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SENSACIÓN Y PERCEPCIÓN (1916) por Grace Mead Andrus de Laguna

VOL. XIII, No. 23. 9 DE NOVIEMBRE DE 1916 LA REVISTA DE FILOSOFÍA, PSICOLOGÍA Y MÉTODO CIENTÍFICO

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SENSACIÓN Y PERCEPCIÓN II. LA RELACIÓN ANALÍTICA

 

El artículo precedente sobre la relación genética entre la sensación y la percepción contenía una crítica a la doctrina de que las sensaciones son genéticamente anteriores a las percepciones y forman la materia prima de éstas, junto con una presentación de la doctrina alternativa de que la capacidad para experimentar sensaciones cualitativamente distintas está condicionada por la diferenciación funcional de los centros sensoriales en la corteza y es, por lo tanto, un producto del mismo proceso de desarrollo que da lugar a la formación de las percepciones. Deseo ahora considerar más a fondo cuáles son las condiciones que determinan la experiencia de sensaciones específicas y cómo se relaciona dicha experiencia con la percepción. La investigación del presente artículo está dirigida no tanto a determinar de qué depende la capacidad general para la sensación, sino a determinar las condiciones bajo las cuales las sensaciones son realmente experimentadas. Es, pues, el problema de la relación analítica entre la sensación y la percepción el que vamos a abordar. En este campo, como en otros, es de esperar que las investigaciones genéticas y analíticas sean de mutuo servicio.

 

Si comparamos la sensación con la percepción en su relación con la conducta, nos encontramos de inmediato frente a una diferencia sorprendente y fundamental. La sensación no tiene ninguna relación directa con la conducta. Las cualidades de la sensación en sí mismas no exigen ninguna respuesta determinada. La blancura, la presión, el calor, C3 pueden llevarnos a prácticamente cualquier tipo de respuesta de la que seamos capaces; pero la respuesta particular o modificación de la respuesta que cada una de ellas provoque realmente depende, en primer lugar, del todo objetivo al que pertenece y, en segundo lugar, de la situación. Abstraída de un objeto y aislada de una situación, nos deja perfectamente indiferentes en cuanto a cómo actuaremos. Es indeterminada en su relación con la conducta. La percepción, por otra parte, al ser la aprehensión o conciencia de un objeto, se encuentra en una relación determinada, aunque indirectamente determinada, con la conducta. Si no hay una respuesta inevitable a una manzana, un perro, un árbol o un hombre, hay al menos un conjunto de modos alternativos posibles de respuesta dentro de los cuales probablemente caerá la respuesta real. Nuestras formas habituales y apropiadas de tratar una manzana son característicamente diferentes de nuestras formas habituales y apropiadas de tratar a un perro o a un hombre. La respuesta particular que exige un objeto en una ocasión dada depende de la situación de la que el objeto es un componente o factor. De hecho, es precisamente esta relación característica con la conducta la que constituye la esencia misma de la objetividad. Un cierto complejo de excitaciones nerviosas, por ejemplo, la "apariencia visual", el "olor", la "sensación" de la manzana, se han organizado en una percepción únicamente por el hecho de que han llegado a provocar un tipo distintivo de conducta, se han coordinado en un todo funcional. De nuevo, un grupo complejo de excitaciones retinianas se organiza en una percepción visual de una manzana porque ha llegado a funcionar como un todo para determinar la respuesta.

 

El mismo contraste entre sensación y percepción aparece de nuevo si comparamos las propiedades de las cosas que están más claramente relacionadas con las cualidades de la sensación simple -como el color- con aquellas propiedades que se perciben mediante la percepción, como la forma y el tamaño. En términos generales, no hay ningún tipo de comportamiento que se exija a los objetos azules, o a los objetos que se sienten "fríos" o que saben "agrios". Las formas de las cosas, por el contrario, y sus tamaños, exigen un tratamiento apropiado. Si agarramos un objeto con esquinas cuadradas, lo agarramos y manejamos de manera diferente a como agarramos y manejamos un objeto redondo. Lo mismo ocurre con su tamaño, peso y posición. Todos ellos exigen un conjunto bastante definido de posibles ajustes musculares.

 

El hecho de que la sensación se sitúe en relación con la conducta en una relación tan diferente de la que se mantiene con la percepción es de la máxima importancia para una teoría adecuada del lugar y la función de la sensación en la experiencia. Es realmente este hecho de la indeterminación funcional, o lo que podríamos llamar la independencia funcional, de la sensación lo que permite al psicólogo tratar la sensación como un elemento estructural, un proceso simple que no tiene significado y que por sí mismo (como dice el profesor Titchener) no puede hacer nada más que continuar. Es a partir de este hecho central de su indeterminación funcional que debemos interpretar la doctrina de que la sensación es un elemento en el que se puede resolver el llamado complejo perceptual y en términos del cual se debe construir, una doctrina irremediablemente ininteligible desde el punto de vista convencional de la psicología analítica.

 

En un artículo anterior (1) he analizado las dificultades que presenta el tratamiento tradicional de la sensación como elemento. Sin embargo, puede que valga la pena examinarlas más a fondo en el presente contexto.

 

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1 "El elemento psicológico", The Phil. Rev., julio de 1915.

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Según la doctrina actual, nunca experimentamos una sensación "pura" o por sí misma, sino siempre como un componente o factor de un complejo. Sin embargo, nos vemos inducidos a creer que existen cosas llamadas sensaciones porque, cuando uno de estos complejos se analiza por introspección, nos encontramos en condiciones de prestar atención a la calidad del color, o a la calidad de la presión, o a la calidad del tono, sin tener en cuenta el hecho de que se trata del color de una hoja de papel, o de la presión de un lápiz, o del tono de un órgano. Sin embargo, esta simple sensación, así aislada por la atención, se experimenta de alguna manera como diferente, en virtud del mismo hecho de la atención. La sensación tal como es realmente en el complejo sólo puede conocerse por analogía con la sensación tal como se aísla por el análisis. Por esta razón, se dice que la sensación es una abstracción, o un artefacto, comparable al átomo o al ion, es decir, un existente que se postula a los efectos de la construcción científica. Ahora bien, cualquier conjunto, ya sea un pan de torta, un motor o el cuerpo humano, se analiza en sus constituyentes o factores únicamente en la medida en que estos constituyentes puedan concebirse como capaces de explicar las propiedades y el comportamiento de ese conjunto. Para satisfacer este requisito, los elementos encontrados o postulados deben tener propiedades definidas y propiedades que puedan explicar las propiedades del conjunto. Así, las propiedades postuladas del ion o que se ha descubierto que pertenecen a la célula son pertinentes a las propiedades del átomo o a las del organismo y nos ayudan a comprenderlas. En realidad, el ion sólo se postula como portador de estas propiedades pertinentes, y lo mismo puede decirse del átomo. Pero en el caso de la sensación, la situación es completamente diferente. La sensación, incluso si el psicólogo pudiera consentir en aceptarla como una entidad capaz de comportamiento, no tiene propiedades conocidas ni modos de comportamiento que nos ayuden a comprender los complejos en los que entra. En sí misma, en realidad, es simplemente una cualidad hipostasiada. Las propiedades o características del complejo no son concebibles como resultantes o productos de la actividad conjunta de las sensaciones constituyentes. La característica más destacada del percepto, la que lo convierte en un todo -es decir, que es significativo- es completamente inexplicable mientras lo tratemos como un "complejo" de sensaciones. Ninguna doctrina científica ha sido jamás más inútil o más estéril en resultados que esta doctrina de que el percepto es un complejo de sensaciones.

 

El único fundamento para suponer que las percepciones contienen elementos de sensación es el hecho de que si una percepción dada se pierde en ciertas circunstancias, cuando, como dice el psicólogo, es "desmembrada" por el análisis psicológico, experimentamos cualidades de sensación determinadas. Ahora bien, sólo metafóricamente podemos hablar de "desmembrar" una percepción, o "desmembrarla", o incluso de "analizarla" en elementos, pues en el acto mismo de realizar el "análisis" la percepción desaparece. No es que el conjunto se destruya como resultado del análisis, como siempre ocurre como resultado de cualquier análisis, sino que en el mismo cambio de atención necesario para la introspección la percepción se ha desvanecido por completo. Ya no "vemos", ni "sentimos" ni "oímos" el objeto, sino sólo manchas abigarradas de color y el tirón de los músculos oculares, o el frío, la presión y la tensión, o sonidos agudos y golpes. La suposición de que estos elementos deben identificarse como elementos de la percepción que los precedió y que podemos alternar con el objeto percibido a voluntad se basa en una confusión muy natural. La continuidad existe únicamente en las condiciones objetivas, y la única identidad inteligible es la del estímulo externo de vez en cuando. De hecho, puede afirmarse que la única identidad reconocida alguna vez, o que somos capaces de reconocer, es una identidad de referencia. Si existe algo así como una identidad puramente existencial entre el contenido de la experiencia de un momento y el de la experiencia del siguiente, ciertamente no se da en este caso.

 

Al afirmar que el análisis psicológico no es un análisis de un complejo psíquico, no estoy defendiendo una opinión como la de William James, según la cual se trata de un análisis del objeto, pues los "elementos" de la sensación alcanzados no son más verdaderamente elementos del objeto que de la percepción. Tomemos el caso de una percepción visual. Mi sombrero está sobre el escritorio, delante de mí. Al "mirarlo", me pongo en la actitud del observador psicológico. El sombrero familiar desaparece y veo una zona de tonos marrones, grises, negros y motas de brillo marcadamente abigarradas, con otra masa igualmente abigarrada, pero diferente, que se eleva por un extremo. Ahora bien, nunca se me ocurriría atribuir a mi sombrero esas manchas de diferente color como "su" color o colores. Veo claramente grises y negros, pero mi sombrero es de un marrón uniforme de paja áspera, con una pluma de un marrón más oscuro; y si "combinara" la paja o la pluma con seda o terciopelo, nunca se me ocurriría buscar una masa de tintes y matices tan abigarrados. Además, la diferencia de tono que atribuyo a la paja y a la pluma como realmente "su" diferencia de tono, no debe identificarse con la diferencia entre cualquiera de las manchas de color en la masa del extremo (la pluma) y cualquiera de las manchas de la masa principal (la paja). Es literalmente cierto que cuando busco el contraste entre la paja y la pluma no veo estas manchas, así como cuando veo estas manchas no veo el color "real" de la paja y la pluma. De nuevo, en la oscuridad tomo un objeto y lo reconozco como este mismo sombrero por su familiar textura áspera y forma flexible. Pero si, al levantarlo, hago introspección y noto las presiones variables, e incluso los dolores, y el tirón de los músculos, no puedo concebir que estas cualidades sensoriales sean atribuibles al sombrero como componentes de su rugosidad y forma. En estos llamados casos de análisis, no estamos, estrictamente hablando, "analizando" en absoluto, porque los elementos que obtenemos no son verdaderamente elementos o factores de ningún todo, ya sea objetivo o subjetivo. Lo que ha ocurrido es que los mismos estímulos objetivos reciben respuestas diferentes en las dos ocasiones. En efecto, hay una identidad, una semejanza, pero es una identidad, no en lo que percibo, sino en lo que sé por reflexión que está ahí.

 

Si las afirmaciones precedentes son justas, se sigue que las sensaciones son elementos analíticos de nuestra experiencia sólo en un sentido muy inusual y cuestionable. De hecho, la doctrina de que son resultados del análisis no es más que la contraparte de la doctrina, ya venerada, de que las percepciones son productos de una síntesis concebida como un acto organizador de la mente o como una estructura producida por la acción asociativa de los elementos mismos. Hubo un tiempo -y la tendencia aún persiste en algunos sectores- en que la percepción se consideraba una especie de inferencia condensada o subconsciente que operaba sobre una materia o datos sensoriales dados e inmediatos. Hoy en día, nadie con formación psicológica soñaría con interpretarla de ese modo. En lo que respecta a la experiencia adulta, al menos, es la percepción lo que la psicología considera como inmediato y dado, y la sensación lo que es el artefacto. Y, sin embargo, se cree que la percepción ha sido generada por la organización de ese material sensorial dado y que sigue siendo existencialmente un complejo de esos elementos a pesar de su inmediatez para nuestra experiencia.

 

Esta doctrina, según la cual las sensaciones están presentes existencialmente en la percepción, al igual que la doctrina según la cual están presentes en la experiencia del niño, tiene como uno de sus principales apoyos la doctrina de la energía específica. Según esta doctrina, en su forma más generalmente aceptada, los diferentes órganos terminales normalmente sólo son excitables por sus propios modos peculiares de estímulos externos y, al transmitir la excitación así producida a sus respectivas células corticales, median invariablemente sus propias cualidades sensoriales peculiares. Siendo esto así, se sigue que cuando se estimulan simultáneamente varias células corticales (de tal manera que se produce un funcionamiento coordinado), la percepción mediada es un complejo que contiene estas cualidades sensoriales específicas, ligeramente modificadas quizá por su interacción mutua, pero que mantienen sus especificidades esenciales.

 

Ahora bien, se podría suponer que la insuficiencia esencial de la doctrina de la energía específica quedó suficientemente de manifiesto en el artículo del profesor Dewey, "El concepto de área refleja", de hace casi veinte años. Sin duda, se trata de una doctrina que va en contra de toda la tendencia de la interpretación psicofísica actual. Como el profesor Dewey lo expuso con tanta fuerza, el área refleja, desde el estímulo recibido hasta la respuesta provocada, es un acto o funcionamiento unitario del sistema nervioso. No hay ninguna razón posible para dividir el acto en dos y tratar el paso de la excitación al área sensorial de la corteza como un acontecimiento en sí mismo. Como proceso puramente mecánico en el espacio y el tiempo, puede considerarse un acontecimiento único, pero como forma parte de la conducta de un ser consciente no es un acontecimiento ni un factor inteligible en dicha conducta. Es lo mismo que intentar construir el cuerpo humano a partir de "elementos" obtenidos mediante un proceso de bisección repetida que construir la experiencia perceptiva en términos de energías específicas.

 

La debilidad psicológica de la doctrina de la energía específica se muestra cuando se intenta interpretar en sus términos los hechos de la atención. Hasta donde la observación directa muestra, el que yo vea el azul (o la negrura) de la tinta con la que está escrita la carta de mi amigo depende de si presto atención al color. Es muy probable que lea la carta sin darme cuenta del color de la tinta: literalmente no veo el color, y si trato de recordarlo después, no tengo el más leve recuerdo de él. Y, sin embargo, mi lectura de la carta dependía de la excitación de los órganos terminales "azules" de la retina y de la transmisión de esta excitación a las células corticales adecuadas. Según el psicólogo, este fenómeno se debe a la falta de atención y se explica así: Aunque no presto atención al color de la tinta, sin embargo, estoy experimentando la sensación "azul" cuando miro la carta. La sensación que tengo está en el margen de la atención, pero es la misma sensación que tendría si prestara atención al color y la sensación ocupara el centro de la atención. La sensación marginal difiere de la sensación focal únicamente en el atributo de "claridad", pero esto no altera, se supone, su identidad. Pero ahora preguntemos qué evidencia se puede presentar para apoyar esta interpretación. ¿Qué bases empíricas existen para la suposición de que estaba experimentando distraídamente la sensación azul, cuando leí la carta? Si se puede confiar en la introspección, uno debe concluir que no tuve experiencia del azul. De hecho, la teoría está reconocidamente más allá del alcance de la verificación empírica, ya que se admite que el llamado contenido marginal está abierto a la evocación de la memoria en el grado más bajo.

 

Un caso similar es el de la audición de los armónicos en las notas de un violín o de una flauta. Oigo las notas del violín y de la flauta como claramente diferentes. Después de la formación adecuada, puedo, cuando presto atención, oír los armónicos que dan a cada uno su calidad característica. Pero ¿Qué prueba es ésta de que estuve todo el tiempo oyendo (sin atención) esos mismos tonos? Debería haber dicho antes de mi formación que la diferencia entre el tono del violín y el de la flauta era una simple diferencia comparable a la que existe entre el rojo y el naranja. Suponer que, no obstante, el contenido de mi percepción era un complejo existencial que contenía esos armónicos como elementos es una suposición perfectamente gratuita, que plantea problemas epistemológicos viciosos y no explica nada. Atribuir la diferencia experimentada entre el violín y la flauta a la experiencia de diferentes sensaciones no es en principio mejor que la teoría de la visión de Descartes, en la que explicaba la diferencia percibida en la distancia entre dos objetos vistos, en términos de los ángulos formados por las líneas de visión de los dos ojos. Sin duda es cierto que si los ángulos no fueran diferentes en los dos casos, los objetos no parecerían estar a distancias diferentes; y sin duda si las notas del violín y la flauta no fueran objetivamente complejas que contuvieran los armónicos que contienen, no parecerían cualitativamente diferentes. Pero esto último es tan irrelevante como lo primero, cuando se utiliza como explicación psicológica de la diferencia. Tampoco se altera el caso porque en las condiciones adecuadas pueda oír los armónicos, mientras que nunca puedo ver directamente los ángulos. Las "condiciones adecuadas" (atención entrenada) son condiciones tan necesarias para que yo pueda oír los armónicos, como lo es la existencia de las ondas de aire específicas o la estimulación de los órganos terminales auditivos.

 

La teoría tiene, pues, la debilidad de suponer que los existentes están más allá del alcance de la verificación empírica, pero como construcción conceptual está igualmente abierta a la crítica. La principal diferencia que se alega que existe entre la sensación marginal y la focal es una diferencia de "claridad", que se trata, en consecuencia, como uno de los "atributos" de la sensación. Pero lo existente, como tal, no puede ser más o menos claro. La claridad sólo es predecible en el caso de los significados. El atributo esencial de la sensación es su cualidad; de hecho, como ya se ha señalado, la sensación no es ni más ni menos que una cualidad hipostasiada. La atribución de claridad a la sensación parece deberse a una inevitable confusión que surge del intento de tratar la experiencia en términos de lo existencial. Miro atentamente el papel de la pared y, un momento después, puedo recordar vagamente su color como "gris", pero soy totalmente incapaz de decir qué tipo de gris, claro u oscuro, amarillento o azulado, es totalmente incapaz de decirlo. La falta de claridad es verdaderamente predecible de mi experiencia, si la experiencia se toma como una sensación de un gris determinado. Se podría describir como gris de significado, y entonces se le podría atribuir la falta de claridad. Pero el psicólogo se ve obligado por sus presuposiciones a suponer que mi sensación, es decir, un existente cuya esencia es la cualidad, existió como un gris indeterminado: un absurdo lógico patente.

 

Y esto nos lleva al meollo de la discusión. Hasta ahora he sostenido que, por una parte, es teóricamente infructuoso considerar la sensación como un elemento de la percepción concebida como un complejo existencial; y, por otra parte, que no hay evidencia empírica posible para tal doctrina. Además, he criticado la doctrina de la energía específica en su forma comúnmente aceptada, argumentando que la experiencia de cualidades sensoriales depende tanto de la condición de la atención como de la estimulación de los órganos terminales y las células sensoriales apropiadas, es decir, del papel que desempeñan las células sensoriales estimuladas en la determinación de la respuesta. No todas las descargas de un conjunto dado de células sensoriales en la corteza producen la cualidad sensorial específica que son capaces de mediar. El problema entonces es: ¿bajo qué condiciones se experimentan estas cualidades sensoriales y cómo se relacionan estas condiciones con las condiciones bajo las cuales ocurre la percepción? Como ya se ha afirmado, el punto de partida de una teoría de la percepción es la relación de la sensación con la conducta. Desde el punto de vista psicofísico, esto significa que para descubrir las condiciones de la sensación debemos fijarnos en el modo de funcionamiento de las células sensoriales de la corteza. Desde el comienzo de la vida consciente del individuo, el funcionamiento del sistema nervioso está marcado por la presencia de sistemas funcionales heredados, cuyo funcionamiento llamamos instintos. Y, así como la evolución de la conducta se produce mediante la inhibición y modificación mutuas de los instintos, el complicado funcionamiento del sistema nervioso que constituye la conducta consciente del adulto se ha desarrollado mediante la creciente diferenciación y coordinación de los sistemas funcionales heredados. Por tanto, sigue siendo cierto que todo funcionamiento nervioso es el funcionamiento de un sistema. La descarga de células en las células sensoriales nunca se disipa de forma diferente, sino que siempre tiende a seguir un camino o sistema de caminos más o menos determinado. El sistema de caminos y el camino particular dentro de ese sistema que se elija dependerá del "conjunto" de atención de la corteza, así como de la combinación particular de estímulos sensoriales recibidos en los diversos centros. La respuesta, es decir, nunca es una respuesta a un único estímulo o a un único objeto, sino que siempre es una respuesta a la situación. Una respuesta completamente descoordinada es una respuesta anormal. Los estímulos son verdaderamente estímulos sólo en la medida en que están coordinados. El sistema nervioso normal es incapaz de actuar excepto mediante la operación de sistemas funcionales, que se inhiben, facilitan y modifican mutuamente en su acción. Nunca percibimos nada completamente desconocido; cada visión, sonido y sensación, por extraños que sean, tienen algún carácter que los ubica ante nosotros, aunque sólo sea por la exigencia de un examen más específico.

 

Desde el principio, cualquier cosa que actúe como estímulo tiende a provocar alguna respuesta. En el artículo anterior se sostuvo que, así como las primeras respuestas son vagas e inciertas, los primeros estímulos deben experimentarse como correspondientemente vagos e indefinidos. La adaptación de la respuesta al estímulo es aproximada, siendo directa y simple en lugar de indirecta y compleja. Así como el polluelo picotea cualquier objeto pequeño en movimiento, el bebé agarra prácticamente cualquier cosa que esté a su alcance. Pero con el crecimiento del poder de manipulación variada llega una nueva capacidad para discriminar entre estímulos visuales. Consideremos lo que esto significa en términos del funcionamiento nervioso.

 

En un principio, el grupo de células sensoriales del área visual, por ejemplo, posee un mínimo de diferenciación. La excitación de todas ellas está relacionada con respuestas que controlan los movimientos oculares. Pero pronto surge una diferenciación de células debido a diferencias en la estimulación retiniana correlacionadas con diferencias en la ubicación de la fuente de estimulación, el objeto visto. El niño aprende a girar los ojos y la cabeza a la izquierda o la derecha, hacia arriba o hacia abajo, para mirar la luz o el objeto atractivo, así como a fijarlo para ver con claridad. Esta diferenciación de las células sensoriales del centro visual puede desarrollarse, por supuesto, sólo en coordinación con los estímulos musculares debidos a los movimientos de los músculos oculares y de la cabeza. Como resultado de este desarrollo temprano, hay una diferenciación funcional definida y bastante simple de las células sensoriales en el centro visual correlacionada con las diferencias en la posición espacial del objeto visto. Ciertas combinaciones de estímulos de las células visuales, actuando en conjunción con ciertas combinaciones de estímulos celulares en otros centros sensoriales, forman unidades funcionales que producen una respuesta de movimientos oculares y de la cabeza claramente ajustados y, más tarde, de los brazos y las manos.

 

Ahora bien, esta diferenciación de las células visuales que corresponde a la localización espacial es completamente independiente de cualquier diferenciación que dependa de la diferencia en la calidad sensorial. El tono de color y el brillo no desempeñan ningún papel en el desarrollo de las coordinaciones espaciales. Comparado con la diferenciación funcional directa y simple de las células debido a las diferencias espaciales, podría decirse que no hay una diferenciación funcional correspondiente a las diferencias en la calidad sensorial. Y sin embargo, esto no sería cierto, ya que los procesos que producen al mismo tiempo el desarrollo de la conducta y el desarrollo del funcionamiento nervioso, resultan también en una diferenciación funcional muy característica de las cualidades sensoriales. Aunque las células corticales que median el rojo y el verde funcionan indistintamente en la determinación de los ajustes motores a las diferencias espaciales y pertenecen indistintamente a los mismos sistemas funcionales en esa medida, sin embargo, de ninguna manera funcionan siempre de manera indiferente ni pertenecen a todos los mismos sistemas funcionales. Por el contrario, llegan a ser miembros de una multitud de sistemas funcionales diferentes, por así decirlo por pura casualidad. El color de la pelota de un bebé puede ser rojo y el papel de las paredes de su cuarto de niños verde; Las flores que sostiene y huele son rojas, y la hierba verde, y así indefinidamente. Que los mil y un objetos de la vida diaria tengan los colores que tienen es un hecho de poca o ninguna importancia. Las clases importantes en las que se dividen los objetos del mundo de un niño (o del nuestro, para el caso) no se caracterizan por colores. Las células "rojas" (o, si se quiere, el proceso químico en las células corticales que median el rojo) pueden entrar en casi cualquiera de los sistemas funcionales menores generados por el entorno habitual de la vida diaria de un niño. El punto importante es que, de hecho, llegan a entrar en relaciones funcionales indefinidamente diferentes, al igual que las células "verdes", "azules" y "amarillas". Cada uno de estos grupos llega a ser una unidad en una multitud de sistemas funcionales, y una unidad en una multitud diferente de todas las demás. Y lo mismo es cierto en mayor o menor grado de los diferentes grupos de células cerebrales que median las cualidades sensoriales de los otros departamentos sensoriales. Llamaré a esta característica peculiar que adquieren las células sensoriales indeterminación funcional o independencia funcional. Mi hipótesis, en consecuencia, es que la indeterminación funcional o independencia de las células sensoriales de la corteza es la condición esencial para que mediaran en la experiencia de las cualidades de las sensaciones.

 

Cabe observar que esta hipótesis no se ofrece como una alternativa a la doctrina de la energía específica, sino como un complemento de ella. El hecho de que los diferentes órganos sensoriales y los grupos diferenciados de órganos terminales pertenecientes a los diferentes sentidos posean una capacidad selectiva con referencia a diferentes estímulos físicos, y que esta discriminación nerviosa esté representada en las células sensoriales de la corteza es, por supuesto, una condición primaria para la experiencia de distintas cualidades sensoriales. Pero tal como está, la doctrina de la energía específica es, como he tratado de demostrar, irremediablemente inadecuada. El hecho de que ciertos grupos de células corticales sean estimulados invariablemente por tipos específicos de agentes físicos es insuficiente para explicar el hecho de que experimentemos estos agentes como cualitativamente distintos. Es igualmente esencial que estos diferentes grupos de células así estimulados posean relaciones funcionales características y distintas. Y tales relaciones, como se ha demostrado, las poseen.

 

Ahora conviene señalar la importancia de la indeterminación funcional de las células sensoriales. Quizá se suponga en un primer momento que la distinción cualitativa depende de una diferenciación funcional directa y simple, es decir, que los estímulos que exigen reacciones específicas y determinadas son los que se experimentan como poseedores de cualidades específicas, y que dos estímulos que evocan reacciones específicamente diferentes se experimentan como diferentes en cuanto a especificidad cualitativa. Pero una pequeña reflexión sirve para demostrar que tal suposición no está fundada. Si dos estímulos evocaran habitualmente y, por tanto, directamente reacciones específicamente diferentes, es probable que no se experimenten en absoluto. Sólo el estímulo incierto, cuya reacción espera ser determinada, surge a la conciencia. Nuestra conciencia de él, el grado de nuestra atención hacia él, depende precisamente de su indefinición como determinante de la reacción. El estímulo cuya respuesta es inmediata y segura es aquel al que no tenemos necesidad ni poder prestar atención. La atención significa mantener preparadas las puertas de la acción, contener el impulso de actuar y, en consecuencia, aumentar la excitación de las zonas sensoriales implicadas. Pero ésta es precisamente la condición en la que se experimenta el carácter distintivo del estímulo, la condición en la que surge la calidad.

 

Teniendo esto presente, estamos ahora en condiciones de definir con más exactitud la relación entre sensación y percepción. El determinante completo de la respuesta, como ya se ha señalado, es en todos los casos la situación en su conjunto. La situación misma está constituida por dos grupos complejos de factores: por una parte, el «estado mental» previo, el «conjunto» completo de la corteza; y por otra, el grupo de estímulos que llegan a la corteza por diversas vías, siempre que estén coordinados (si alguno no logra coordinarse, no se experimenta en absoluto). Ahora bien, este segundo grupo tiene una estructura de lo que podríamos llamar el segundo grado de complejidad. Es decir, los factores en los que se encuadra naturalmente son en sí mismos complejos: son en sí mismos objetos de percepción, unidades funcionales que mantienen su integridad de una situación a otra. Tomemos un ejemplo. Mi comportamiento durante el desayuno es una respuesta a toda la situación del desayuno. Bajo cuando suena el timbre y ocupo mi asiento habitual, saludando a los demás miembros de la familia cuando ocupan sus asientos habituales. Revuelvo mi taza de café, le echo dos terrones de azúcar, echo crema de la jarra que está a mi derecha, etc. Ahora bien, no debería dar estas mismas respuestas a ninguno de los factores de esta situación en ninguna otra ocasión que no sea el desayuno. Si me encuentro con mi hermano más tarde en el día, lo abordo de manera diferente. Si entro al comedor a media mañana, no me siento en el mismo lugar, ni si hay una taza sobre la mesa realizo la misma serie de actos. Sin embargo, todos estos factores -mi hermano, la silla, la taza, etc.- son unidades funcionales. Mi hermano es mi hermano dondequiera y comoquiera que lo vea, y es el objeto de una conducta característica por mi parte. Y lo mismo ocurre con la silla o la taza. Las diversas combinaciones de estímulos visuales, táctiles, musculares y de temperatura que surgen de una silla del comedor están tan coordinadas que forman una unidad funcional que, aunque "estructuralmente" compleja, mantiene su integridad en todas las circunstancias, salvo en las inusuales. Por mucho que dude y reflexione sobre cómo debo actuar con la silla, rara vez pienso en tratarla de otra manera que no sea una silla. Mi vacilación puede hacer que observe la grieta en su pata o el agujero en su asiento de cuero, y puede que evite usarla y la deje a un lado para enviarla a reparar.

 

Ahora bien, en todas estas condiciones, probablemente nunca he sido consciente de una sola de las numerosas sensaciones o cualidades sensoriales que se dice que incluye el grupo de estímulos de la silla. Cuando la toco, no siento el ligero frío, ni, cuando la miro, veo los matices y los tonos cambiantes y el brillo de su superficie. Como ha dicho en alguna parte el profesor Pillsbury, "vemos en términos de significado", y estos elementos de sensación no tienen relevancia alguna para la silla o su estado. Pero si entro en el comedor mientras reflexiono sobre el análisis psicológico, surge una situación nueva y muy inusual. La mesa, las sillas y las tazas no son los factores de esta situación, y todos mis modos habituales de respuesta a estos grupos coordinados de estímulos se inhiben, y la integridad de las unidades funcionales comunes se rompe. Cuando miro la silla, ya no veo la silla, sino las manchas abigarradas de color, y cuando la toco siento la presión y el frío. Pero esto no podría suceder si las células corticales estimuladas por estos diversos órganos terminales en la retina, los músculos y la piel no poseyeran independencia funcional. Es sólo porque cada uno de estos grupos de células pertenece a una gran variedad de unidades funcionales, es decir, sistemas perceptivos, que su funcionamiento en la percepción de la silla puede ser inhibido, y su propia cualidad individual se manifiesta. Así, mientras que en circunstancias ordinarias un grupo de células sensoriales capaces de mediar una cualidad de sensación específica funciona sólo como un factor en alguna unidad funcional, puede, debido a su propia independencia, llegar a ser determinante de la respuesta al funcionar como una unidad en sí mismo. Esto sucede en ejercicios infantiles como la clasificación de estambres de colores, o juegos Montessori similares; y siempre sucede en el laboratorio psicológico en los numerosos experimentos donde la respuesta del observador varía con los cambios en la calidad de la sensación.

 

Tal vez sirva para aclarar mejor lo que se entiende por independencia funcional si comparamos el tipo de diferenciación funcional que poseen las células sensoriales de la corteza conectadas con los órganos terminales de calor y presión contiguos de la mano, por ejemplo, con la diferenciación que poseen las células corticales conectadas con los órganos terminales de calor de ambas manos, respectivamente. Las primeras median sensaciones del mismo "signo local", pero de diferente calidad de sensación; las segundas median sensaciones de diferente "signo local", pero de la misma calidad de sensación. Ahora bien, en el primer caso, las células de calor y presión "contiguas" de la corteza tienen las mismas conexiones funcionales directas. Ambas evocan de manera similar e indiferente las mismas respuestas de nivel inferior de tocar el dorso de la mano con la otra, de mirarla, etc. Pero sus conexiones funcionales indirectas son definitivamente diferentes. Para una conducta más compleja que el mero tocar y mirar el punto, hay una gran diferencia si el estímulo se siente como calor o simplemente como una presión que no excita sensaciones de temperatura. Si estoy solo en mi habitación, a oscuras, por ejemplo, y el dorso de mi mano entra en contacto con algo caliente, tal vez grite de terror. Todo depende de la situación, por supuesto, pero en situaciones similares el calor y la presión pueden provocar tipos de comportamiento muy diferentes.

 

En el segundo caso, cuando las células estimuladas están conectadas con los órganos terminales calientes de ambas manos, el caso es exactamente al revés. Las conexiones más directas, de nivel inferior, son diferentes y median diferentes respuestas simples, mientras que las conexiones más indirectas y complicadas son similares. Solo en la habitación oscura, el calor de un lado es tan aterrador como el del otro. Uno sirve tanto como el otro para iniciar la conducta apropiada para "algo vivo en la habitación". En términos generales, en igualdad de condiciones, la diferencia de calidad sensorial en los estímulos significa una diferencia en el carácter general de las condiciones objetivas y una diferencia correspondiente en el tipo de conducta apropiada; mientras que la diferencia en el signo local, en igualdad de condiciones, significa una diferencia en la posición relativa de los objetos externos y una diferencia correspondiente en la modificación específica, o ajuste detallado, de la respuesta general ya determinada indirectamente.

 

Según la hipótesis que se plantea en estas páginas, no existe ningún elemento aislable de «signo local» que se pueda encontrar mediante la introspección, ninguna diferencia específica de calidad entre la presión en un punto y la presión en otro, precisamente porque su diferenciación funcional es de este tipo directo, y no de ese tipo indirecto que se ha denominado independencia funcional. La diferencia experimentada entre dos puntos de presión ubicados de forma diferente sólo puede describirse en términos de diferencia de significado. Casi se podría decir que se experimenta como una diferencia de significado simple e inmediata. Lo único existencial, lo único que se puede señalar cuando se presta atención a una sensación de presión, es su calidad. Y esto se debe precisamente a que la determinación específica de la respuesta debido a su signo local no cae dentro del control de la atención. No se puede imaginar una presión, o un calor, o un resfriado, o un dolor en la punta de la oreja izquierda, sin que surja una imagen de un movimiento de la mano hacia el punto, o, más probablemente, sin sentir realmente las ligeras tensiones musculares anticipatorias; y es seguro que se mantiene la cabeza tensa. Pero podemos imaginar la cualidad del calor o del frío, si no está localizada, sin sentir el impulso de ninguna respuesta. O, tal vez una mejor ilustración (ya que es difícil imaginar las cualidades de la temperatura) es pensar en un punto brillante, o un punto de color, en el extremo izquierdo del campo de visión. Inevitablemente tenemos una imagen -o los comienzos reales- o un movimiento ocular en esa dirección. Pero podemos imaginar vívidamente un zafiro profundo, o un gris perla, como tales, sin ninguna de esas respuestas inhibidas, ya que, como cualidades sensoriales, tienden a no provocar ninguna en particular.

 

En conclusión, hay que hacer una serie de observaciones sobre el significado general de la hipótesis presentada en las páginas anteriores. En primer lugar, si esta hipótesis está bien fundada, la doctrina psicológica de que la sensación es un elemento o un constituyente de la percepción, al menos en el sentido en que ahora se la sostiene, debe abandonarse. Mientras las células sensoriales actúen como elementos de una unidad funcional, es decir, mientras su acción esté tan coordinada con la acción de otras células sensoriales como en la percepción, no están mediando las cualidades sensoriales de las que son capaces. Porque el funcionamiento del grupo en su conjunto, puesto que es un funcionamiento y no meramente una "descarga química", no es en ningún sentido un resultado del funcionamiento de las células separadas que lo componen. La condición bajo la cual las células constituyentes del grupo pueden mediar sus cualidades sensoriales distintivas es la desintegración del grupo funcional y el funcionamiento independiente de las células en cuestión. Sin embargo, cada percepción o acto perceptivo está mediado por el funcionamiento unificado de un grupo complejo más o menos variable de células sensoriales y, por lo tanto, está correlacionado con un grupo más o menos variable de cualidades sensoriales. En consecuencia, cuando la percepción se pierde por un cambio de atención, las sensaciones que aparecen caerán dentro de este grupo. Esto es lo que se puede decir: dado un conjunto determinado de excitaciones periféricas, se puede experimentar cualquiera de las cualidades sensoriales específicas correspondientes al grupo de células sensoriales excitadas. El que se experimente realmente alguno de este grupo, o cuáles de sus miembros, si es que se experimenta alguno, depende de los sistemas funcionales que se ponen en juego dentro de la corteza.

 

En segundo lugar, desde el punto de vista de esta hipótesis, es posible llegar a una nueva concepción, y me atrevo a pensar que más fructífera, de la naturaleza del análisis y la introspección psicológicos.

En tercer lugar, ofrece un nuevo enfoque del problema psicológico del significado (un problema vital para cualquier teoría general de la naturaleza de la conciencia) que, me atrevo a pensar de nuevo, lo liberaría de muchas de sus dificultades tradicionales.

 

GRACE A. DE LAGUNA. BRYN MAWR COLLEGE.

Anexo 1.

a. Artículo: “Sensation and Perception II: The Analytic Relation / Sensacion y Percepcion II: La Relación Análitica, Grace A. de Laguna , The Journal of Philosophy, Psychology and Scientific Methods , Nov. 9, 1916, Vol. 13, No. 23 (Nov. 9, 1916), pp. 617-630".




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Estimado Usuario puede descargar la OBRA ORIGINAL en nuestro grupo:· Walden IV (Comunidad Conductista) / Walden IV (Behaviorist Community)Visita el Grupo en el siguiente Hípervinculo:

Título: Sensation and Perception II: The Analytic Relation / Sensacion y Percepcion II: La Relación Análitica

Autor: Grace A. de Laguna

Año: 1916


Publicado en: The Journal of Philosophy, Psychology and Scientific Methods , Nov. 9, 1916,

Vol. 13, No. 23 (Nov. 9, 1916), pp. 617-630

Idioma: Inglés

OBRA ORIGINAL

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Tips: En la sección “Buscar en el grupo” coloca el título del libro, autor o año y descargalo de manera gratuita, en el grupo se encuentra solo en inglés, ¡OJO! en esta publicación lo puedes disfrutar en español (Ya que es una traducción del original). Queremos agradecer a todos los lectores por el apoyo pero en especial a la Mtra. Amy R. Epstein quién es Profesora de la University of North Texas agradecemos en demasía puesto que fue ella quien nos compartió el acceso a este valioso artículo. Atentamente todos los que hacemos posible Watson el Psicólogo (@JBWatsonvive) (Herrera, A. & Borges, A.)

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