VOL. XIII, No. 23. 9 DE NOVIEMBRE DE 1916 LA REVISTA DE FILOSOFÍA, PSICOLOGÍA Y MÉTODO CIENTÍFICO
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SENSACIÓN Y PERCEPCIÓN II. LA RELACIÓN ANALÍTICA
El artículo precedente sobre la relación genética entre la
sensación y la percepción contenía una crítica a la doctrina de que las
sensaciones son genéticamente anteriores a las percepciones y forman la materia
prima de éstas, junto con una presentación de la doctrina alternativa de que la
capacidad para experimentar sensaciones cualitativamente distintas está
condicionada por la diferenciación funcional de los centros sensoriales en la
corteza y es, por lo tanto, un producto del mismo proceso de desarrollo que da
lugar a la formación de las percepciones. Deseo ahora considerar más a fondo
cuáles son las condiciones que determinan la experiencia de sensaciones
específicas y cómo se relaciona dicha experiencia con la percepción. La
investigación del presente artículo está dirigida no tanto a determinar de qué
depende la capacidad general para la sensación, sino a determinar las
condiciones bajo las cuales las sensaciones son realmente experimentadas. Es,
pues, el problema de la relación analítica entre la sensación y la percepción
el que vamos a abordar. En este campo, como en otros, es de esperar que las
investigaciones genéticas y analíticas sean de mutuo servicio.
Si comparamos la sensación con la percepción en su relación
con la conducta, nos encontramos de inmediato frente a una diferencia
sorprendente y fundamental. La sensación no tiene ninguna relación directa con
la conducta. Las cualidades de la sensación en sí mismas no exigen ninguna
respuesta determinada. La blancura, la presión, el calor, C3 pueden llevarnos a
prácticamente cualquier tipo de respuesta de la que seamos capaces; pero la
respuesta particular o modificación de la respuesta que cada una de ellas
provoque realmente depende, en primer lugar, del todo objetivo al que pertenece
y, en segundo lugar, de la situación. Abstraída de un objeto y aislada de una
situación, nos deja perfectamente indiferentes en cuanto a cómo actuaremos. Es
indeterminada en su relación con la conducta. La percepción, por otra parte, al
ser la aprehensión o conciencia de un objeto, se encuentra en una relación
determinada, aunque indirectamente determinada, con la conducta. Si no hay una
respuesta inevitable a una manzana, un perro, un árbol o un hombre, hay al
menos un conjunto de modos alternativos posibles de respuesta dentro de los
cuales probablemente caerá la respuesta real. Nuestras formas habituales y
apropiadas de tratar una manzana son característicamente diferentes de nuestras
formas habituales y apropiadas de tratar a un perro o a un hombre. La respuesta
particular que exige un objeto en una ocasión dada depende de la situación de
la que el objeto es un componente o factor. De hecho, es precisamente esta
relación característica con la conducta la que constituye la esencia misma de
la objetividad. Un cierto complejo de excitaciones nerviosas, por ejemplo, la
"apariencia visual", el "olor", la "sensación" de
la manzana, se han organizado en una percepción únicamente por el hecho de que
han llegado a provocar un tipo distintivo de conducta, se han coordinado en un
todo funcional. De nuevo, un grupo complejo de excitaciones retinianas se
organiza en una percepción visual de una manzana porque ha llegado a funcionar
como un todo para determinar la respuesta.
El mismo contraste entre sensación y percepción aparece de
nuevo si comparamos las propiedades de las cosas que están más claramente
relacionadas con las cualidades de la sensación simple -como el color- con
aquellas propiedades que se perciben mediante la percepción, como la forma y el
tamaño. En términos generales, no hay ningún tipo de comportamiento que se
exija a los objetos azules, o a los objetos que se sienten "fríos" o
que saben "agrios". Las formas de las cosas, por el contrario, y sus
tamaños, exigen un tratamiento apropiado. Si agarramos un objeto con esquinas
cuadradas, lo agarramos y manejamos de manera diferente a como agarramos y
manejamos un objeto redondo. Lo mismo ocurre con su tamaño, peso y posición.
Todos ellos exigen un conjunto bastante definido de posibles ajustes
musculares.
El hecho de que la sensación se sitúe en relación con la
conducta en una relación tan diferente de la que se mantiene con la percepción
es de la máxima importancia para una teoría adecuada del lugar y la función de
la sensación en la experiencia. Es realmente este hecho de la indeterminación
funcional, o lo que podríamos llamar la independencia funcional, de la
sensación lo que permite al psicólogo tratar la sensación como un elemento
estructural, un proceso simple que no tiene significado y que por sí mismo
(como dice el profesor Titchener) no puede hacer nada más que continuar. Es a
partir de este hecho central de su indeterminación funcional que debemos
interpretar la doctrina de que la sensación es un elemento en el que se puede
resolver el llamado complejo perceptual y en términos del cual se debe
construir, una doctrina irremediablemente ininteligible desde el punto de vista
convencional de la psicología analítica.
En un artículo anterior (1) he analizado las dificultades
que presenta el tratamiento tradicional de la sensación como elemento. Sin
embargo, puede que valga la pena examinarlas más a fondo en el presente
contexto.
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1 "El elemento psicológico", The Phil. Rev., julio
de 1915.
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Según la doctrina actual, nunca experimentamos una sensación
"pura" o por sí misma, sino siempre como un componente o factor de un
complejo. Sin embargo, nos vemos inducidos a creer que existen cosas llamadas
sensaciones porque, cuando uno de estos complejos se analiza por introspección,
nos encontramos en condiciones de prestar atención a la calidad del color, o a
la calidad de la presión, o a la calidad del tono, sin tener en cuenta el hecho
de que se trata del color de una hoja de papel, o de la presión de un lápiz, o
del tono de un órgano. Sin embargo, esta simple sensación, así aislada por la
atención, se experimenta de alguna manera como diferente, en virtud del mismo
hecho de la atención. La sensación tal como es realmente en el complejo sólo
puede conocerse por analogía con la sensación tal como se aísla por el
análisis. Por esta razón, se dice que la sensación es una abstracción, o un
artefacto, comparable al átomo o al ion, es decir, un existente que se postula
a los efectos de la construcción científica. Ahora bien, cualquier conjunto, ya
sea un pan de torta, un motor o el cuerpo humano, se analiza en sus
constituyentes o factores únicamente en la medida en que estos constituyentes
puedan concebirse como capaces de explicar las propiedades y el comportamiento
de ese conjunto. Para satisfacer este requisito, los elementos encontrados o
postulados deben tener propiedades definidas y propiedades que puedan explicar
las propiedades del conjunto. Así, las propiedades postuladas del ion o que se
ha descubierto que pertenecen a la célula son pertinentes a las propiedades del
átomo o a las del organismo y nos ayudan a comprenderlas. En realidad, el ion
sólo se postula como portador de estas propiedades pertinentes, y lo mismo
puede decirse del átomo. Pero en el caso de la sensación, la situación es
completamente diferente. La sensación, incluso si el psicólogo pudiera
consentir en aceptarla como una entidad capaz de comportamiento, no tiene
propiedades conocidas ni modos de comportamiento que nos ayuden a comprender
los complejos en los que entra. En sí misma, en realidad, es simplemente una
cualidad hipostasiada. Las propiedades o características del complejo no son
concebibles como resultantes o productos de la actividad conjunta de las
sensaciones constituyentes. La característica más destacada del percepto, la
que lo convierte en un todo -es decir, que es significativo- es completamente
inexplicable mientras lo tratemos como un "complejo" de sensaciones.
Ninguna doctrina científica ha sido jamás más inútil o más estéril en
resultados que esta doctrina de que el percepto es un complejo de sensaciones.
El único fundamento para suponer que las percepciones
contienen elementos de sensación es el hecho de que si una percepción dada se
pierde en ciertas circunstancias, cuando, como dice el psicólogo, es
"desmembrada" por el análisis psicológico, experimentamos cualidades
de sensación determinadas. Ahora bien, sólo metafóricamente podemos hablar de
"desmembrar" una percepción, o "desmembrarla", o incluso de
"analizarla" en elementos, pues en el acto mismo de realizar el
"análisis" la percepción desaparece. No es que el conjunto se
destruya como resultado del análisis, como siempre ocurre como resultado de
cualquier análisis, sino que en el mismo cambio de atención necesario para la
introspección la percepción se ha desvanecido por completo. Ya no "vemos",
ni "sentimos" ni "oímos" el objeto, sino sólo manchas
abigarradas de color y el tirón de los músculos oculares, o el frío, la presión
y la tensión, o sonidos agudos y golpes. La suposición de que estos elementos
deben identificarse como elementos de la percepción que los precedió y que
podemos alternar con el objeto percibido a voluntad se basa en una confusión
muy natural. La continuidad existe únicamente en las condiciones objetivas, y
la única identidad inteligible es la del estímulo externo de vez en cuando. De
hecho, puede afirmarse que la única identidad reconocida alguna vez, o que
somos capaces de reconocer, es una identidad de referencia. Si existe algo así
como una identidad puramente existencial entre el contenido de la experiencia
de un momento y el de la experiencia del siguiente, ciertamente no se da en
este caso.
Al afirmar que el análisis psicológico no es un análisis de
un complejo psíquico, no estoy defendiendo una opinión como la de William
James, según la cual se trata de un análisis del objeto, pues los
"elementos" de la sensación alcanzados no son más verdaderamente
elementos del objeto que de la percepción. Tomemos el caso de una percepción
visual. Mi sombrero está sobre el escritorio, delante de mí. Al
"mirarlo", me pongo en la actitud del observador psicológico. El
sombrero familiar desaparece y veo una zona de tonos marrones, grises, negros y
motas de brillo marcadamente abigarradas, con otra masa igualmente abigarrada,
pero diferente, que se eleva por un extremo. Ahora bien, nunca se me ocurriría
atribuir a mi sombrero esas manchas de diferente color como "su"
color o colores. Veo claramente grises y negros, pero mi sombrero es de un
marrón uniforme de paja áspera, con una pluma de un marrón más oscuro; y si
"combinara" la paja o la pluma con seda o terciopelo, nunca se me
ocurriría buscar una masa de tintes y matices tan abigarrados. Además, la
diferencia de tono que atribuyo a la paja y a la pluma como realmente
"su" diferencia de tono, no debe identificarse con la diferencia
entre cualquiera de las manchas de color en la masa del extremo (la pluma) y
cualquiera de las manchas de la masa principal (la paja). Es literalmente
cierto que cuando busco el contraste entre la paja y la pluma no veo estas
manchas, así como cuando veo estas manchas no veo el color "real" de
la paja y la pluma. De nuevo, en la oscuridad tomo un objeto y lo reconozco
como este mismo sombrero por su familiar textura áspera y forma flexible. Pero
si, al levantarlo, hago introspección y noto las presiones variables, e incluso
los dolores, y el tirón de los músculos, no puedo concebir que estas cualidades
sensoriales sean atribuibles al sombrero como componentes de su rugosidad y
forma. En estos llamados casos de análisis, no estamos, estrictamente hablando,
"analizando" en absoluto, porque los elementos que obtenemos no son verdaderamente
elementos o factores de ningún todo, ya sea objetivo o subjetivo. Lo que ha
ocurrido es que los mismos estímulos objetivos reciben respuestas diferentes en
las dos ocasiones. En efecto, hay una identidad, una semejanza, pero es una
identidad, no en lo que percibo, sino en lo que sé por reflexión que está ahí.
Si las afirmaciones precedentes son justas, se sigue que las
sensaciones son elementos analíticos de nuestra experiencia sólo en un sentido
muy inusual y cuestionable. De hecho, la doctrina de que son resultados del
análisis no es más que la contraparte de la doctrina, ya venerada, de que las
percepciones son productos de una síntesis concebida como un acto organizador
de la mente o como una estructura producida por la acción asociativa de los
elementos mismos. Hubo un tiempo -y la tendencia aún persiste en algunos
sectores- en que la percepción se consideraba una especie de inferencia
condensada o subconsciente que operaba sobre una materia o datos sensoriales
dados e inmediatos. Hoy en día, nadie con formación psicológica soñaría con
interpretarla de ese modo. En lo que respecta a la experiencia adulta, al
menos, es la percepción lo que la psicología considera como inmediato y dado, y
la sensación lo que es el artefacto. Y, sin embargo, se cree que la percepción
ha sido generada por la organización de ese material sensorial dado y que sigue
siendo existencialmente un complejo de esos elementos a pesar de su inmediatez
para nuestra experiencia.
Esta doctrina, según la cual las sensaciones están presentes
existencialmente en la percepción, al igual que la doctrina según la cual están
presentes en la experiencia del niño, tiene como uno de sus principales apoyos
la doctrina de la energía específica. Según esta doctrina, en su forma más
generalmente aceptada, los diferentes órganos terminales normalmente sólo son
excitables por sus propios modos peculiares de estímulos externos y, al
transmitir la excitación así producida a sus respectivas células corticales,
median invariablemente sus propias cualidades sensoriales peculiares. Siendo
esto así, se sigue que cuando se estimulan simultáneamente varias células
corticales (de tal manera que se produce un funcionamiento coordinado), la
percepción mediada es un complejo que contiene estas cualidades sensoriales
específicas, ligeramente modificadas quizá por su interacción mutua, pero que
mantienen sus especificidades esenciales.
Ahora bien, se podría suponer que la insuficiencia esencial
de la doctrina de la energía específica quedó suficientemente de manifiesto en
el artículo del profesor Dewey, "El concepto de área refleja", de
hace casi veinte años. Sin duda, se trata de una doctrina que va en contra de
toda la tendencia de la interpretación psicofísica actual. Como el profesor
Dewey lo expuso con tanta fuerza, el área refleja, desde el estímulo recibido
hasta la respuesta provocada, es un acto o funcionamiento unitario del sistema
nervioso. No hay ninguna razón posible para dividir el acto en dos y tratar el
paso de la excitación al área sensorial de la corteza como un acontecimiento en
sí mismo. Como proceso puramente mecánico en el espacio y el tiempo, puede
considerarse un acontecimiento único, pero como forma parte de la conducta de
un ser consciente no es un acontecimiento ni un factor inteligible en dicha
conducta. Es lo mismo que intentar construir el cuerpo humano a partir de
"elementos" obtenidos mediante un proceso de bisección repetida que
construir la experiencia perceptiva en términos de energías específicas.
La debilidad psicológica de la doctrina de la energía
específica se muestra cuando se intenta interpretar en sus términos los hechos
de la atención. Hasta donde la observación directa muestra, el que yo vea el
azul (o la negrura) de la tinta con la que está escrita la carta de mi amigo
depende de si presto atención al color. Es muy probable que lea la carta sin
darme cuenta del color de la tinta: literalmente no veo el color, y si trato de
recordarlo después, no tengo el más leve recuerdo de él. Y, sin embargo, mi
lectura de la carta dependía de la excitación de los órganos terminales
"azules" de la retina y de la transmisión de esta excitación a las
células corticales adecuadas. Según el psicólogo, este fenómeno se debe a la
falta de atención y se explica así: Aunque no presto atención al color de la
tinta, sin embargo, estoy experimentando la sensación "azul" cuando
miro la carta. La sensación que tengo está en el margen de la atención, pero es
la misma sensación que tendría si prestara atención al color y la sensación
ocupara el centro de la atención. La sensación marginal difiere de la sensación
focal únicamente en el atributo de "claridad", pero esto no altera,
se supone, su identidad. Pero ahora preguntemos qué evidencia se puede
presentar para apoyar esta interpretación. ¿Qué bases empíricas existen para la
suposición de que estaba experimentando distraídamente la sensación azul,
cuando leí la carta? Si se puede confiar en la introspección, uno debe concluir
que no tuve experiencia del azul. De hecho, la teoría está reconocidamente más
allá del alcance de la verificación empírica, ya que se admite que el llamado
contenido marginal está abierto a la evocación de la memoria en el grado más
bajo.
Un caso similar es el de la audición de los armónicos en las
notas de un violín o de una flauta. Oigo las notas del violín y de la flauta
como claramente diferentes. Después de la formación adecuada, puedo, cuando
presto atención, oír los armónicos que dan a cada uno su calidad
característica. Pero ¿Qué prueba es ésta de que estuve todo el tiempo oyendo
(sin atención) esos mismos tonos? Debería haber dicho antes de mi formación que
la diferencia entre el tono del violín y el de la flauta era una simple diferencia
comparable a la que existe entre el rojo y el naranja. Suponer que, no
obstante, el contenido de mi percepción era un complejo existencial que
contenía esos armónicos como elementos es una suposición perfectamente
gratuita, que plantea problemas epistemológicos viciosos y no explica nada.
Atribuir la diferencia experimentada entre el violín y la flauta a la
experiencia de diferentes sensaciones no es en principio mejor que la teoría de
la visión de Descartes, en la que explicaba la diferencia percibida en la
distancia entre dos objetos vistos, en términos de los ángulos formados por las
líneas de visión de los dos ojos. Sin duda es cierto que si los ángulos no
fueran diferentes en los dos casos, los objetos no parecerían estar a
distancias diferentes; y sin duda si las notas del violín y la flauta no fueran
objetivamente complejas que contuvieran los armónicos que contienen, no
parecerían cualitativamente diferentes. Pero esto último es tan irrelevante
como lo primero, cuando se utiliza como explicación psicológica de la
diferencia. Tampoco se altera el caso porque en las condiciones adecuadas pueda
oír los armónicos, mientras que nunca puedo ver directamente los ángulos. Las
"condiciones adecuadas" (atención entrenada) son condiciones tan necesarias
para que yo pueda oír los armónicos, como lo es la existencia de las ondas de
aire específicas o la estimulación de los órganos terminales auditivos.
La teoría tiene, pues, la debilidad de suponer que los
existentes están más allá del alcance de la verificación empírica, pero como
construcción conceptual está igualmente abierta a la crítica. La principal
diferencia que se alega que existe entre la sensación marginal y la focal es
una diferencia de "claridad", que se trata, en consecuencia, como uno
de los "atributos" de la sensación. Pero lo existente, como tal, no
puede ser más o menos claro. La claridad sólo es predecible en el caso de los
significados. El atributo esencial de la sensación es su cualidad; de hecho,
como ya se ha señalado, la sensación no es ni más ni menos que una cualidad
hipostasiada. La atribución de claridad a la sensación parece deberse a una
inevitable confusión que surge del intento de tratar la experiencia en términos
de lo existencial. Miro atentamente el papel de la pared y, un momento después,
puedo recordar vagamente su color como "gris", pero soy totalmente
incapaz de decir qué tipo de gris, claro u oscuro, amarillento o azulado, es
totalmente incapaz de decirlo. La falta de claridad es verdaderamente
predecible de mi experiencia, si la experiencia se toma como una sensación de
un gris determinado. Se podría describir como gris de significado, y entonces
se le podría atribuir la falta de claridad. Pero el psicólogo se ve obligado
por sus presuposiciones a suponer que mi sensación, es decir, un existente cuya
esencia es la cualidad, existió como un gris indeterminado: un absurdo lógico
patente.
Y esto nos lleva al meollo de la discusión. Hasta ahora he
sostenido que, por una parte, es teóricamente infructuoso considerar la
sensación como un elemento de la percepción concebida como un complejo
existencial; y, por otra parte, que no hay evidencia empírica posible para tal
doctrina. Además, he criticado la doctrina de la energía específica en su forma
comúnmente aceptada, argumentando que la experiencia de cualidades sensoriales
depende tanto de la condición de la atención como de la estimulación de los
órganos terminales y las células sensoriales apropiadas, es decir, del papel
que desempeñan las células sensoriales estimuladas en la determinación de la
respuesta. No todas las descargas de un conjunto dado de células sensoriales en
la corteza producen la cualidad sensorial específica que son capaces de mediar.
El problema entonces es: ¿bajo qué condiciones se experimentan estas cualidades
sensoriales y cómo se relacionan estas condiciones con las condiciones bajo las
cuales ocurre la percepción? Como ya se ha afirmado, el punto de partida de una
teoría de la percepción es la relación de la sensación con la conducta. Desde
el punto de vista psicofísico, esto significa que para descubrir las
condiciones de la sensación debemos fijarnos en el modo de funcionamiento de
las células sensoriales de la corteza. Desde el comienzo de la vida consciente
del individuo, el funcionamiento del sistema nervioso está marcado por la
presencia de sistemas funcionales heredados, cuyo funcionamiento llamamos
instintos. Y, así como la evolución de la conducta se produce mediante la
inhibición y modificación mutuas de los instintos, el complicado funcionamiento
del sistema nervioso que constituye la conducta consciente del adulto se ha
desarrollado mediante la creciente diferenciación y coordinación de los
sistemas funcionales heredados. Por tanto, sigue siendo cierto que todo
funcionamiento nervioso es el funcionamiento de un sistema. La descarga de
células en las células sensoriales nunca se disipa de forma diferente, sino que
siempre tiende a seguir un camino o sistema de caminos más o menos determinado.
El sistema de caminos y el camino particular dentro de ese sistema que se elija
dependerá del "conjunto" de atención de la corteza, así como de la
combinación particular de estímulos sensoriales recibidos en los diversos
centros. La respuesta, es decir, nunca es una respuesta a un único estímulo o a
un único objeto, sino que siempre es una respuesta a la situación. Una
respuesta completamente descoordinada es una respuesta anormal. Los estímulos
son verdaderamente estímulos sólo en la medida en que están coordinados. El
sistema nervioso normal es incapaz de actuar excepto mediante la operación de
sistemas funcionales, que se inhiben, facilitan y modifican mutuamente en su
acción. Nunca percibimos nada completamente desconocido; cada visión, sonido y
sensación, por extraños que sean, tienen algún carácter que los ubica ante
nosotros, aunque sólo sea por la exigencia de un examen más específico.
Desde el principio, cualquier cosa que actúe como estímulo
tiende a provocar alguna respuesta. En el artículo anterior se sostuvo que, así
como las primeras respuestas son vagas e inciertas, los primeros estímulos
deben experimentarse como correspondientemente vagos e indefinidos. La
adaptación de la respuesta al estímulo es aproximada, siendo directa y simple
en lugar de indirecta y compleja. Así como el polluelo picotea cualquier objeto
pequeño en movimiento, el bebé agarra prácticamente cualquier cosa que esté a
su alcance. Pero con el crecimiento del poder de manipulación variada llega una
nueva capacidad para discriminar entre estímulos visuales. Consideremos lo que
esto significa en términos del funcionamiento nervioso.
En un principio, el grupo de células sensoriales del área
visual, por ejemplo, posee un mínimo de diferenciación. La excitación de todas
ellas está relacionada con respuestas que controlan los movimientos oculares.
Pero pronto surge una diferenciación de células debido a diferencias en la
estimulación retiniana correlacionadas con diferencias en la ubicación de la
fuente de estimulación, el objeto visto. El niño aprende a girar los ojos y la
cabeza a la izquierda o la derecha, hacia arriba o hacia abajo, para mirar la
luz o el objeto atractivo, así como a fijarlo para ver con claridad. Esta
diferenciación de las células sensoriales del centro visual puede
desarrollarse, por supuesto, sólo en coordinación con los estímulos musculares
debidos a los movimientos de los músculos oculares y de la cabeza. Como
resultado de este desarrollo temprano, hay una diferenciación funcional
definida y bastante simple de las células sensoriales en el centro visual
correlacionada con las diferencias en la posición espacial del objeto visto.
Ciertas combinaciones de estímulos de las células visuales, actuando en
conjunción con ciertas combinaciones de estímulos celulares en otros centros
sensoriales, forman unidades funcionales que producen una respuesta de
movimientos oculares y de la cabeza claramente ajustados y, más tarde, de los
brazos y las manos.
Ahora bien, esta diferenciación de las células visuales que
corresponde a la localización espacial es completamente independiente de
cualquier diferenciación que dependa de la diferencia en la calidad sensorial.
El tono de color y el brillo no desempeñan ningún papel en el desarrollo de las
coordinaciones espaciales. Comparado con la diferenciación funcional directa y
simple de las células debido a las diferencias espaciales, podría decirse que
no hay una diferenciación funcional correspondiente a las diferencias en la
calidad sensorial. Y sin embargo, esto no sería cierto, ya que los procesos que
producen al mismo tiempo el desarrollo de la conducta y el desarrollo del
funcionamiento nervioso, resultan también en una diferenciación funcional muy
característica de las cualidades sensoriales. Aunque las células corticales que
median el rojo y el verde funcionan indistintamente en la determinación de los
ajustes motores a las diferencias espaciales y pertenecen indistintamente a los
mismos sistemas funcionales en esa medida, sin embargo, de ninguna manera
funcionan siempre de manera indiferente ni pertenecen a todos los mismos
sistemas funcionales. Por el contrario, llegan a ser miembros de una multitud
de sistemas funcionales diferentes, por así decirlo por pura casualidad. El
color de la pelota de un bebé puede ser rojo y el papel de las paredes de su
cuarto de niños verde; Las flores que sostiene y huele son rojas, y la hierba
verde, y así indefinidamente. Que los mil y un objetos de la vida diaria tengan
los colores que tienen es un hecho de poca o ninguna importancia. Las clases
importantes en las que se dividen los objetos del mundo de un niño (o del
nuestro, para el caso) no se caracterizan por colores. Las células
"rojas" (o, si se quiere, el proceso químico en las células
corticales que median el rojo) pueden entrar en casi cualquiera de los sistemas
funcionales menores generados por el entorno habitual de la vida diaria de un
niño. El punto importante es que, de hecho, llegan a entrar en relaciones
funcionales indefinidamente diferentes, al igual que las células
"verdes", "azules" y "amarillas". Cada uno de
estos grupos llega a ser una unidad en una multitud de sistemas funcionales, y
una unidad en una multitud diferente de todas las demás. Y lo mismo es cierto
en mayor o menor grado de los diferentes grupos de células cerebrales que
median las cualidades sensoriales de los otros departamentos sensoriales.
Llamaré a esta característica peculiar que adquieren las células sensoriales
indeterminación funcional o independencia funcional. Mi hipótesis, en
consecuencia, es que la indeterminación funcional o independencia de las
células sensoriales de la corteza es la condición esencial para que mediaran en
la experiencia de las cualidades de las sensaciones.
Cabe observar que esta hipótesis no se ofrece como una
alternativa a la doctrina de la energía específica, sino como un complemento de
ella. El hecho de que los diferentes órganos sensoriales y los grupos
diferenciados de órganos terminales pertenecientes a los diferentes sentidos
posean una capacidad selectiva con referencia a diferentes estímulos físicos, y
que esta discriminación nerviosa esté representada en las células sensoriales
de la corteza es, por supuesto, una condición primaria para la experiencia de
distintas cualidades sensoriales. Pero tal como está, la doctrina de la energía
específica es, como he tratado de demostrar, irremediablemente inadecuada. El
hecho de que ciertos grupos de células corticales sean estimulados
invariablemente por tipos específicos de agentes físicos es insuficiente para
explicar el hecho de que experimentemos estos agentes como cualitativamente
distintos. Es igualmente esencial que estos diferentes grupos de células así
estimulados posean relaciones funcionales características y distintas. Y tales
relaciones, como se ha demostrado, las poseen.
Ahora conviene señalar la importancia de la indeterminación
funcional de las células sensoriales. Quizá se suponga en un primer momento que
la distinción cualitativa depende de una diferenciación funcional directa y
simple, es decir, que los estímulos que exigen reacciones específicas y
determinadas son los que se experimentan como poseedores de cualidades
específicas, y que dos estímulos que evocan reacciones específicamente
diferentes se experimentan como diferentes en cuanto a especificidad cualitativa.
Pero una pequeña reflexión sirve para demostrar que tal suposición no está
fundada. Si dos estímulos evocaran habitualmente y, por tanto, directamente
reacciones específicamente diferentes, es probable que no se experimenten en
absoluto. Sólo el estímulo incierto, cuya reacción espera ser determinada,
surge a la conciencia. Nuestra conciencia de él, el grado de nuestra atención
hacia él, depende precisamente de su indefinición como determinante de la
reacción. El estímulo cuya respuesta es inmediata y segura es aquel al que no
tenemos necesidad ni poder prestar atención. La atención significa mantener
preparadas las puertas de la acción, contener el impulso de actuar y, en
consecuencia, aumentar la excitación de las zonas sensoriales implicadas. Pero
ésta es precisamente la condición en la que se experimenta el carácter
distintivo del estímulo, la condición en la que surge la calidad.
Teniendo esto presente, estamos ahora en condiciones de
definir con más exactitud la relación entre sensación y percepción. El
determinante completo de la respuesta, como ya se ha señalado, es en todos los
casos la situación en su conjunto. La situación misma está constituida por dos
grupos complejos de factores: por una parte, el «estado mental» previo, el
«conjunto» completo de la corteza; y por otra, el grupo de estímulos que llegan
a la corteza por diversas vías, siempre que estén coordinados (si alguno no
logra coordinarse, no se experimenta en absoluto). Ahora bien, este segundo
grupo tiene una estructura de lo que podríamos llamar el segundo grado de
complejidad. Es decir, los factores en los que se encuadra naturalmente son en
sí mismos complejos: son en sí mismos objetos de percepción, unidades
funcionales que mantienen su integridad de una situación a otra. Tomemos un
ejemplo. Mi comportamiento durante el desayuno es una respuesta a toda la
situación del desayuno. Bajo cuando suena el timbre y ocupo mi asiento
habitual, saludando a los demás miembros de la familia cuando ocupan sus
asientos habituales. Revuelvo mi taza de café, le echo dos terrones de azúcar,
echo crema de la jarra que está a mi derecha, etc. Ahora bien, no debería dar
estas mismas respuestas a ninguno de los factores de esta situación en ninguna
otra ocasión que no sea el desayuno. Si me encuentro con mi hermano más tarde
en el día, lo abordo de manera diferente. Si entro al comedor a media mañana,
no me siento en el mismo lugar, ni si hay una taza sobre la mesa realizo la
misma serie de actos. Sin embargo, todos estos factores -mi hermano, la silla,
la taza, etc.- son unidades funcionales. Mi hermano es mi hermano dondequiera y
comoquiera que lo vea, y es el objeto de una conducta característica por mi
parte. Y lo mismo ocurre con la silla o la taza. Las diversas combinaciones de
estímulos visuales, táctiles, musculares y de temperatura que surgen de una
silla del comedor están tan coordinadas que forman una unidad funcional que, aunque
"estructuralmente" compleja, mantiene su integridad en todas las
circunstancias, salvo en las inusuales. Por mucho que dude y reflexione sobre
cómo debo actuar con la silla, rara vez pienso en tratarla de otra manera que
no sea una silla. Mi vacilación puede hacer que observe la grieta en su pata o
el agujero en su asiento de cuero, y puede que evite usarla y la deje a un lado
para enviarla a reparar.
Ahora bien, en todas estas condiciones, probablemente nunca
he sido consciente de una sola de las numerosas sensaciones o cualidades
sensoriales que se dice que incluye el grupo de estímulos de la silla. Cuando
la toco, no siento el ligero frío, ni, cuando la miro, veo los matices y los
tonos cambiantes y el brillo de su superficie. Como ha dicho en alguna parte el
profesor Pillsbury, "vemos en términos de significado", y estos
elementos de sensación no tienen relevancia alguna para la silla o su estado.
Pero si entro en el comedor mientras reflexiono sobre el análisis psicológico,
surge una situación nueva y muy inusual. La mesa, las sillas y las tazas no son
los factores de esta situación, y todos mis modos habituales de respuesta a
estos grupos coordinados de estímulos se inhiben, y la integridad de las
unidades funcionales comunes se rompe. Cuando miro la silla, ya no veo la
silla, sino las manchas abigarradas de color, y cuando la toco siento la
presión y el frío. Pero esto no podría suceder si las células corticales
estimuladas por estos diversos órganos terminales en la retina, los músculos y
la piel no poseyeran independencia funcional. Es sólo porque cada uno de estos
grupos de células pertenece a una gran variedad de unidades funcionales, es
decir, sistemas perceptivos, que su funcionamiento en la percepción de la silla
puede ser inhibido, y su propia cualidad individual se manifiesta. Así,
mientras que en circunstancias ordinarias un grupo de células sensoriales
capaces de mediar una cualidad de sensación específica funciona sólo como un
factor en alguna unidad funcional, puede, debido a su propia independencia,
llegar a ser determinante de la respuesta al funcionar como una unidad en sí
mismo. Esto sucede en ejercicios infantiles como la clasificación de estambres
de colores, o juegos Montessori similares; y siempre sucede en el laboratorio
psicológico en los numerosos experimentos donde la respuesta del observador
varía con los cambios en la calidad de la sensación.
Tal vez sirva para aclarar mejor lo que se entiende por
independencia funcional si comparamos el tipo de diferenciación funcional que
poseen las células sensoriales de la corteza conectadas con los órganos
terminales de calor y presión contiguos de la mano, por ejemplo, con la
diferenciación que poseen las células corticales conectadas con los órganos
terminales de calor de ambas manos, respectivamente. Las primeras median
sensaciones del mismo "signo local", pero de diferente calidad de
sensación; las segundas median sensaciones de diferente "signo
local", pero de la misma calidad de sensación. Ahora bien, en el primer
caso, las células de calor y presión "contiguas" de la corteza tienen
las mismas conexiones funcionales directas. Ambas evocan de manera similar e
indiferente las mismas respuestas de nivel inferior de tocar el dorso de la
mano con la otra, de mirarla, etc. Pero sus conexiones funcionales indirectas
son definitivamente diferentes. Para una conducta más compleja que el mero
tocar y mirar el punto, hay una gran diferencia si el estímulo se siente como
calor o simplemente como una presión que no excita sensaciones de temperatura.
Si estoy solo en mi habitación, a oscuras, por ejemplo, y el dorso de mi mano
entra en contacto con algo caliente, tal vez grite de terror. Todo depende de
la situación, por supuesto, pero en situaciones similares el calor y la presión
pueden provocar tipos de comportamiento muy diferentes.
En el segundo caso, cuando las células estimuladas están
conectadas con los órganos terminales calientes de ambas manos, el caso es
exactamente al revés. Las conexiones más directas, de nivel inferior, son
diferentes y median diferentes respuestas simples, mientras que las conexiones
más indirectas y complicadas son similares. Solo en la habitación oscura, el
calor de un lado es tan aterrador como el del otro. Uno sirve tanto como el
otro para iniciar la conducta apropiada para "algo vivo en la habitación".
En términos generales, en igualdad de condiciones, la diferencia de calidad
sensorial en los estímulos significa una diferencia en el carácter general de
las condiciones objetivas y una diferencia correspondiente en el tipo de
conducta apropiada; mientras que la diferencia en el signo local, en igualdad
de condiciones, significa una diferencia en la posición relativa de los objetos
externos y una diferencia correspondiente en la modificación específica, o
ajuste detallado, de la respuesta general ya determinada indirectamente.
Según la hipótesis que se plantea en estas páginas, no
existe ningún elemento aislable de «signo local» que se pueda encontrar
mediante la introspección, ninguna diferencia específica de calidad entre la
presión en un punto y la presión en otro, precisamente porque su diferenciación
funcional es de este tipo directo, y no de ese tipo indirecto que se ha
denominado independencia funcional. La diferencia experimentada entre dos
puntos de presión ubicados de forma diferente sólo puede describirse en términos
de diferencia de significado. Casi se podría decir que se experimenta como una
diferencia de significado simple e inmediata. Lo único existencial, lo único
que se puede señalar cuando se presta atención a una sensación de presión, es
su calidad. Y esto se debe precisamente a que la determinación específica de la
respuesta debido a su signo local no cae dentro del control de la atención. No
se puede imaginar una presión, o un calor, o un resfriado, o un dolor en la
punta de la oreja izquierda, sin que surja una imagen de un movimiento de la
mano hacia el punto, o, más probablemente, sin sentir realmente las ligeras
tensiones musculares anticipatorias; y es seguro que se mantiene la cabeza
tensa. Pero podemos imaginar la cualidad del calor o del frío, si no está
localizada, sin sentir el impulso de ninguna respuesta. O, tal vez una mejor
ilustración (ya que es difícil imaginar las cualidades de la temperatura) es
pensar en un punto brillante, o un punto de color, en el extremo izquierdo del
campo de visión. Inevitablemente tenemos una imagen -o los comienzos reales- o
un movimiento ocular en esa dirección. Pero podemos imaginar vívidamente un
zafiro profundo, o un gris perla, como tales, sin ninguna de esas respuestas
inhibidas, ya que, como cualidades sensoriales, tienden a no provocar ninguna
en particular.
En conclusión, hay que hacer una serie de observaciones
sobre el significado general de la hipótesis presentada en las páginas
anteriores. En primer lugar, si esta hipótesis está bien fundada, la doctrina
psicológica de que la sensación es un elemento o un constituyente de la
percepción, al menos en el sentido en que ahora se la sostiene, debe
abandonarse. Mientras las células sensoriales actúen como elementos de una
unidad funcional, es decir, mientras su acción esté tan coordinada con la
acción de otras células sensoriales como en la percepción, no están mediando
las cualidades sensoriales de las que son capaces. Porque el funcionamiento del
grupo en su conjunto, puesto que es un funcionamiento y no meramente una
"descarga química", no es en ningún sentido un resultado del
funcionamiento de las células separadas que lo componen. La condición bajo la
cual las células constituyentes del grupo pueden mediar sus cualidades
sensoriales distintivas es la desintegración del grupo funcional y el funcionamiento
independiente de las células en cuestión. Sin embargo, cada percepción o acto
perceptivo está mediado por el funcionamiento unificado de un grupo complejo
más o menos variable de células sensoriales y, por lo tanto, está
correlacionado con un grupo más o menos variable de cualidades sensoriales. En
consecuencia, cuando la percepción se pierde por un cambio de atención, las
sensaciones que aparecen caerán dentro de este grupo. Esto es lo que se puede
decir: dado un conjunto determinado de excitaciones periféricas, se puede
experimentar cualquiera de las cualidades sensoriales específicas
correspondientes al grupo de células sensoriales excitadas. El que se
experimente realmente alguno de este grupo, o cuáles de sus miembros, si es que
se experimenta alguno, depende de los sistemas funcionales que se ponen en
juego dentro de la corteza.
En segundo lugar, desde el punto de vista de esta hipótesis,
es posible llegar a una nueva concepción, y me atrevo a pensar que más
fructífera, de la naturaleza del análisis y la introspección psicológicos.
En tercer lugar, ofrece un nuevo enfoque del problema
psicológico del significado (un problema vital para cualquier teoría general de
la naturaleza de la conciencia) que, me atrevo a pensar de nuevo, lo liberaría
de muchas de sus dificultades tradicionales.
GRACE A. DE LAGUNA. BRYN MAWR COLLEGE.
Anexo 1.
a. Artículo: “Sensation and Perception II: The Analytic Relation / Sensacion y Percepcion II: La Relación Análitica, Grace A. de Laguna , The Journal of Philosophy, Psychology and Scientific Methods , Nov. 9, 1916, Vol. 13, No. 23 (Nov. 9, 1916), pp. 617-630".
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Título: Sensation and Perception II: The Analytic Relation / Sensacion y Percepcion II: La Relación Análitica
Autor: Grace A. de Laguna
Año: 1916
Publicado en: The Journal of Philosophy, Psychology and Scientific Methods , Nov. 9, 1916,
Vol. 13, No. 23 (Nov. 9, 1916), pp. 617-630Idioma: Inglés
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