REVISTA DE FILOSOFÍA, PSICOLOGÍA Y MÉTODOS CIENTÍFICOS // The Journal of Philosophy, Psychology and Scientific Methods
¿QUÉ ES LA CONDUCTA INTELIGENTE Y FINAL DESDE EL PUNTO DE
VISTA FISIOLÓGICO?
Si podemos decir que la conducta de los organismos vivos
está regida por motivos, es evidente que en casi todos los casos estos motivos
son de carácter estrictamente práctico. Parece que se tiene en mente algún fin
favorable para el individuo o para la especie, y este fin debe alcanzarse con
frecuencia, si no habitualmente, pues de lo contrario la especie no seguiría
existiendo. Aparentemente, el «propósito» general de la mayoría de las acciones
animales es aprovechar las condiciones existentes en el medio ambiente o
modificar las relaciones entre el individuo y el medio ambiente de algún modo
favorable para la especie. Son estas acciones dirigidas externamente las que
forman la mayor parte de lo que se conoce como «conducta animal» y representan
un medio importante, aunque no el único, por el cual el animal se adapta a su
medio ambiente. Por lo general, clasificamos estas acciones en parte como
«instintivas» y en parte como «inteligentes»; tal vez su característica más
notable es que a menudo se refieren a un futuro más o menos remoto; no pueden
entenderse teniendo en cuenta únicamente las condiciones presentes. Por eso nos
parecen «intencionadas». La característica "teleológica" de los seres
vivos aparece más claramente en este aspecto de su vida. Pero desde el punto de
vista fisiológico es necesario llegar a una definición puramente objetiva o
fisicoquímica del término "intencional" aplicado a tales acciones. El
concepto se deriva claramente de la experiencia introspectiva de los seres
humanos, que muestra que el propósito es esencial para la acción humana eficaz;
y la concepción de la conducta adaptativa como algo necesariamente determinado
y guiado por un propósito se ha arraigado firmemente en la mente de la raza.
Para la mayoría de las personas, de hecho, esta concepción parece inevitable o
incluso innata; la acción dirigida hacia un fin definido es ininteligible sin
suponer la existencia de algún propósito subyacente. Cuando se adopta en la
esfera filosófica y se aplica al proceso cósmico o evolutivo en su conjunto,
este punto de vista conduce a una concepción teleológica de la naturaleza; todo
el proceso evolutivo aparece entonces como la expresión esencial de un
propósito; Lo teleológico -el reino de los fines- se contrasta con lo mecánico,
como si sus naturalezas fueran inherentemente dispares, representando, de
hecho, dos tendencias distintas en la naturaleza. En consecuencia, ciertos
pensadores sostienen que el organismo vivo -esa parte de la naturaleza donde la
teleología es más evidente- no puede ser un sistema accionado meramente
mecánicamente. Se necesita algo más para explicar sus peculiaridades
especiales; y este algo se supone generalmente que es aquello de lo que somos
conscientes en la acción intencional; el organismo se concibe entonces como la
expresión de una agencia intencional -la "entelequia" de Hans Adolf
Eduard Driesch y otros vitalistas-. ¿Cómo podemos reconciliar esta idea con la
convicción -que se vuelve más firme a medida que avanza la ciencia fisiológica-
de que el organismo, considerado como un sistema material en la naturaleza
externa, no tiene peculiaridades que no puedan explicarse en última instancia
sobre la base de su constitución fisicoquímica únicamente?
La ciencia fisiológica considera al organismo como un
sistema fisicoquímico de un tipo especial, peculiar por exhibir una composición
química y un metabolismo únicos, y a menudo un alto grado de complejidad, pero
por lo demás similar en sus propiedades y modos de funcionamiento a un sistema
no vivo. ¿Puede demostrarse que la acción intencional o inteligente es una
característica posible o incluso necesaria de los sistemas materiales con la
constitución peculiar de los organismos vivos y que poseen sus relaciones
características con un "medio ambiente"? Esta es la cuestión que me
propongo discutir en el presente artículo. Mi procedimiento y métodos de
razonamiento serán los de la ciencia natural objetiva puramente; y las acciones
intencionales, ya sean instintivas o inteligentes, se considerarán simplemente
como eventos de la naturaleza externa, sin tener en cuenta su posible
acompañamiento consciente o psíquico. Espero demostrar que la acción que tiene
todas las marcas externas de un propósito no es en su naturaleza general algo
distintivo sólo de los organismos vivos, sino que es, considerada
mecanicistamente (1), simplemente uno de los muchos medios por los cuales un
sistema fisicoquímico complejo, que exhibe un metabolismo y preserva un
equilibrio con un ambiente cambiante, mantiene su equilibración característica.
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1.- Es decir, condicionada únicamente por factores
fisicoquímicos.
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En primer lugar, nos esforzaremos por definir con la mayor
claridad posible lo que se entiende por el concepto de "adaptación"
orgánica y por el término "adaptativo" aplicado a diversas
propiedades físicas, estructuras y actividades de los organismos. El
significado sustancial de esos términos, en el sentido fisiológico, se puede
indicar de forma muy sencilla. Dejando de lado los detalles complejos y
variables que siempre se encuentran en los casos especiales de adaptación, un
análisis más detallado nos lleva a descubrir que todas las características o
mecanismos adaptativos tienen una propiedad en común, a saber, la de favorecer
la existencia continua de la especie. Una adaptación es una característica que
conserva la especie. Se dice que un organismo está adaptado a su entorno cuando
presenta propiedades físicas, caracteres estructurales y actividades de tal
tipo que su desarrollo, crecimiento y existencia continua en ese entorno están
asegurados. La falta de tal ajuste significa una extinción temprana o eventual.
La pregunta entonces es: ¿cuál es la naturaleza de la interacción que hace
posible esa existencia continua? Responder a esta pregunta en detalle es tarea
de la ciencia fisiológica; pero en general, las peculiaridades esenciales
comunes a los organismos vivos, a diferencia de los sistemas no vivos, se
pueden definir de forma bastante sencilla. En primer lugar, en todos los
organismos se produce una transformación específica de la materia y la energía,
tomadas del medio ambiente, en la sustancia característicamente organizada y
activa del organismo; y, en segundo lugar, el organismo, una vez formado,
exhibe actividades automáticas y de otro tipo, de tal índole que conserva y
perpetúa su propia existencia y la de la especie. Es decir, estas actividades
tienen como efecto final la obtención de los materiales (alimentos, agua,
oxígeno, sales), la energía y otras condiciones (por ejemplo, ambientales) que
son necesarias para la continuidad de esta transformación específica. Esta
última se lleva a cabo de forma automática e independiente en cada individuo.
En su aspecto químico incluye los procesos constructivos del metabolismo; por
los procesos destructivos, principalmente las oxidaciones, se obtiene la
energía utilizada por el organismo en sus actividades. Se observará que aquí
estamos considerando el organismo como la especie, es decir, como la sucesión
total de individuos genéticamente conectados y similares. Tal vez sea más usual
concebir el organismo como el individuo único, que convencionalmente (2) se considera
que comienza su existencia con el óvulo fertilizado y la termina con la muerte
natural; pero esta distinción puede considerarse poco importante desde el punto
de vista actual. La existencia de la especie es aparentemente ilimitada en el
espacio y el tiempo por condiciones inherentes, mientras que la del individuo
es limitada, ya que tanto el tamaño corporal como la duración de la vida son
caracteres específicos más o menos definidos; pero por lo demás, en lo que
respecta a la posesión de características vivas, no es necesario establecer
ninguna distinción esencial. Subrayo aquí la concepción del organismo como
constituido por la especie más bien que por el individuo único, tanto porque
existe o ha existido -como un hecho- una continuidad material entre todos los
individuos de la especie, como también porque es importante recordar que es la
existencia continuada de la especie más bien que del individuo lo que
constituye el resultado final esencial de las actividades orgánicas en su
totalidad; pues, si se pierde de vista este principio general, muchos rasgos
altamente característicos de la conducta animal se vuelven ininteligibles.
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2 "Convencionalmente", es decir, porque las
células germinales de las que surgen los nuevos individuos son genéticamente
continuas con el organismo original, y es arbitrario decir definitivamente
cuándo comienza la vida del nuevo individuo.
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En general, podemos clasificar como adaptaciones todas
aquellas peculiaridades especiales de forma, constitución fisicoquímica y
comportamiento cuya existencia es favorable a la existencia continua del
individuo o de la especie. Ahora podemos hacer nuestra definición algo más
precisa. En aras de la simplicidad y la brevedad, limitemos nuestra
consideración al organismo individual durante el período plenamente
desarrollado o adulto de su existencia; ¿qué se necesita para su mantenimiento?
Fundamentalmente un equilibrio entre la ganancia y la pérdida de material y
energía: un equilibrio metabólico. Los procesos fisiológicos dentro del
organismo se llevan a cabo automáticamente en condiciones ambientales normales
(de temperatura, medio, etc.) siempre que se mantenga el suministro de
alimentos, oxígeno y otros materiales necesarios desde el exterior; las
actividades externas o "comportamiento" del organismo, por lo tanto,
se refieren principalmente a satisfacer este último requisito, es decir, a mantener
los suministros necesarios. Suponemos que se han alcanzado los límites del
crecimiento; el requisito esencial que se debe satisfacer, por lo tanto, es que
el suministro de alimentos y otros elementos necesarios no caiga
permanentemente por debajo de la pérdida. En estas condiciones hay equilibrio,
balance de procesos constructivos y destructivos, y la vida continúa
normalmente. Las actividades externas que directa o indirectamente tienen el
efecto de mantener este equilibrio son las que se caracterizan como adaptativas.
La adaptación, como condición que caracteriza las relaciones entre el organismo
y el medio ambiente, se define así con precisión: es simplemente el
mantenimiento del equilibrio orgánico; las características adaptativas de la
estructura o del comportamiento externo son las que contribuyen a este fin.
La observación muestra que el comportamiento externo de los
animales está regulado en gran medida por las exigencias de este equilibrio.
Esto se ilustra mejor con un ejemplo concreto: en todos los animales
encontramos que cuando el suministro de alimentos disminuye por debajo de lo
normal, la actividad de búsqueda de alimentos aumenta correspondientemente; hay
un aumento de la reactividad hacia los materiales alimenticios; este es el
correlato fisiológico del "hambre"; las posibilidades de obtener lo
que se necesita para mantener el equilibrio aumentan, lo que hace que el
equilibrio orgánico sea más estable de lo que sería de otra manera. Los
dispositivos compensatorios o reguladores de este tipo o similares son
especialmente característicos de los animales superiores; y es interesante
observar que tienen numerosas analogías con los dispositivos utilizados para
controlar la tasa de consumo de energía en los mecanismos artificiales
(termostatos, reguladores, reóstatos, etc.). No sólo se regula así el suministro
de material desde el exterior, sino que las alteraciones en la estructura del
sistema vivo, o en su temperatura, o en la composición química de sus
tejidos-medios pueden provocar asimismo contraprocesos automáticos
(regeneración, alteración de la producción o pérdida de calor, producción de
antitoxinas, etc.) que tienden a restablecer las condiciones normales. El
comportamiento externo adaptativo aparece así como uno de un gran número de
procesos o actividades reguladoras, todas las cuales desempeñan su papel en la
conservación del equilibrio normal entre el organismo y el medio ambiente.
Generalizando más ampliamente -pero sin alterar el significado esencial de lo
que acabamos de decir- llegamos a la conclusión de que en cualquier especie
estable o bien adaptada la acción total del medio ambiente sobre el organismo
está exactamente contrarrestada por la totalidad de las actividades del
organismo. La interacción es recíproca y normalmente da como resultado un
ajuste que hace posible un equilibrio prolongado. La complejidad de los
procesos de ajuste en el organismo corresponde así a la complejidad del medio
ambiente, es decir, de esa parte del mundo exterior con la que el organismo
entra en relación. En los animales superiores, la respuesta es delicada y selectiva
hasta tal punto que hace difícil o imposible un análisis fisiológico detallado.
Pero en todos los casos, las relaciones esenciales entre el organismo y el
medio ambiente son similares; existe una interacción que involucra a ambos
lados a muchos componentes, cuyos efectos integrales en ambos lados son
típicamente iguales y opuestos, y por lo tanto resultan en equilibrio.
Desde este punto de vista, el caso de un animal superior
difiere sólo en el grado de complejidad del de uno inferior. En general, un
sistema complejo y altamente integrado está más sujeto a desajustes que uno más
simple; por lo tanto, no es sorprendente encontrar que en sus detalles el
ajuste de los animales superiores implica la existencia de mecanismos y
actividades reguladoras de un tipo notablemente sensible. Esto se ve claramente
en el comportamiento externo. El organismo responde incluso a los cambios más
leves en su entorno. No es exagerado decir que en un animal bien adaptado en un
entorno complejo, cada evento físico en el entorno inmediato o dentro del
alcance de sus receptores de distancia provoca una respuesta apropiada, es
decir, el correlato fisiológico compensatorio del cambio ambiental. La acción
de un gorrión en las calles de la ciudad ilustra bien esto. Es tan cierto que
un naturalista experto puede deducir gran parte del carácter del entorno de un
animal previamente desconocido a partir de un estudio de sus peculiaridades
estructurales y fisiológicas. Cada característica orgánica tiene su complemento
en alguna característica del entorno. La complejidad del organismo es pues el
correlato o imagen especular de la complejidad de la naturaleza externa.
Desde este punto de vista, el organismo debe considerarse
como un sistema fisicoquímico de un tipo especial, que exhibe un equilibrio
dinámico con su entorno, es decir, un equilibrio en el que dos conjuntos de
procesos, uno constructivo o constitutivo, el otro destructivo o disipativo, se
equilibran entre sí. En la naturaleza existen muchos otros sistemas denominados
"estacionarios", caracterizados por un intercambio continuo y
equilibrado de material y energía con el entorno; una llama de vela, un
vórtice, una cascada son ejemplos; todos estos sistemas tienen en común ciertas
características generales definidas; por lo tanto, la comparación de un
organismo vivo con un vórtice o la llama de una vela es tradicional y sirve
para aclarar ciertas peculiaridades fundamentales de la condición viva. Una de
las propiedades generales más interesantes de estos sistemas es un cierto poder
de ajuste regulador a los cambios de condición, es decir, una capacidad para
mantener una forma, constitución y propiedades definidas a pesar de cambios a
menudo extensos de las condiciones externas o internas; relacionada con esta
peculiaridad está la tendencia de estos sistemas a recuperar la condición
original después de una perturbación. Esta durabilidad de la forma o de las
propiedades, a pesar de los continuos cambios de composición, depende del
carácter inmutable o de la permanencia de ciertos componentes del sistema, en
particular los que controlan la entrada y la salida de la materia y de la
energía que lo constituyen. Mientras estos componentes relativamente estables
-generalmente sólidos o estructurales- permanezcan intactos, las demás
sustancias que componen el sistema y las condiciones que lo rodean pueden
cambiar dentro de límites considerables sin afectar permanentemente las
propiedades del propio sistema. Así, la constancia de la llama de una vela
depende de la permanencia y de las propiedades uniformes de la mecha y del
cilindro de parafina y del suministro de oxígeno; la permanencia de un vórtice
depende de alguna configuración permanente del fondo del río, y así
sucesivamente. De modo similar, en el organismo debe suponerse que existe algún
sustrato estructural permanente que condiciona de manera específica el carácter
de la transformación metabólica perpetua; mientras este sustrato permanezca
esencialmente inalterado, el organismo continúa "viviendo", a pesar
de los cambios en el suministro de alimentos o en la situación externa. Por
tanto, el organismo, como la llama de una vela o una fuente, tiende a "enderezarse"
después de una perturbación. Se pueden señalar varias analogías entre los
ajustes de los sistemas inorgánicos de esta clase y las respuestas adaptativas
de los animales, pero no es necesario detenerse aquí en ellas en detalle. Sin
embargo, es importante en esta etapa de la discusión reconocer la semejanza
general entre tales sistemas y los organismos vivos; porque muchas de las
actividades de estos últimos dependen, en último análisis, de que tengan las
propiedades generales de los sistemas fisicoquímicos de esta clase.
Ahora consideraremos más particularmente el caso del
organismo vivo. Para nuestro propósito actual podemos dividir los caracteres
adaptativos en dos clases: 1.- los que tienen que ver con la estabilidad de las
condiciones dentro del organismo mismo (por ejemplo, funciones fisiológicas
especiales como la secreción, o estructuras especiales como las válvulas
cardíacas, etc.) y 2.- los que tienen que ver con la estabilidad de las
relaciones entre el organismo y el medio ambiente. La segunda clase forma el tema
de nuestra consideración inmediata; incluye las diversas adaptaciones externas,
las que están directamente relacionadas con las interacciones entre el
organismo y el medio ambiente. Estas pueden dividirse a su vez en dos grupos:
primero, los caracteres adaptativos que pueden describirse como estáticos,
consistentes en diversas peculiaridades permanentes de forma, color u otra
propiedad física o estructura (como la gravedad específica en los peces, la
cobertura de plumas en los pájaros, etc.); y, segundo, las adaptaciones
activas, que incluyen todas las respuestas activas que el organismo realiza
para ajustarse a los cambios en su medio ambiente. Las acciones instintivas e
inteligentes de todo tipo pertenecen a esta segunda subclase, que forma el tema
principal de la presente discusión; Pero como todas estas reacciones
adaptativas presentan ciertas características generales cuyo significado
fisiológico se aclara mejor al considerar la clase estática de adaptaciones,
primero consideraremos estas últimas con cierto detalle.
En todos los organismos, parte de la adaptación al medio
depende de condiciones puramente estáticas, que no implican ninguna actividad
externa, ni instintiva ni inteligente, por parte del organismo. En tales casos,
la condición externa a la que hace referencia la adaptación orgánica debe
considerarse constante, es decir, que ejerce su influencia continuamente; es
una característica permanente del medio normal, de modo que un ajuste orgánico
permanente y relativamente inmutable es suficiente para preservar el
equilibrio. Esto puede ilustrarse mejor con referencia a una de las
peculiaridades fisicoquímicas más generales y constantes de las células vivas.
Consideremos, por ejemplo, las células de los organismos marinos; éstas están
típicamente bañadas por un medio que es agua de mar o tiene la composición
esencial de agua de mar; obviamente, un medio de este tipo tiene una
composición muy diferente de la del protoplasma vivo; y dado que el protoplasma
consiste en gran parte de sustancias cristaloides en estado de solución, es
evidente que si fuera posible el libre intercambio de sustancias difusibles, el
sistema vivo no podría conservar durante mucho tiempo su composición
distintiva. Esta tendencia constante al intercambio difusivo se compensa con
una simple condición fisiológica compensatoria. La célula viva está típicamente
rodeada por una membrana o película superficial, la membrana plasmática, que es
impermeable a la difusión de la mayoría de las sustancias solubles contenidas
en la célula y su medio. Esta "semipermeabilidad" de la membrana
plasmática aísla al sistema vivo de su entorno y le permite conservar
permanentemente su constitución química característica con las propiedades
vitales asociadas. De este modo, la pérdida de material de la célula por
difusión se retrasa en gran medida, si no se evita por completo; al menos se
reduce a tal grado que se requiere poca o ninguna ingesta del entorno para
compensar la pérdida de constituyentes celulares esenciales por difusión. El
mantenimiento de un equilibrio entre el suministro y la pérdida requiere, por
tanto, el gasto de mucha menos energía de la que se requeriría de otro modo. El
intercambio de material está, en efecto, restringido a los alimentos y las
sustancias excretoras, que probablemente se transportan a través de la frontera
celular por algún mecanismo fisiológico especial que actúa de forma
intermitente. En resumen, los efectos desintegradores de la difusión sobre el
sistema vivo se evitan mediante la presencia de una partición a prueba de
difusión. Se pueden citar otros casos que ilustran el mismo principio general.
Los dispositivos para impedir la evaporación o pérdida de calor en los animales
terrestres o de sangre caliente son buenos ejemplos. Los organismos terrestres,
tanto animales como plantas, están sujetos a una pérdida continua de agua por
evaporación; esta pérdida está limitada por la presencia del tegumento externo
general, que típicamente es impermeable en un alto grado. Es importante notar
que en este caso la condición no es puramente estática; la velocidad de
evaporación varía con la temperatura y las condiciones atmosféricas, y en
correspondencia con esto encontramos que la piel de los animales superiores, o
la epidermis de los órganos vegetales como las hojas, muestra una variabilidad considerable
en su capacidad para resistir la pérdida de agua. A la variabilidad del medio
corresponde una variabilidad de la estructura orgánica correlativa; este tipo
de correspondencia es muy típico de los organismos, como ya se señaló, y
constituye el segundo de los dos aspectos de la adaptación definidos
anteriormente. De hecho, los dos casi siempre ocurren en íntima asociación
entre sí. Así, la membrana plasmática, aunque típicamente semipermeable como
acabamos de describir, no siempre actúa simplemente como una partición pasiva
que impide la difusión, sino que presenta variaciones en su permeabilidad, lo
que permite que se produzca el necesario intercambio de materiales. Una
combinación similar de dispositivos adaptativos estáticos y activos se encuentra
en los mecanismos termorreguladores de los animales de sangre caliente. En
estos casos, la pérdida de calor está limitada por el tegumento, que conduce
lentamente, de modo que normalmente el calor perdido se equilibra con el
generado por la oxidación dentro del cuerpo. En general, el tegumento es tanto
más eficiente como aislante térmico cuanto mayor es la diferencia media de
temperatura entre el cuerpo y el entorno. Esta disposición estática se
complementa con varios mecanismos activos que controlan la velocidad de
evaporación de la piel, su suministro de sangre, la posición del pelo y las
plumas, la velocidad de la respiración, la actividad muscular general, etc. De
manera similar, las disposiciones para equilibrar el suministro y el consumo de
oxígeno son en parte estáticas, aunque los factores estáticos son relativamente
menos importantes, especialmente en animales superiores, donde los requisitos
de oxígeno varían ampliamente según la actividad del animal; Sin embargo, en
todos los animales con órganos respiratorios, estos últimos funcionan
continuamente, aunque a un ritmo que varía según las condiciones y está sujeto
a una regulación automática, generalmente a través de la influencia de la
composición química de la sangre sobre los mecanismos motores respiratorios.
Podemos suponer que se habrían desarrollado mecanismos
análogos de acción permanente para proporcionar el suministro de las demás
sustancias químicas que necesitan los animales, como alimentos, sales y agua,
si no fuera por la distribución irregular de dichas sustancias en la
naturaleza. Esto ha llevado al desarrollo de diversas actividades e instintos
especiales; y es principalmente por medio de ellos que se asegura el equilibrio
necesario. Sin embargo, esta afirmación se aplica sólo a los organismos superiores;
en aquellos que obtienen su carbono y nitrógeno de un medio en el que estos
elementos están presentes en todas partes en forma asimilable, como es el caso
de la mayoría de las plantas y algunos animales, el proceso de absorción es
ininterrumpido (al menos durante la luz), y los mecanismos de acción permanente
son suficientes para preservar el equilibrio. Así, en las plantas verdes, el
dióxido de carbono que entra en las hojas es asimilado por un proceso
fotosintético de acción constante tan rápidamente como entra; un mecanismo de
este tipo puede describirse como estático en el sentido actual.
Una condición estática que se considera más generalmente
como una adaptación especial de un tipo peculiarmente vital es la coloración
protectora que exhiben tantos animales; aquí tenemos una condición que es un
factor en la conservación del equilibrio entre las especies y el medio ambiente
porque hace menos apreciable para los enemigos la diferencia entre el organismo
y otros objetos del medio ambiente. El hecho de que los animales insectívoros
sean en general indiferentes en su comportamiento hacia las hojas, ramitas y
objetos similares, hace que la semejanza con estos sea una condición favorable
para la supervivencia. Aquí la semejanza con una condición físicamente
equilibrada es menos evidente; sin embargo, en lo esencial la situación es
fundamentalmente similar a las ya consideradas. La semejanza protectora es el
correlato, en el organismo, de cierta condición constante en el medio ambiente,
a saber, la existencia de un agente que actúa selectivamente, la actividad de
los animales que buscan alimento, que siempre está trabajando para destruir
formas comestibles de vida. La condición para el funcionamiento efectivo de
este agente es que la diferencia entre objetos comestibles y no comestibles sea
evidente para las especies depredadoras. Por lo tanto, cuando esta diferencia
se oscurece, el proceso de destrucción se detiene y, cuando se alcanza el
equilibrio, el organismo protegido es más numeroso de lo que sería de otra
manera. La semejanza protectora en cualquier organismo es, por lo tanto, el
correlato fisiológico compensatorio de cierta condición ambiental definida que
tiende constantemente a disminuir el número de los individuos que forman la
especie.
Las características generales más constantes en la forma
geométrica y la simetría externa de los animales pueden demostrarse de manera
similar como adaptaciones estáticas en el sentido antes mencionado, es decir,
características que conservan la especie cuyo correlato es alguna peculiaridad
constante del medio ambiente. Así, los organismos sésiles (por ejemplo,
plantas, hidroides, actinianos, corales, etc.) tienden a exhibir una simetría
radial; que esta condición es esencialmente adaptativa puede verse a partir de
las siguientes consideraciones: para un animal estacionario en un medio
estacionario, por ejemplo, un coral o una anémona de mar, las relaciones
espaciales externas son simétricas; un organismo así vive en un medio desde el
cual los suministros tienen la misma probabilidad de llegar a él desde todos
los lados; a esta condición ambiental corresponde una simetría orgánica que no
hace distinción entre direcciones; las partes estructurales están dispuestas de
tal manera que los órganos receptivos (tentáculos, etc.) se extienden en varias
direcciones del espacio, típicamente separados por ángulos iguales,
convergiendo hacia la boca central. El número exacto de radios varía, como es
bien sabido, y probablemente se determinó originalmente en el organismo
ancestral que fijó el tipo por condiciones parcialmente casuales, que tenían
que ver con la economía de material, etc. En los organismos radiados tal como
los encontramos ahora (incluyendo plantas así como animales) el número de
radios parece ser en general menor cuanto menor es el tamaño del cuerpo; en
organismos con una gran extensión, como los árboles, aparecen radios
secundarios y se desarrolla un sistema de ramificación dicotómica, que es
característicamente simétrico; es decir, las relaciones del organismo con las
diferentes direcciones del espacio son iguales. Esta disposición es la
correlación del hecho de que en sus relaciones fisiológicas, es decir, como
posible fuente de material alimenticio u otros suministros, todas las regiones
del espacio son iguales para tal organismo.
En los organismos locomotores se dan condiciones muy
diferentes, en las que la diferenciación anteroposterior, habitualmente
combinada con simetría bilateral y dorsoventralidad, es la regla. ¿En qué
consiste la adaptabilidad de este plan morfológico característico? La
adaptabilidad general de la diferenciación anteroposterior en un animal móvil
consiste simplemente en que cuando un animal de este tipo se mueve hacia
adelante, el efecto externo, en lo que respecta al animal, es el mismo que si
todos los objetos del entorno situados por delante del animal (excepto los que
se mueven más rápido que él) se movieran hacia su extremo anterior; de manera
similar, los situados detrás se alejan, relativamente hablando, de su extremo
posterior. Por lo tanto, es claramente ventajoso para un animal de este tipo
que sus órganos receptores de alimento -es decir, la boca con el aparato
prensil asociado y los arcos reflejos que lo operan- estén situados por
delante, donde los objetos externos, incluido el alimento, se están aproximando
(relativamente hablando) a ella, en lugar de detrás, donde se están alejando de
ella. Por la misma razón, los arcos reflejos, con los órganos sensoriales
especiales asociados que controlan el aparato locomotor, están situados
anteriormente. Las relaciones de un organismo de este tipo con el medio
ambiente son evidentemente más favorables al mantenimiento de un equilibrio
entre el suministro y la pérdida de lo que sería el caso con cualquier otra
disposición. Las relaciones espaciales fisiológicas en un organismo en
movimiento son, de hecho, asimétricas en este sentido constante, y a esta
asimetría ambiental corresponde la asimetría constante del plan morfológico
característico de los animales móviles.
La diferenciación en mitades derecha e izquierda similares
es, en parte, una consecuencia indirecta de la diferenciación anteroposterior;
pero esto por sí solo no es suficiente para explicar la condición, como vemos
en el caso de muchos animales que nadan en espiral con una anteroposterioridad
bien pronunciada, como los infusorios y los rotíferos, donde la simetría
bilateral está ausente o oscurecida. Típicamente se encuentra asociada con la
dorsoventralidad; la existencia de esta última condición, sin embargo, debe
atribuirse en última instancia a la acción de la gravedad; la gravedad hace que
las relaciones arriba y abajo, aunque similares en un sentido puramente
espacial, sean físicamente desiguales, y ocasiona una desigualdad
correspondiente entre lo superior y lo inferior en los organismos, como en
todos los demás sistemas físicos sujetos a su influencia. Esta influencia ha
actuado de manera gradual pero constante, y ha determinado la evolución de
formas orgánicas con las peculiaridades correlativas o compensatorias
características. Encontramos que la diferenciación dorsoventral externa es más
pronunciada en los animales que viven en la tierra o en el fondo del mar; en
los animales pelágicos es en general menos evidente o ausente. Parece probable
que la condición se originó en formas que viven en la costa o en el fondo; es
obvio que las estructuras de soporte o locomotoras (patas) que actúan por
presión o impacto contra un sustrato horizontal como la tierra o el fondo del
mar están mejor ubicadas, desde el punto de vista de la eficacia mecánica y la
economía de material, no cuando están distribuidas uniformemente sobre toda la
superficie del cuerpo, sino cuando están confinadas a una cierta porción de
esta superficie, que corresponde aparentemente a esa región que en cualquier
momento puede estar opuesta al sustrato; esta superficie se define así como
ventral. La dorsoventralidad de los animales que caminan y vuelan es, por lo
tanto, el correlato fisiológico del hecho general de que su movimiento depende
en gran medida de la reacción igual y opuesta de sus cuerpos a la presión
ejercida en una dirección predominantemente hacia abajo contra un medio de
soporte o sustrato. Es interesante observar que en animales nadadores como los
peces, que se sostienen por inmersión en un medio de su propia gravedad
específica, la dorsoventralidad externa es en general mucho menos pronunciada
que en los animales terrestres o que viven en el fondo.
La condición de simetría bilateral tiene una relación íntima
con la dorsoventralidad y la anteroposterioridad. Dadas estas dos condiciones,
es evidente que simples requisitos mecánicos requerirán la colocación igual y
simétrica de los órganos locomotores a ambos lados del eje largo. De lo
contrario, cualquier locomoción dirigida definitivamente hacia adelante será
imposible, o al menos se efectuará con dificultad, es decir, con un gasto
desproporcionado y derrochador de energía. Obviamente, este sería el caso si la
mayoría de los apéndices para caminar o nadar estuvieran situados a un lado del
eje largo. Entonces se necesitarían cambios constantes de posición y dirección
de acción para impulsar al animal en línea recta. Es evidente que cualquier
empuje de un apéndice locomotor contra el sustrato debe causar inevitablemente
alguna desviación lateral de todo el animal a menos que la acción sea
exactamente en la dirección del eje largo. Pero con dos apéndices iguales y
colocados de manera similar en lados opuestos de este eje, el componente
dirigido transversalmente de una acción se compensa con el componente igual y
opuesto del otro; Se evitan los desplazamientos laterales aleatorios y las
rotaciones sobre el eje longitudinal. La simetría bilateral de los apéndices
locomotores es, por tanto, una disposición ventajosa para una locomoción
dirigida hacia delante; su "adaptabilidad" general se pone de
manifiesto por lo que ya se ha dicho sobre la importancia fisiológica esencial
de la diferenciación anteroposterior. La simetría bilateral en el aparato
locomotor requerirá, directa o indirectamente, una simetría bilateral en el
resto del organismo.
De este modo, parece que el plan estructural fijo de la gran
mayoría de los animales con referencia a las tres dimensiones del espacio
representa en realidad una correspondencia esencialmente adaptativa o
conservadora de la especie con las características generales más constantes del
medio ambiente -aquellas que son fijas e invariables en la naturaleza misma de
las cosas mundanas- es decir, las geométricas y las gravitacionales. Se
observará que sólo hay un plano de simetría en un animal así, el sagital -el
que incluye la dirección de locomoción normal y divide el cuerpo en mitades
derecha e izquierda iguales-. También es esencial notar que el medio ambiente
-es decir, el mundo externo en su relación con el animal- aunque puede tener
innumerables planos de simetría cuando el animal está en reposo, también tiene
sólo un plano de simetría cuando el animal se mueve hacia adelante. Esto puede
verse más claramente si imaginamos que el medio ambiente se mueve continuamente
en una dirección y el organismo está estacionario, como, por ejemplo, Por
ejemplo, en el caso de una planta acuática unida por un extremo, o de un pez
que mantiene una posición constante en el centro de una corriente de agua. En
este caso, el organismo tiende automáticamente a colocarse con su plano sagital
paralelo al de la corriente (3); los dos lados del organismo reciben entonces
la misma acción del medio ambiente. En ninguna otra posición sucede esto. Ahora
bien, cabe señalar que el efecto directo del medio ambiente en movimiento sobre
un animal de este tipo (por ejemplo, un pez) es físicamente el mismo que si el
animal se moviera en línea recta hacia adelante y el medio ambiente estuviera
estacionario. Los dos lados reciben la misma acción de las condiciones
ambientales; sin embargo, anteriormente, estas condiciones son diferentes de lo
que son posteriormente, y por encima de lo que son por debajo. Las únicas
relaciones simétricas son las relaciones laterales, o derecha e izquierda. Si
ahora consideramos el medio ambiente como estacionario y el organismo como
moviéndose hacia adelante, las relaciones esenciales entre el organismo y el
medio ambiente se ven como las mismas. Como ya se ha señalado, las regiones
hacia las que se mueve un animal de este tipo están relacionadas con él de
manera muy diferente a aquellas de las que se aleja; Las regiones superiores
(es decir, las que se alejan del fondo) son diferentes de las inferiores (hacia
el fondo). Sólo la derecha y la izquierda son similares. La similitud
morfológica de las mitades derecha e izquierda corresponde, por tanto, a la
similitud en las mitades derecha e izquierda del entorno del animal en
movimiento. Cuando este último se mueve hacia adelante, crea, por así decirlo,
un plano de simetría en el entorno que corresponde a su propio plano de
simetría (4).
_________________________
3.- Es decir, el plano vertical medio de la corriente es
paralelo a la dirección de la corriente. Las reacciones reotrópicas de los
peces ilustran esta tendencia.
4.- Cualquiera puede convencerse experimentalmente de esto
contrastando las condiciones ambientales de un barco que flota en reposo -que
son las mismas por todos lados- con las del mismo barco que avanza a gran
velocidad; la diferencia entre proa y popa se hace entonces suficientemente
evidente; todo el entorno (en su relación con el objeto en movimiento) se ve
dividido en mitades derecha e izquierda simétricas, separadas por el plano
vertical que incluye la dirección del movimiento. Así, la simetría bilateral de
un organismo móvil corresponde a la simetría bilateral del entorno en el que se
mueve, y que puede considerarse como en movimiento relativo a él. La
reciprocidad en las relaciones entre el organismo y el entorno difícilmente
podría recibir una mejor ilustración. La falta de simetría bilateral en un
organismo en movimiento, de hecho, interferiría con la locomoción en línea
recta. Este principio se aplica a los cuerpos en movimiento en general; Por eso
los barcos, los carruajes, los aparatos voladores, etc., son simétricos
bilateralmente. La ventaja biológica de poder moverse fácilmente de una región
a otra en línea recta es que el cambio de posición se efectúa con el menor
gasto posible de energía. La economía es una consideración importante para un organismo
empeñado en la lucha por la existencia.
_____________________________
Este análisis no es completo (5), pero probablemente sea
suficiente para el presente propósito, que es demostrar que las características
permanentes de la constitución de un organismo muestran una correspondencia
definida con las características permanentes de su ambiente normal. Y, además,
que esta correspondencia es de tal tipo que favorece la existencia continua del
organismo en ese ambiente. Ahora veremos que lo mismo es cierto con respecto a
las características cambiantes del ambiente. El principio general de ajuste es
el mismo: las actividades externas o el comportamiento del organismo muestran
una correspondencia constante con los cambios ambientales y son en general
compensatorios en su efecto; es decir, también tienden a contrarrestar o
equilibrar las influencias desintegradoras que las condiciones ambientales en
general ejercen sobre el organismo; en otras palabras, tienen el efecto de
promover la existencia continua de la especie en ese ambiente.
____________________________
5.- La explicación de la dorsoventralidad puede ser
criticada por no tener en cuenta suficientemente las condiciones de organismos
como los peces y otros animales nadadores; pero el hecho es que, en general, la
dorsoventralidad es mucho menos pronunciada en estos animales -al menos
externamente- que en los animales que se sostienen sobre un sustrato sólido. En
otras palabras, como las condiciones externas arriba y abajo se aproximan a la
igualdad, las condiciones orgánicas hacen lo mismo. El contraste entre peces y
moluscos pelágicos y que se alimentan en el fondo enfatiza esto; compárese, por
ejemplo, un pez dardo con una platija, o una lapa con un calamar. Por supuesto,
si una condición de dorsoventralidad y bilateralidad se ha alcanzado alguna vez
en cualquier línea ancestral, los descendientes tenderán a exhibir estos
caracteres, independientemente de las condiciones ambientales, en virtud del
principio general de persistencia o repetición tan característico de los
organismos.
________________________
En las adaptaciones de esta segunda clase, las llamadas
adaptaciones "activas", las condiciones se vuelven más difíciles de
analizar. Los casos más simples son, tal vez, las reacciones ordinarias de
ingestión de alimentos. En la mayoría de los animales existe una respuesta
selectiva a los objetos comestibles, en contraposición a los no comestibles; en
muchos casos, la base de esta respuesta es un simple reflejo activado
químicamente; así, en los metazoos más simples, por ejemplo, la hidra o los
actinianos, los tentáculos reaccionan al contacto de partículas de alimento
capturándolas y llevándolas a la boca, pero no muestran ninguna respuesta a
objetos indiferentes como trozos de papel. El reflejo de transporte de
alimentos es iniciado por ciertas sustancias químicas que generalmente están
contenidas en el alimento; un arco reflejo terminado por
"quimiorreceptores" especiales forma el mecanismo fisiológico. Una
reacción de este tipo difícilmente puede llamarse instinto, ya que se
manifiesta tanto en tentáculos separados como en aquellos conectados con el
animal intacto. Sin embargo, es claramente adaptativa, es decir, contribuye a
la supervivencia del organismo. ¿Qué tiene en común esta acción con el
comportamiento instintivo o inteligente?
En la acción inteligente siempre parece estar presente la
cualidad de «propósito»; hay una referencia consciente al futuro; la acción
presente altera las condiciones de tal manera que se satisfacen las necesidades
futuras. Esto último es cierto también en el caso de la mayoría de las acciones
instintivas; sólo que en este caso no hay evidencia cierta de ningún
acompañamiento consciente. Ambos tipos de acción deben considerarse, para
nuestro propósito presente, como eventos de tipo puramente fisiológico. ¿Cuál
es la naturaleza del mecanismo fisiológico que hace posible tal acción?
Ahora bien, se puede decir que el reflejo de ingerir
alimentos es una acción "intencionada" (utilizando la palabra en su
connotación puramente objetiva), puesto que tiene el efecto de asegurar al
organismo un suministro de energía que se utiliza para necesidades futuras; en
este sentido, de hecho, cualquier acción que garantice la existencia continua
del organismo puede llamarse intencional. Pero el término, tal como se entiende
comúnmente, se refiere típicamente a alguna contingencia futura especial que no
está presente en el momento y para la cual se hace una preparación definida de
antemano. Interpretando el término en este sentido, consideremos algunos
ejemplos de conducta intencional en animales.
Son innumerables los instintos que parecen implicar
previsión. Probablemente los ejemplos más llamativos sean los que se refieren a
la perpetuación de la especie. En estos casos, el organismo actúa de tal manera
que se fomenta la existencia futura de su especie, aunque se sacrifique su vida
individual, como de hecho sucede a menudo. En general, todos los instintos que
intervienen en la reproducción tienen el efecto directo o indirecto de asegurar
condiciones favorables para el desarrollo del óvulo fertilizado hasta una etapa
en la que la nueva generación pueda cuidar de sí misma. Los instintos que
conducen al apareamiento y están relacionados con él tienen todos esta
referencia futura, al igual que los relacionados con el cuidado de los hijos.
Si estos actos se llevan a cabo de una manera determinada en cada generación,
se asegura la existencia continua de la especie en las condiciones ambientales
normales. Por lo tanto, utilizando términos más generales, podemos decir que el
efecto último de tales acciones es mantener el equilibrio del organismo con la
naturaleza externa; pertenecen a la clase general de reacciones reguladoras, es
decir, aquellas que, ya sea de forma continua o a intervalos, compensan o
corrigen las desviaciones de la condición equilibrada; Estos instintos aseguran
la persistencia del equilibrio orgánico, es decir, de la especie. Sin embargo,
el análisis completo de los instintos de finalidad de este tipo es demasiado
complejo para el presente propósito, y es mejor seleccionar otros más simples
para ilustrarlos.
Muchos animales de las zonas templadas se preparan en otoño
o durante todo el año para pasar el invierno. Las ranas hibernan, muchos
pájaros vuelan al sur, las ardillas almacenan alimentos, algunas sectas como
las abejas hacen lo mismo, otras construyen capullos, quistes o madrigueras en
las que ellas o sus larvas permanecen latentes durante el período frío. Las
preparaciones inteligentes que hacen los seres humanos también pueden
clasificarse en este grupo. ¿Cómo se deben considerar estas diversas reacciones
desde el punto de vista fisiológico? En primer lugar, hay que señalar que todas
muestran una característica común evidente. Pueden considerarse reacciones
protectoras que hacen referencia a una situación determinada y regularmente
recurrente en el mundo exterior, a saber, la llegada de un período prolongado
en el que la temperatura es baja y el alimento escasea. El comportamiento es
tal que asegura la supervivencia frente a estas condiciones cambiadas. Ahora
bien, lo que hay que señalar especialmente es que en cada uno de los casos
anteriores el comportamiento característico, que se refiere a la situación en
su conjunto, es provocado o iniciado sólo por una parte de la misma, y a menudo una parte bastante
discreta. Así, las golondrinas reaccionan a la
llegada de los días fríos de
principios de otoño reuniéndose en
bandadas y volando hacia el sur. La migración es una
adaptación a la situación global
que acabamos de definir, no simplemente al cambio externo que inicia la
secuencia característica de comportamiento; la ocasión
inmediatamente desencadenante, el cambio de tiempo en otoño, no requiere en sí
misma una adaptación especial. Pero la conexión entre este cambio y la llegada
del invierno es constante; al reaccionar así a una parte de la situación, el
animal en realidad se está adaptando a la totalidad.
En todas las acciones instintivas que tienen una referencia
futura encontramos que esto es así; la acción tiene referencia a la situación
en su totalidad o a una parte de la situación que no está presente en el
momento en que comienza la reacción; típicamente la reacción es puesta en
marcha por sólo una parte, y a menudo una parte insignificante, de toda la
secuencia externa de eventos (6); pero esta parte constituye un signo o índice
de lo que va a seguir; y es a alguna parte de esta condición sucesiva a la que
el animal se ajusta; esto lo hace iniciando una reacción o una serie de
reacciones que en sus primeras etapas pueden parecer que no tienen ninguna
referencia a la situación en la que se encuentra en ese momento. Una reacción
de este tipo es inexplicable por referencia al presente solamente, y por lo
tanto impresiona a los observadores humanos con un sentido de propósito o
previsión consciente. Pero es claro que nada de eso está necesariamente
implícito, más que una precaución inteligente está implícita en el
comportamiento de una caldera que levanta su válvula de seguridad cuando la
presión del vapor se acerca al punto de peligro. En ambos casos existe un
mecanismo permanente (7) que da una respuesta definida a un determinado cambio
de situación. Esta respuesta previene una contingencia futura. Lo notable es
que las condiciones de la acción y su efecto final son exactamente lo que
esperaríamos que fueran si toda la situación estuviera bajo la observación y el
control de algún agente inteligente con un propósito determinado. ¿Cuáles son
las condiciones en el organismo y en la naturaleza externa que hacen posible
una anticipación tan exitosa?
______________________
6.- Es decir, por algún precursor constante de la situación
a la que la reacción está adaptada.
7.- No estamos considerando ahora cómo surgió este
mecanismo. Por supuesto, la válvula de seguridad es un producto de la
inteligencia intencional. Pero esa inteligencia tiene una base fisiológica, o
al menos un correlato, cuya naturaleza estamos a punto de analizar; por lo
tanto, ambos tipos de dispositivos son, en última instancia, de origen
fisiológico.
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Si se examina más de cerca, se ve que esta acción
instintiva, aunque compleja, tiene todas las características de un simple
reflejo protector o de obtención de alimento, tanto en lo que respecta a las
condiciones en las que se despierta como a su efecto final sobre la vida del
propio animal o de su especie. En todos los casos de instintos de propósito,
vemos que el organismo reacciona de manera constante a una condición que se
repite con constancia. El caso difiere de la reacción directa a la presencia de
material alimenticio sólo en su complejidad y en el hecho de que la situación
total a la que se realiza el ajuste tarda en desarrollarse y, por lo tanto, una
parte esencial de la reacción que implica el ajuste se realiza de antemano.
Así, la araña reacciona a las condiciones en las que nace -es decir, un mundo
con rincones, ramas y grietas, y una cierta concentración de insectos
voladores- tejiendo una red y acechando; el resultado final esencial de esto
-la consecuencia conservadora o equilibrante de la especie- es la obtención de
alimento. La avispa excavadora reacciona a la presencia de huevos fecundados en
su oviducto cavando un agujero, picando a una oruga en la superficie ventral
(que se calma sin matar a la presa), colocando a la víctima en el agujero y
depositando huevos sobre ella. En este caso, la secuencia es más compleja, pero
no por ello menos constante y corresponde a una combinación igualmente
constante de condiciones de la naturaleza (a saber, presencia de orugas con
cordón nervioso ventral, propiedades constantes de los propios huevos y larvas
de la avispa, cierta consistencia del suelo, etc.); el resultado final de la
secuencia de conducta también es constante, a saber, el desarrollo de una
proporción suficiente de huevos para asegurar la continuidad de la especie. En
sus características generales, estos dos ejemplos son típicos. Siempre hay dos
correlatos: 1.- constancia de la situación en la naturaleza externa, y 2.-
constancia de la respuesta fisiológica o secuencia de conducta, que afecta directa
o indirectamente al ajuste.
La perfección y el ingenio de muchos instintos animales es
simplemente una de las condiciones esenciales de su eficacia; la constancia de
las condiciones externas es otra; si en conjunto tal conducta no asegurara la
supervivencia, el organismo, y con él sus instintos, pronto se extinguirían.
Así, desde el punto de vista más general, un instinto de propósito que implica
una serie compleja de acciones debe considerarse como una respuesta de
conservación de la especie a cierta situación natural constante, aunque
prolongada en el tiempo; la secuencia de acontecimientos que componen esta
última puede ser larga y compleja, pero si es constante de modo que cuando
ocurren los primeros acontecimientos los posteriores están definitivamente
predeterminados, el organismo puede realizar en la primera parte de la
secuencia una acción que lo pone en relaciones ventajosas con acontecimientos o
condiciones que aparecen más tarde. En tales casos, puede decirse que el
organismo ha mostrado un propósito. Sin embargo, el propósito consciente no
está implícito más que en la producción de huevos de invierno por parte de los
dáfnidos, o de anzuelos, órganos voladores y otros medios de distribución por
parte de las semillas; En el caso de los dáfnidos, el correlato externo o
ambiental de la formación periódica constante de huevos resistentes es la
recurrencia constante del invierno; en el caso de las plantas, el correlato de
la formación de ronchas es el paso más o menos frecuente de animales con piel a
través del bosque; en el caso de los órganos voladores como el vilano, la
presencia constante de vientos. En cada uno de estos casos, el proceso orgánico
de formación precede en el tiempo a la aparición de la situación a la que
proporciona adaptación. El rasgo común a todos es una constancia en ciertas
peculiaridades del mundo externo; un proceso fisiológico constante correlativo
proporciona medios correspondientes definidos de ajuste o equilibrio. Podemos
decir que siempre hay dos rutinas que muestran una correspondencia fija entre sí,
una es la rutina de la naturaleza externa (por ejemplo, la recurrencia regular
de estaciones frías, etc.); la otra es una cierta rutina metabólica o formativa
en el organismo, que involucra mecanismos nerviosos y musculares que reaccionan
apropiadamente en otros. Cuando los procesos resultantes de estas dos rutinas
entran en interacción, se compensan mutuamente. De aquí se sigue que en todos
los casos el resultado normal de la actividad orgánica es conservacionista de
la especie, es decir, adaptativo.
Parece que la incertidumbre humana característica acerca del
futuro ha hecho difícil que los hombres se den cuenta de la constancia
fundamental de los procesos naturales; y por ello se han sorprendido quizás
indebidamente ante la complejidad y la adecuación detallada de muchos instintos
y hábitos que implican referencias futuras. Sin embargo, en realidad la
constancia de secuencias complejas en la naturaleza puede ser tan grande como
la de secuencias más simples como la sucesión del día o la noche o la recurrencia
de las estaciones; y el hecho de que los organismos muestren muchas
peculiaridades especiales de estructura y comportamiento que, por así decirlo,
cuentan con esta constancia de secuencia y condición en la naturaleza no es
sorprendente desde el punto de vista antes mencionado. Estas peculiaridades
fisiológicas son necesarias para la estabilidad de los equilibrios orgánicos.
Debemos considerar todos los casos de adaptación -ya sea que dependan de
peculiaridades estáticas de forma o estructura o de actividades especiales-
como representando esencialmente, desde el punto de vista fisicoquímico,
equilibrios de mayor o menor complejidad. Es posible que la relación de un
organismo con la naturaleza externa se pueda representar mediante una ecuación
en la que un lado formule las condiciones del organismo y el otro las de la
naturaleza externa. Ambos lados de una ecuación de este tipo pueden ser
igualmente complejos, pero esto no siempre es necesario. Lo esencial es que los
totales de los dos conjuntos opuestos o recíprocos de actividades se equilibren
entre sí. En algunos casos, las actividades del organismo pueden reducirse a
términos relativamente simples, por ejemplo, si el medio ambiente es uniforme o
el sistema vivo está bien aislado de su entorno; encontramos esta condición
general en las plantas. Por otra parte, cuando las condiciones ambientales son
cambiantes y complejas, y el organismo también es complejo, estos simples
arreglos estáticos no pueden ser suficientes para asegurar el equilibrio. Sólo
los sistemas con poderes de regulación altamente desarrollados son capaces de
continuar existiendo en tales condiciones. De esta manera podemos explicar la
evolución de la complejidad fisiológica que encontramos en los organismos
superiores; las condiciones ambientales complejas y constantemente cambiantes
requieren en el organismo un aparato de regulación y respuesta
correspondientemente complejo y cambiante, si se ha de efectuar el ajuste. Este
estado general, en el que las situaciones complejas y variables de la
naturaleza se encuentran y se compensan con series correspondientemente
complejas y variables de actividades orgánicas, alcanza su punto culminante de
desarrollo en el tipo de comportamiento conocido como inteligente.
La distinción puramente fisiológica entre acciones
inteligentes (que son conscientes, al menos en su origen) y acciones
instintivas (que probablemente, por regla general, se llevan a cabo
inconscientemente, como la mayoría de los demás procesos fisiológicos) es
difícil de definir. En la medida en que la inteligencia consiste en la
clasificación adecuada de situaciones o sucesos -como paso previo a la acción
en relación con ellos- no puede considerarse esencialmente diferente del
instinto. Un agente inteligente reconoce una situación como una de un cierto
tipo de situaciones previamente experimentadas -o como una combinación de tales
situaciones-; se sigue una respuesta o una serie de respuestas apropiadas a ese
tipo de situación; en otras palabras, se reconoce la constancia de la situación
o de sus elementos y se responde con un modo o modos de acción
correspondientemente constantes. La complejidad de la situación externa a la
que se reacciona de esta manera puede ser muy grande; en tal caso, debemos suponer
una complejidad correspondiente en el correlato fisiológico, es decir, en las
condiciones estructurales y fisicoquímicas dentro del organismo que subyacen y
determinan la respuesta. Pero no parece haber necesidad de suponer la actuación
de un tipo de agente inherentemente diferente.
___________________________
8.- En este caso entra en juego la actividad analítica de la
inteligencia, que parece ser fisiológicamente análoga a la respuesta refleja
selectiva. Normalmente, cualquier organismo reacciona selectivamente (es decir,
analíticamente) a su entorno por medio de los terminales sensoriales-receptores
especiales de su aparato reflejo.
9.- Muchos estudiosos de este problema subrayan el carácter
cambiante de la acción inteligente, en contraste con el carácter estereotipado
de los instintos. La inteligencia se manifiesta, por ejemplo, cuando un animal
aprende a responder eficazmente a una situación desconocida (como cuando
aprende a atravesar un laberinto en cuyo otro extremo se encuentra su fuente de
alimento). Aquí está implícita la memoria o el poder de formar nuevas
"asociaciones", es decir, en el sentido fisiológico, nuevos tipos o
combinaciones de conexiones neuromusculares. Por ello, varios autores han
considerado la memoria asociativa como el criterio objetivo de la inteligencia.
La memoria se manifiesta, objetivamente, en la modificación de una reacción de
manera constante ante la repetición de la situación externa. En el proceso de
aprendizaje, el animal "inteligente" modifica su reacción en el
sentido de lograr un ajuste cada vez mejor a la situación. Debemos observar,
sin embargo, que tanto si el mecanismo fisiológico de ajuste es perfecto ya al
nacer -como en el caso del instinto de tejer telarañas de las arañas- como si
se perfecciona gradualmente bajo el control de la experiencia (ensayo y error,
etc.), el resultado final es el mismo, es decir, el establecimiento de un
correlato fisiológico constantemente eficaz para la situación ambiental
constante. Una vez que se ha aprendido el modo adecuado de reacción, su base
fisiológica tiende a persistir (si se utiliza adecuadamente), y la reacción se
emplea siempre que surge la situación externa correspondiente. Sin duda, la
capacidad de modificar las reacciones hasta que concuerden con la situación
externa -es decir, se ajusten a ella- es característica de la inteligencia;
pero el proceso de modificación en sí mismo se produce de manera constante
(varía de una especie a otra) y representa una propiedad fisiológica adaptativa
especial con una base fisicoquímica definida. Por medio de él se facilita
enormemente el logro de una correspondencia efectiva entre la conducta y la
situación externa. La relación final, en la que la constancia de la respuesta
responde a la constancia de la situación, se establece más fácilmente. La
acción inteligente consiste en gran medida en esfuerzos tentativos para lograr
esta correspondencia. De ahí que la conducta, incluso de las personas
inteligentes, tienda a estereotiparse a medida que envejecen y se familiarizan
más con sus condiciones de vida.
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El papel que desempeña el lenguaje en las acciones
inteligentes de los seres humanos es, por supuesto, enorme. Pero se sabe que el
lenguaje se basa en el reconocimiento de las constancias o
"universales" de la experiencia; su existencia misma presupone que
los hechos estáticos, los sucesos, los modos y condiciones de cambio, las
relaciones, etc., simbolizados por palabras y secuencias de palabras, se han
repetido una y otra vez (al menos lo suficiente para que se comprenda su
carácter recurrente) y seguirán repitiéndose. Por lo tanto, facilita
enormemente el trabajo de clasificación, es decir, el de reconocer una
situación como perteneciente a un tipo definido. Sin embargo, este último es el
criterio esencial de la acción inteligente; el lenguaje, como instrumento de
adaptación biológica, debe considerarse esencialmente como un medio para este
fin. Por medio de él, la experiencia se analiza y clasifica en gran medida de
antemano; la situación puede estar ya claramente definida antes de encontrarse
con ella; por lo tanto, se reconoce fácilmente y se indica o pone en
funcionamiento de inmediato la respuesta apropiada. Es evidente lo importante
que es esto para un ajuste efectivo.
Desde este punto de vista, las palabras y los conceptos que
simbolizan representan o corresponden a los diversos mecanismos fisiológicos
permanentes (por ejemplo, los arcos reflejos y sus combinaciones) que
fundamentan y hacen posible los ajustes activos especiales apropiados para las
diversas situaciones en las que se encuentra repetidamente el organismo. Cuando
se reconoce que la situación pertenece a un tipo determinado, para el cual ya
existe un ajuste en el organismo, el problema de cómo enfrentarse a ella queda
resuelto. El mecanismo fisiológico especial de ajuste requerido por la
situación se activa o refuerza fácilmente con la palabra adecuada; esto es una
cuestión de experiencia común y no necesita un énfasis especial. Por lo tanto,
definir una situación con precisión mediante una palabra o una frase implica
adaptarse a ella. Para un soldado bien entrenado, la conexión entre la palabra
de mando y la acción es inseparable.
Ningún tratamiento sumario de este tipo puede hacer justicia
al problema en detalle, pero sus aspectos biológicos son fundamentales y apenas
están comenzando a recibir la debida consideración. La acción inteligente debe
considerarse como un modo de respuesta orgánica, y sus prerrequisitos
fisiológicos especiales deben determinarse mediante la investigación
científica. Es especialmente necesario destacar aquellas peculiaridades que
posee en común con otras formas de respuesta, tanto en animales como en plantas.
Sus afinidades con la conducta instintiva y, en última instancia, con la acción
refleja selectiva, son inconfundibles para el fisiólogo. Sin embargo, el
análisis no altera el carácter total de la cosa analizada; y la dignidad de la
inteligencia no se ve ofendida por el reconocimiento de su origen y afinidades
biológicas, mientras que la comprensión de su naturaleza esencial puede
aumentar considerablemente. El aparato intelectual del razonamiento conceptual
debe considerarse como un aparato fisiológico correlativo que consiste en
predisposiciones orgánicas permanentes o ajustes de varios tipos (10); estos
ajustes corresponden a las diversas situaciones que se repiten continuamente y
que el organismo debe estar preparado para enfrentar en su vida normal. Debe
haber una base fisiológica para los procesos lógicos. Aristóteles reconoció
también que en el razonamiento consciente se produce una unión de la categoría
"universal" o permanente que proporciona la mente, con la
"particular" que proporciona la experiencia; esta última queda así
caracterizada o especificada de forma definida, es decir, se convierte en
objeto de conocimiento; y, si es necesario, se puede emprender la acción
apropiada en relación con ella. La interpretación fisiológica de esta ley es evidente
por lo que antecede: a lo "universal" corresponde el mecanismo
fisiológico permanente de ajuste dentro del organismo; es el acontecimiento o
condición "particular" de la naturaleza lo que pone en acción este
mecanismo y, de este modo, pone al organismo en relaciones efectivas -es decir,
autoconservadoras- con sus condiciones de vida. Es evidente que una constancia
esencial en las condiciones en las que tienen lugar los acontecimientos, tanto
dentro del organismo como en la naturaleza externa, es el requisito principal
para tal interacción. Pero es precisamente esa constancia la que, para el
observador científico, constituye la peculiaridad más significativa y extendida
de la naturaleza; la investigación revela en todas partes la recurrencia
continua de los mismos elementos, tanto de condición estática como de
acontecimiento; En este sentido, lo vivo y lo no vivo son iguales. Sin embargo,
la recurrencia implica la permanencia de la condición; esta peculiaridad del
mundo físico apunta, por tanto, al carácter permanente o esencialmente
atemporal de las condiciones que subyacen a los procesos naturales. Profundizar
en esas consideraciones nos llevaría más allá de los límites del presente
artículo.
Ralph S. Lillie.
UNIVERSIDAD CLARK
_____________________
10.- Como ya se ha señalado (nota a pie de página, p. 607),
en los organismos inteligentes muchos de estos ajustes deben considerarse, no
como ya permanentes o estereotipados, sino como en proceso de realización o
perfeccionamiento. Esta calificación, sin embargo, no altera la naturaleza
esencial del caso.
_____________________
________________
Anexo 1.
a. Artículo: “What is Purposive and Intelligent Behavior from the Physiological Point of View? (1915) por Ralph S. Lillie en The Journal of Philosophy, Psychology and Scientific Methods, Oct. 28, 1915, Vol. 12, No. 22 pp. 589-610
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Estimado Usuario puede descargar la OBRA ORIGINAL en nuestro grupo:· Walden IV (Comunidad Conductista) / Walden IV (Behaviorist Community)Visita el Grupo en el siguiente Hípervinculo:
Título: ¿QUÉ ES LA CONDUCTA INTELIGENTE Y FINAL DESDE EL PUNTO DE VISTA FISIOLÓGICO? // What is Purposive and Intelligent Behavior from the Physiological Point of View?
Autor: Ralph S. Lillie
Año: 1915
Publicado en: The Journal of Philosophy, Psychology and Scientific Methods , Oct. 28, 1915, Vol. 12, No. 22 (Oct. 28, 1915), pp. 589-610
Idioma: Inglés
OBRA ORIGINAL
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Tips: En la sección “Buscar en el grupo” coloca el título del libro, autor o año y descargalo de manera gratuita, en el grupo se encuentra solo en inglés, ¡OJO! en esta publicación lo puedes disfrutar en español (Ya que es una traducción del original). Queremos agradecer a todos los lectores por el apoyo pero en especial a la Mtra. Amy R. Epstein quién es Profesora de la University of North Texas agradecemos en demasía puesto que fue ella quien nos compartió el acceso a este valioso artículo. Atentamente todos los que hacemos posible Watson el Psicólogo (@JBWatsonvive) (Herrera, A. & Borges, A.)
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