisitos fisiológicos especiales deben determinarse mediante la investigación científica. Es especialmente necesario destacar aquellas peculiaridades que posee en común con otras formas de respuesta, tanto en animales como en plantas. Sus afinidades con la conducta instintiva y, en última instancia, con la acción refleja selectiva, son inconfundibles para el fisiólogo. Sin embargo, el análisis no altera el carácter total de la cosa analizada; y la dignidad de la inteligencia no se ve ofendida por el reconocimiento de su origen y afinidades biológicas, mientras que la comprensión de su naturaleza esencial puede aumentar considerablemente. El aparato intelectual del razonamiento conceptual debe considerarse como un aparato fisiológico correlativo que consiste en predisposiciones orgánicas permanentes o ajustes de varios tipos (10); estos ajustes corresponden a las diversas situaciones que se repiten continuamente y que el organismo debe estar preparado para enfrentar en su vida normal. Debe haber una base fisiológica para los procesos lógicos. Aristóteles reconoció también que en el razonamiento consciente se produce una unión de la categoría "universal" o permanente que proporciona la mente, con la "particular" que proporciona la experiencia; esta última queda así caracterizada o especificada de forma definida, es decir, se convierte en objeto de conocimiento; y, si es necesario, se puede emprender la acción apropiada en relación con ella. La interpretación fisiológica de esta ley es evidente por lo que antecede: a lo "universal" corresponde el mecanismo fisiológico permanente de ajuste dentro del organismo; es el acontecimiento o condición "particular" de la naturaleza lo que pone en acción este mecanismo y, de este modo, pone al organismo en relaciones efectivas -es decir, autoconservadoras- con sus condiciones de vida. Es evidente que una constancia esencial en las condiciones en las que tienen lugar los acontecimientos, tanto dentro del organismo como en la naturaleza externa, es el requisito principal para tal interacción. Pero es precisamente esa constancia la que, para el observador científico, constituye la peculiaridad más significativa y extendida de la naturaleza; la investigación revela en todas partes la recurrencia continua de los mismos elementos, tanto de condición estática como de acontecimiento; En este sentido, lo vivo y lo no vivo son iguales. Sin embargo, la recurrencia implica la permanencia de la condición; esta peculiaridad del mundo físico apunta, por tanto, al carácter permanente o esencialmente atemporal de las condiciones que subyacen a los procesos naturales. Profundizar en esas consideraciones nos llevaría más allá de los límites del presente artículo.

 

Ralph S. Lillie.

UNIVERSIDAD CLARK

 

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10.- Como ya se ha señalado (nota a pie de página, p. 607), en los organismos inteligentes muchos de estos ajustes deben considerarse, no como ya permanentes o estereotipados, sino como en proceso de realización o perfeccionamiento. Esta calificación, sin embargo, no altera la naturaleza esencial del caso.

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Anexo 1.

a. Artículo: “What is Purposive and Intelligent Behavior from the Physiological Point of View? (1915) por Ralph S. Lillie en The Journal of Philosophy, Psychology and Scientific Methods, Oct. 28, 1915, Vol. 12, No. 22 pp. 589-610





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Título: ¿QUÉ ES LA CONDUCTA INTELIGENTE Y FINAL DESDE EL PUNTO DE VISTA FISIOLÓGICO? // What is Purposive and Intelligent Behavior from the Physiological Point of View?

Autor: Ralph S. Lillie

Año: 1915


Publicado en: The Journal of Philosophy, Psychology and Scientific Methods , Oct. 28, 1915, Vol. 12, No. 22 (Oct. 28, 1915), pp. 589-610


Idioma: Inglés

OBRA ORIGINAL

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