VOL. XIII, N.° 20. 28 DE SEPTIEMBRE DE 1916
REVISTA DE FILOSOFÍA, PSICOLOGÍA Y MÉTODOS CIENTÍFICOS
SENSACIÓN Y PERCEPCIÓN I. LA RELACIÓN GENÉTICA
Tal como la concibe la psicología actual, la sensación es
uno de los procesos conscientes elementales, quizás el más importante. Marca el
límite, al menos en una dirección, hasta el cual podemos llevar nuestro
análisis introspectivo del contenido de la conciencia. En el adulto, la
sensación siempre se presenta en combinación. Nunca se experimentan sensaciones
que no sean elementos estructurales en las percepciones u otros complejos. Los
colores, por ejemplo, se ven como los colores de o sobre las cosas; los tonos
son elementos en las voces u otros sonidos complejos, o, al menos, se oyen como
provenientes de una dirección determinada; las sensaciones cutáneas son las
consistencias y temperaturas de objetos duros o blandos, cálidos o fríos; etc.
Sin embargo, mediante la introspección es posible analizar las sensaciones
simples que componen, por ejemplo, nuestra percepción de un disco de papel
rojo, y prestar atención únicamente al color rojo. De esta manera, podemos
estudiar la sensación misma y observar los cambios característicos que
experimenta. Como el psicólogo se esfuerza en señalar, la sensación así aislada
por la atención ha experimentado ipso facto ciertos cambios de atributo. Como
componente elemental de la percepción compleja, es, dice, un artefacto, una
abstracción, cuyas características en el limbo de la inatención solo pueden
suponerse. He analizado algunas de las dificultades de esta concepción en un
artículo anterior (1).
______________________________
1 " ' The Psychological Element, " The
Philosophicat Review, July, 1915 /// «El elemento psicológico», The
Philosophicat Review, julio de 1915.
_______________________________´
Pero la sensación no se considera simplemente un elemento
analítico, sino también un elemento genético. Si bien algunos de los psicólogos
analíticos más meticulosos, como el profesor Titchener, por ejemplo, se
esfuerzan por distinguir entre lo analíticamente simple y lo genéticamente
anterior, y señalan que los elementos alcanzados mediante la introspección
analítica de la conciencia adulta no deben considerarse elementos genéticos, es
cierto, sin embargo, que la sensación figura ampliamente como genéticamente
primaria. La experiencia de las cualidades sensoriales se prioriza en el
desarrollo y es el prius del que se derivan las percepciones complejas de las
cosas. Así, encontramos incluso a Baldwin diciendo: «El niño comienza en su
experiencia prenatal y postnatal temprana con sensaciones vacías, placer y
dolor, con las adaptaciones motoras a las que conducen, pasa a una etapa de
aprehensión de objetos con respuesta a ellos mediante «sugestión», imitación,
etc.» (2). Y, aún más significativo: «El estudio de los niños es generalmente
el único medio para comprobar la veracidad de nuestros análisis mentales. Si
decidimos que un determinado producto complejo se debe a una unión de elementos
mentales más simples, entonces podemos apelar al período adecuado de la vida
infantil para ver cómo se produce la unión... "Casi no hay cuestión de
análisis que se esté debatiendo actualmente que no pueda ser comprobada
mediante este método" (3). Se sostiene que las estructuras psíquicas, tal
como existen en el adulto, se han formado casi en su totalidad en el curso de
su experiencia individual. Así, cuando la percepción compleja se desmenuza
hasta que el proceso de análisis no puede ir más allá, se asume que los
constituyentes elementales así alcanzados son más antiguos en la vida mental
que la percepción que formaron. El éxito de la introspección depende
precisamente de la integridad con la que se deshaga el trabajo de la
experiencia. De hecho, es en gran medida de esto de donde surge su dificultad.
El estudiante que entra en el laboratorio debe, ante todo, aprender a olvidar
sus hábitos adquiridos de "sentido común". En otras palabras, debe
abstraerse de todo significado. Debe observar, no el disco giratorio ni la
punta fría del acero, ni el pinchazo de la aguja, sino este rojo, esta presión,
este dolor. Al desmenuzar así todos los significados que la experiencia ha
desarrollado, está al mismo tiempo descomponiendo las percepciones complejas en
sus elementos constituyentes, y así... Se asume, situándose lo más cerca
posible de una etapa anterior del desarrollo. De hecho, se admite esta
diferencia: mientras que la sensación a la que conduce el análisis
introspectivo posee una claridad máxima, al estar en el foco de una atención
altamente concentrada, las sensaciones del bebé flotan en un campo mínimamente
diferenciado por la atención. Aun así, se piensa que las sensaciones están ahí
desde el principio, aunque aún no han sido discriminadas por la atención, y a
partir de ellas se organizan los complejos perceptivos de la vida adulta.
Incluso entre los psicólogos que repudian muchas de las doctrinas de la llamada
escuela sensacionalista, se cree que la experiencia cognitiva, cualquier
experiencia de lo significativo, es posterior a la mera sensibilidad, la
receptividad pasiva a las impresiones sensoriales. De hecho, es una creencia
casi universal que el niño experimenta colores, oye sonidos, siente presiones,
mucho antes de ver pelotas, oír voces o palpar objetos sólidos.
_______________________
2 "C. Mental
Development, " page 17 /// "C. Desarrollo Mental", página 17.
3 Ibíd., página 15
________________________
Es esta doctrina de la primacía genética de la sensación la
que deseo criticar. La tesis que se presentará en este trabajo es que las
sensaciones no son elementos genéticos, sino productos del mismo desarrollo
individual que produce las percepciones. El niño no ve colores, y no puede
verlos, hasta que, y en la medida en que, ya ha aprendido a ver objetos. No oye
tonos hasta que ha aprendido a oír voces y pasos, ni siente presiones y
sensaciones musculares hasta que ha aprendido a sentir manos, botellas y sonajeros.
Una capacidad se desarrolla pari passu y es correlativa con el desarrollo de la
otra. Es decir, la estimulación de un órgano terminal diferenciado produce una
sensación de calidad específica solo si esta sensación ya se ha convertido en
un elemento constituyente de la percepción. El desarrollo del significado es un
lado, la generación de distinción cualitativa es el otro lado, de un mismo
proceso de diferenciación e integración. Así, si es una falsificación de la
experiencia temprana describirla en términos de significado, es igualmente una
falsificación describirla en términos de lo existencial o dado.
En primer lugar, cabe señalar que esta tesis concuerda con
los hechos generales del desarrollo evolutivo. Lo relativamente homogéneo e
indiferenciado precede regularmente a lo heterogéneo y especializado. En
consecuencia, la suposición razonable a priori es que los inicios de la vida
consciente poseen un mínimo de diversificación y especialización. Ahora bien,
suponer que la vida consciente del niño comienza con la percepción de un número
indefinido de cualidades visuales, auditivas y olfativas distintivas, junto con
las producidas por los órganos terminales cutáneos, musculares y articulares,
contradice rotundamente esta presunción de homogeneidad inicial. Se afirma, por
supuesto, que toda la organización de la vida consciente en estructuras y
funciones complejas e interdependientes tiene lugar durante el crecimiento del
individuo, desde la infancia hasta la madurez, y que el proceso puede continuar
hasta bien entrada la vejez. Pero no se supone que se generen nuevos elementos
estructurales en el proceso, que se concibe únicamente como una complicación de
los existentes al principio. Es como si el cuerpo comenzara su andadura con un
conjunto completo de células óseas, musculares, cutáneas, hepáticas, etc., y su
desarrollo hasta convertirse en un organismo se produjera por la redistribución
de estas. El psicólogo señala, sin duda, que las cualidades sensoriales
elementales permanecen, durante mucho tiempo, indiscriminadas y desatendidas;
pero se supone, no obstante, que la experiencia infantil las contiene en una
confusión caleidoscópica, de forma muy similar a como el mundo primitivo de
Empédocles contenía un revoltijo de brazos, pies, orejas y manos. Parece muy
dudoso qué significado puede atribuirse a la doctrina de que las cualidades del
color que nunca han sido discriminadas están, sin embargo, presentes como
elementos conscientes existencialmente distintos. Una diferencia indiscriminada
parecería, de hecho, indistinguible de una identidad indiscriminada. Pero sea
como fuere, bien podría argumentarse que no había más razón para suponer que la
vida psíquica comienza con disjecta membra que para creer que la vida corporal
comienza así. En la medida en que nos guiemos por los principios generales de
la evolución orgánica, la única suposición razonable es que la vida consciente
temprana es relativamente amorfa y no posee nada tan especializado como azules
y rojos, o la "c" aguda y la "a" media. En lugar de la
mirada del bebé, mientras deambula sin rumbo, encontrando un mundo multicolor,
lo que ve se describe más acertadamente como "emocionante",
"vagamente urgente" o "inquietante". Sin embargo, de hecho,
el contenido consciente de un niño es inexpresable con palabras durante mucho
tiempo; pues las palabras, al estar diseñadas para denotar el contenido de la
experiencia adulta, son irremediablemente definidas y discriminantes. A lo
sumo, solo podemos esperar caracterizarlo vagamente, y no expresarlo ni
describirlo.
Pero si la postura generalmente aceptada discrepa tanto de
las probabilidades a priori, ¿sobre qué bases específicas se acepta?
Seguramente, se podría suponer, debe haber argumentos sólidos y sustanciales a
su favor. Sin embargo, si existen tales argumentos, no son aducidos por
psicólogos. Lo cierto es que la doctrina en cuestión parece ser una que, si
bien es aceptada tácitamente por casi todos mientras no se cuestione, nadie la
defiende activamente. Pero, aunque no encontramos una defensa activa de la doctrina,
no es difícil descubrir las fuentes de su influencia en el pensamiento
filosófico y psicológico.
La primera de ellas es la tradición del empirismo y el
asociacionismo ingleses (4), de la que la psicología, en el último cuarto de
siglo, ha luchado por liberarse, sin éxito aún (5). Según esta tradición, la
simplicidad analítica se identificaba abiertamente con la primacía genética;
aplicada en la ciencia política, condujo al individualismo y a la teoría del
contrato social; aplicada en la ética, produjo el hedonismo del siglo XVIII, en
el que se suponía que la felicidad se construía a partir de incrementos
atómicos de placer; aplicada en la lógica, dio lugar a la conocida teoría de
que los juicios vienen después de los conceptos y se forman a partir de ellos,
mientras que los juicios, a su vez, se combinan para formar silogismos. Pero en
ningún otro ámbito la engañosa verdad de que «lo simple precede a lo complejo»
ha tenido una aplicación más amplia que en la propia psicología. El principio
formulado, de que la simplicidad analítica es equivalente a la prioridad
genética, sería, de hecho, repudiado por la mayoría de los psicólogos modernos.
Pero negar la validez de un principio general y liberarse de las consecuencias
de su anterior aceptación incuestionable son, por desgracia, cosas muy
diferentes.
____________________
4 Es cierto que esta tradición no se limita al empirismo,
sino que fue común a todo el pensamiento de la época. La teoría del contrato
social, por ejemplo, no fue originada por empiristas.
5 Véase el artículo “The Psychological Element” // "El
elemento psicológico".
______________________
Sin embargo, sería injusto para la psicología moderna
suponer que su aceptación de la prioridad genética de la sensación se deba
exclusivamente a la inercia a la hora de liberarse del yugo del dogmatismo
preevolutivo. Existen ciertas razones muy evidentes para suponer que el niño
tiene, ya sea al nacer o poco después, la capacidad de recibir sensaciones;
mientras que es casi igualmente evidente que no adquiere la capacidad de ver
los objetos como totalidades significativas hasta más tarde. Sin duda, se argumentará
en contra de lo ya dicho que la experiencia temprana en la raza humana fue, sin
duda, relativamente amorfa, ya que nuestros primeros antepasados, al igual que
las formas más simples de vida animal actual, no poseían órganos sensoriales
especializados. La posible diversidad "estructural" del contenido de
la conciencia está determinada por la diversidad de los estímulos externos a
los que está sujeto el organismo. Si la vida consciente está presente antes del
nacimiento, sin duda es mucho más homogénea y menos diferenciada que la
conciencia del bebé después del nacimiento. Pero con una hipotética vida
prenatal consciente, la psicología no se preocupa. El niño nace equipado con un
conjunto completo de órganos sensoriales, y si algunos de ellos, como el oído,
no funcionan al nacer, solo tardan unas semanas en estarlo todos.
La pregunta que debemos plantearnos es: ¿Acaso estos órganos
sensoriales, en su funcionamiento temprano, producen, o son capaces de
producir, cualidades sensoriales específicas, las sensaciones cualitativamente
distintas del adulto? En el adulto, la estimulación de un órgano terminal por
su estímulo apropiado produce una sensación de calidad específica. Además, es
incapaz de producir ninguna otra cualidad sensorial que no sea la suya propia.
Por lo tanto, es natural concluir que si los órganos terminales correspondientes
en el niño son capaces de funcionar, y si su excitación se transmite a la
corteza, el bebé experimenta una sensación de calidad específica similar a la
que experimenta el adulto en condiciones similares.
Esta suposición, a pesar de su aceptación general, tras un
análisis, parece ser muy cuestionable. Cabe apelar a dos tipos de evidencia. En
primer lugar, están los hechos anatómicos y fisiológicos y, lo que es más
importante, la teoría psicofísica general a la luz de la cual deben
interpretarse estos hechos. En segundo lugar, está la evidencia psicológica del
comportamiento del niño. Ninguna de estas, como intentaré demostrar, respalda
la suposición.
Durante el último cuarto de siglo se ha producido un gran
avance en la teoría psicofísica. Esto se debe a la creciente comprensión por
parte de los psicólogos de que el cerebro es, y debe ser considerado, el órgano
de integración corporal, y no la sede de la conciencia. Esta simple pero
profunda comprensión ya ha tenido consecuencias trascendentales desde su
primera proclamación por Avenarius. El tratamiento del instinto y las
emociones, la atención y la cognición ha sido y está siendo revolucionado por
ella, e incluso ha dado lugar a una nueva escuela de psicólogos: los
conductistas. Sin embargo, la visión tradicional de la sensación, el
"elemento" consciente y su relación con la percepción se ha mantenido
prácticamente intacta; y esto a pesar de la aplicación de la nueva teoría a la
percepción por parte del profesor Dewey en su elocuente artículo, "El
concepto del arco reflejo" (6), hace casi veinte años, y su reciente
desarrollo del mismo tema en "Percepción y acción orgánica" (7). Es
obvio que tal reinterpretación de la naturaleza de la percepción debe implicar
una reinterpretación correspondiente de la naturaleza de la sensación. Si no se
trata adecuadamente la percepción como un complejo de sensaciones e imágenes
sensoriales asociadas, no se trata adecuadamente la sensación como un elemento,
ya sea genético o analítico, de un complejo consciente (8).
___________________
6 Psych. Rev., 1896.
7 Esta REVISTA, vol. IX, pág. 645.
8 El artículo anterior del profesor Dewey es una protesta
contra la idea de que un estímulo dado se experimenta como un existente
determinado, independientemente de la respuesta que provoque. En sentido
estricto, es un «estímulo dado» solo en la medida en que provoca una respuesta
dada. En otras palabras, la sensación como estímulo no implica una existencia
psíquica particular. Significa simplemente una función, y su valor cambiará
según el trabajo específico que se requiera realizar... En términos generales,
la sensación como estímulo es siempre esa fase de la actividad que debe
definirse para que se complete una coordinación. Por lo tanto, la sensación
específica que se presente en un momento dado dependerá enteramente de cómo se
utilice la actividad. No posee una cualidad fija propia. La búsqueda del
estímulo es la búsqueda de las condiciones exactas de acción; es decir, del
estado de cosas que decide cómo debe completarse una coordinación inicial (Op.
cit., p. 368). Es importante señalar que el profesor Dewey utiliza «sensación»
como equivalente a «estímulo consciente» (Cf. op. cit., p. 368). Cualquier
valor o carácter que se experimente con el estímulo es «sensación». Por lo
tanto, «sensación» es relativa. En el presente análisis, el término corresponde
a la «sensación» de la psicología analítica. Significa los elementos
irreducibles de los sentidos tal como aparecen ante la atención analítica del
psicólogo: los matices de la pirámide cromática, los tonos puros, los fríos,
las presiones y las sensaciones musculares experimentadas en condiciones
experimentales. En este sentido, el término no es relativo, sino absoluto. El
problema que se discute aquí es, podría decirse, el inverso del del profesor
Dewey; pues si bien este ha demostrado que el estímulo consciente —el contenido
experimentado— que sigue a la descarga de un conjunto dado de órganos
terminales depende de la respuesta evocada, mi pregunta es: ¿cuáles son las
condiciones bajo las cuales la estimulación de un órgano terminal determinado
produce la cualidad específica que le atribuye la doctrina de la energía
específica?
______________________}
La comprensión de que el cerebro es el órgano integrador del
cuerpo implica la conclusión de que los procesos conscientes no deben
considerarse correlatos de la descarga química de las células en la corteza.
Mientras el cerebro se concibió principalmente como la sede de la conciencia,
el órgano mediante el cual, de alguna manera misteriosa, la excitación nerviosa
entrante se transmutaba en una impresión sensorial, se podría especular con
Tyndall sobre la posible correlación entre un "movimiento espiral levógiro"
de los átomos y la emoción del amor. Se podría concebir todo el curso de la
experiencia consciente de un individuo como un acompañamiento a una danza de
átomos maravillosamente intrincada, cuyo complejo patrón era de alguna manera
un "correlato", si no una "causa", de las esperanzas,
miedos y pensamientos del individuo, y cuya reproducción mecánica exacta en el
espacio y el tiempo restablecería la misma secuencia de eventos conscientes.
Todas estas especulaciones y los modos de pensamiento familiares que surgían de
ellas ya no son admisibles. Ya no nos resulta provechoso pensar en los procesos
conscientes como correlacionados con las transformaciones moleculares en la
sustancia gris de la corteza. En cambio, concebimos ciertos modos de
funcionamiento del sistema nervioso como "conscientes", y
determinamos, lo mejor posible, cuáles son estos modos en función del
comportamiento consciente del individuo. Si la destrucción o lesión de ciertas
áreas de la corteza provoca la pérdida de un cuerpo definido de contenido
consciente, por ejemplo. Por ejemplo, si la lesión del centro visual provoca
ceguera, esto no se debe a la destrucción de un grupo de células, sino a la
inhabilitación de un centro funcional. Si se dejan las células intactas y se
cortan sus conexiones eferentes, se obtiene el mismo resultado. En otras
palabras, solo porque ese grupo de células ha desarrollado la diferenciación
funcional que le es peculiar podemos suponer que es capaz de producir las
cualidades específicas de la sensación visual. Atribuimos las cualidades
visuales a este «centro visual» precisamente porque la descarga de sus células
es parte integral y esencial de la función nerviosa de la visión. Que sean
descargadas por los estímulos procedentes de los órganos terminales de la retina
es solo la mitad, o una cuarta parte, de la historia, al igual que su ubicación
en los lóbulos occipitales, que facilita ciertas conexiones nerviosas, es
probablemente otra cuarta parte. Lo que importa es la especialización peculiar
de la función. No hay justificación posible para detenernos en nuestra
explicación fisiológica con la descarga de las células de los centros
corticales, y sin embargo, con demasiada frecuencia sigue siendo para el
psicólogo lo que el altar nupcial es para el novelista romántico.
Supongamos que ahora abordamos directamente la cuestión de
si el bebé experimenta sensaciones similares a las del adulto, tan pronto como
sus órganos sensoriales son capaces de funcionar. Según la opinión generalmente
aceptada de fisiólogos y psicólogos genéticos, esto depende únicamente de si la
excitación nerviosa es capaz de alcanzar los centros sensoriales superiores. En
el trabajo de la señorita Shinn, por ejemplo, que puede considerarse bastante
representativo (9), la encontramos, cuando la evidencia psicológica de la
experiencia de las cualidades sensoriales es ambigua, recurriendo repetidamente
a la evidencia anatómica y aceptando como concluyente el hecho de que las
fibras sensoriales en el período en cuestión están meduladas hacia los centros
corticales. Escribe: «Si los impulsos sensoriales encuentran vías de conducción
funcionales hacia los centros sensoriales superiores, los de la corteza
cerebral, no podemos tener motivos para dudar de que sensaciones de calidad
similar a las nuestras estén asociadas con la descarga central (10)». Y, de
nuevo, en referencia al descubrimiento de Flechsig sobre la importancia de la
medulación: «Según sus investigaciones, existen razones anatómicas para suponer
que un número limitado de impulsos puede, de hecho, penetrar hasta los centros
sensoriales superiores, y que varios de los reflejos observados en el recién
nacido son de origen cortical. Cuando encontramos al niño, entonces,
comportándose como si sintiera una impresión sensorial, y cuando se sabe que es
anatómicamente posible que esta impresión alcance los centros sensoriales
superiores, tenemos una doble evidencia, que nos da certeza práctica de la
presencia de sensaciones como las nuestras (11).
_____________________
9 "Development of the Senses in the First Three Years
of Childhood" /// "Desarrollo
de los Sentidos en los Primeros Tres Años de la Infancia." UNIV. of Cal.
Publ. in Educ., Vol. 4. Digo "representativa" sin pretender que las
declaraciones de la Srta. Shinn sobre cuestiones teóricas deban considerarse
autorizadas. De hecho, es reconocida como una investigadora competente, y sus
observaciones se citan ampliamente con respeto. Los líderes de la teoría
psicológica son más cautelosos en sus expresiones, y es más difícil
encontrarlos comprometiéndose en pasajes citables. La Srta. Shinn representa la
doctrina tradicional aceptada implícitamente por la gran mayoría de los
psicólogos.
10 op. cit., pág. 19.
11 op. cit., pág. 20.
_______________________
Ahora bien, en contra de esta opinión representativa, debo
sugerir que tenemos razones para suponer que la estimulación de los centros
corticales del bebé produce cualidades sensoriales similares a las nuestras,
solo en la medida en que estas áreas corticales sean centros funcionalmente
diferenciados como el nuestro, capaces de mediar respuestas similares a las
nuestras. Pero, evidentemente, no lo son. Al principio, poseen un mínimo de
diferenciación funcional. Prácticamente cualquier centro sensorial puede
producir desde el principio reacciones típicas agradables o desagradables, y
cada una de ellas, casi desde el principio, provoca reacciones motoras en el
órgano estimulado. Así, la primera respuesta al estímulo luminoso es girar la
cabeza hacia la fuente y parpadear. Esto es, al principio, quizás un reflejo
controlado por los centros subcorticales; pero las primeras respuestas
corticales son del mismo tipo. Además de estos, están los signos de excitación:
los movimientos sin objetivo de brazos y piernas. Pero es probable que estos
sigan a la estimulación de cualquier centro. En otras palabras, la descarga de
las áreas sensoriales corticales no sigue inicialmente vías bien definidas de
reacción motora. Es más probable que siga el atajo de regreso a la región de
donde vino que cualquier otro; pero por lo demás, se desborda en todas las
direcciones posibles, provocando reacciones motoras de todo el cuerpo. Además,
las posibles vías abiertas hacia él son muy restringidas. Hay pocas conexiones
asociativas con otros centros superiores abiertos a él, ya que estos se
desarrollan tardíamente. Si comparamos el funcionamiento de un centro sensorial
del bebé con el del área correspondiente del adulto, la diferencia es enorme.
En lugar de unas pocas posibles vías de escape, todas conduciendo directamente
a la respuesta muscular, hay una incontable multitud de posibles caminos
abiertos. Además, las posibilidades no son indiferentes. No hay un
desbordamiento general de la respuesta, sino un sistema infinitamente complejo
de respuestas, la mayoría de ellas altamente indirectas, que involucran la
acción coordinada de muchos centros sensoriales. Suponer que este notable
desarrollo funcional, sin parangón en ningún otro ámbito del mundo orgánico,
pueda tener lugar sin afectar el contenido consciente, mediado por el
funcionamiento del centro en cuestión, es una suposición enorme. Y, sin
embargo, eso es lo que implica la visión aceptada. Así, la señorita Shinn,
resumiendo las conclusiones que se extraen de la evidencia sobre la sensibilidad
del niño al nacer, escribe: «Estas experiencias tempranas, entonces, no
asociadas entre sí, no asociadas con representaciones de su propia ocurrencia
anterior, deben considerarse con justicia como sensaciones puras, las formas
más simples de conciencia que podemos concebir. En experiencias como estas, no
puede haber conciencia de espacio, de externalidad o internalidad, de objetos
circundantes o de uno mismo. Sin embargo, dado que cada una tiene su cualidad
específica, estas experiencias acumuladas, una vez asociadas, discriminadas,
recordadas y comparadas, proporcionan el material para una vida psíquica
altamente desarrollada (12)». Y nuevamente: «Comenzamos, entonces, con un
contenido de inconsciente compuesto por un número limitado de sensaciones
puras, no relacionadas, no reconocidas, no localizadas, pero que varían
claramente en intensidad, en calidad afectiva y en calidad específica... desde
el principio una masa considerable de material psíquico, esperando solo ser
organizado (13).
___________________
12 Op. cit., pág. 47.
13 Op. cit., pág. 49. Este pasaje bien puede contrastarse
con otro que, en mi opinión, expresa una visión más acertada. La señorita Shinn
ha criticado la famosa frase descriptiva de William James: «una confusión
floreciente y zumbante», que, según ella, «solo podría aplicarse a una Minerva
surgida plenamente formada de la frente de Júpiter». Continúa: «Más bien, el
bebé se desliza suavemente entre los fenómenos, envuelto en una tenue nube de
inconsciencia, a través de la cual solo los destellos y ecos más simples y
tenues llegan hasta él. Entonces, mes tras mes, la visión múltiple del exterior
se despeja del fondo de nubes, poco a poco, todo agrupado y ordenado para él en
el mismo proceso de llegar a su conciencia: una maravilla y una alegría para
él, y el más hermoso de todos los despliegues para ver» (páginas 144-145).
_____________________
Pero si aceptamos el principio general —que, de hecho, todos
los psicólogos aceptan como principio— de que la vida consciente del individuo
debe estar conectada con el funcionamiento integrador del sistema nervioso, y
no con la descarga química de las moléculas de materia gris, ya no tenemos el
más mínimo fundamento para suponer que la estimulación de los llamados centros
sensoriales del bebé produzca sensaciones de la misma calidad específica que
las nuestras. Ya no tenemos ningún fundamento para suponer —es más, toda la
presunción va en contra de nuestra suposición— que la enorme diferenciación
funcional que experimentan los centros sensoriales durante los meses de
infancia deja inalterado el contenido mediado por ellos. No puede haber una
«masa de material esperando solo la organización». Más bien, es cierto que el
mismo proceso mediante el cual se produce esa organización es el proceso
mediante el cual el «material» se diferencia. El proceso de organización que da
lugar a la percepción de los objetos en el espacio es el proceso mediante el
cual las cualidades visuales, táctiles y auditivas de esos objetos llegan a la
conciencia; el proceso mediante el cual se generan las sensaciones con sus
especificidades cualitativas.
Pero ¿qué ocurre con el comportamiento del niño? ¿Se
comporta el bebé como si experimentara nuestras cualidades sensoriales
específicas? Sin duda, responde, si no al nacer, sí poco después, a los
estímulos que recibe a través de los órganos sensoriales especiales. Ve, oye y
siente de alguna manera; pero es más dudoso que experimente sensaciones
visuales, auditivas y táctiles. ¿Qué tipo de evidencia se requeriría para
determinar que un individuo experimenta, o es capaz de experimentar, cierto
contenido sensorial? Simplemente, el hecho de que discrimine, o sea capaz de
discriminar, dicho contenido en su comportamiento. Ahora bien, es bien sabido
que el bebé no discrimina, ni puede hacerlo, mediante su comportamiento las
cualidades sensoriales. Su comportamiento, en la medida en que va más allá de
un reflejo, consiste en unas pocas respuestas instintivas vagas. Además, al
principio, todas sus respuestas son del tipo llamado «reacciones tipo». La gama
y variedad de su comportamiento son demasiado limitadas para permitir cualquier
discriminación de cualidades sensoriales.
En los primeros meses de la infancia, parecen ser los
llamados sentidos superiores los que desempeñan el papel más importante en la
vida del niño. El gusto y el olfato son aparentemente rudimentarios. El niño
succiona cualquier cosa que sus labios toquen, incluso chupando con
satisfacción una solución concentrada de quinina. Se ha descubierto que los
olores provocan el mismo reflejo de succión si el estímulo es leve; si es más
intenso, muecas y atragantamiento, que bien podrían ser reflejos, y en cualquier
caso no evidencian la experiencia de cualidades olfativas específicas.
En cuanto a la sensibilidad dérmica, las reacciones se
desencadenan desde los primeros días por el contacto, el calor, el frío y lo
que para un adulto serían estímulos dolorosos. Sin embargo, estas no son
respuestas discriminatorias. Si difieren entre sí, parece ser solo en lo
placentero y lo desagradable. Me enteré por la señorita Shinn que, en los
experimentos de Genzmer con bebés de dos o tres días de edad, la respuesta a
los pinchazos de aguja no fue una reacción de dolor característica, sino similar
a la que se produce tras los estímulos de contacto, aunque el tiempo
fisiológico más lento y la diferencia en la ubicación de los puntos sensibles
evidenciaban que eran los órganos terminales del dolor los que se estimulaban.
"Parecería, entonces", comenta la señorita Shinn, "que las vías
que pertenecen específicamente a las conducciones del dolor pueden ser
permeables, y sin embargo, no se excita en el sujeto ninguna sensación
específica de dolor. De ello se deduce que, en este caso, las excitaciones
alcanzan solo los centros primarios, y que solo en los centros superiores se
diferencian las impresiones de dolor y las impresiones de contacto. Sin
embargo, las reacciones características al dolor no siempre pueden considerarse
evidencia de la participación de los centros superiores, ya que el bebé acéfalo
mencionado anteriormente y uno similar examinado por Flechsig reaccionaron (muy
débilmente) con llantos cuando se les abofeteaba o pellizcaba la piel. La
expresión facial de malestar y el comportamiento generalmente perturbado son
evidencia más segura de que realmente se experimenta dolor que el mero llanto.
Incluso estos son, después de todo, signos de una sensación desagradable en
general, no de dolor específicamente. Aun así, sabiendo cuánto más restringidas
son las vías de expresión motora que las de la impresión sensorial, y cuán
invariable en la vida posterior es la regla de que las excitaciones de las
terminaciones nerviosas especializadas nunca producir sensaciones que no sean
las especiales correspondientes, podemos concluir razonablemente que cuando se
aplica un estímulo calculado para excitar los nervios del dolor, y se presentan
signos generales de malestar, la forma de malestar experimentada es en realidad
dolor (14). Este es un caso típico de recurrir a la doctrina fisiológica. Y,
sin embargo, la única evidencia posible disponible para respaldar la doctrina
fisiológica es la conducta. El bebé pequeño es incapaz de expresar nada más que
"malestar general". En cuanto a la evidencia de la conducta, eso es
todo lo que es capaz de sentir.
_______________
14 op. cit., página 35
_______________
La estimulación visual provoca respuestas casi desde el
principio. Las primeras respuestas, como suele ocurrir, implican movimientos
del órgano o parte estimulada. El niño, al principio aparentemente por un
ajuste reflejo, aunque pronto por control central, gira la cabeza hacia la
parte iluminada de la habitación. Posteriormente, fija la mirada en la fuente
de luz, o en objetos y superficies brillantes. Además de la respuesta local,
existe una respuesta típica de agrado. Las reacciones típicas de agrado y desagrado
son, de hecho, acompañamientos casi invariables de las respuestas más
específicas. La cuestión es que cualquier estímulo del órgano en cuestión
provoca el mismo tipo de respuesta local vaga. El único tipo de discriminación
en cualquier ámbito sensorial es, durante mucho tiempo, lo que podríamos llamar
una «discriminación preferencial». Algunos estímulos, es decir, provocan una
respuesta más intensa que otros, junto con una reacción agradable o
desagradable más marcada. Así, los objetos brillantes y relucientes, o las
superficies con marcados contrastes de luz y sombra, se contemplan durante más
tiempo y de forma más exclusiva, y provocan signos marcados de excitación
placentera.
En cuanto a la sensibilidad al color propiamente dicha, se
han realizado varias investigaciones interesantes, en particular las de
Baldwin, MacDougal, Shinn, Chas. S. Myers, Helen Thompson Woolley y C. W.
Valentine. Las conclusiones extraídas por estos investigadores, basándose en
sus métodos, se basan en supuestos de importancia teórica fundamental. Los
experimentos de todos estos psicólogos, con excepción de Valentine, se
realizaron con bebés en el período de prensión, y las conclusiones extraídas se
basaron en el número de veces que se agarraban papeles, lanas, etc., de
diversos colores y presentados de diversas maneras.
En las pruebas de la Sra. Woolley, por ejemplo, se
presentaban al niño pares de discos de papel de colores con textura, forma y
brillo similares en una serie de 10 a 12 opciones, la mitad en cada una de dos
posiciones, para eliminar la preferencia por la posición o la mano utilizada.
Se descubrió que el rojo se prefería claramente al azul, al verde y a la serie
blanco y negro, aunque no se mostró una preferencia apreciable por el rojo
sobre el amarillo. Sin embargo, el amarillo, al combinarse con azul, verde y la
serie blanco y negro, se situó a la par con el azul, detrás del negro y muy por
delante del verde, el blanco y el gris. La Sra. Woolley concluye que el rojo,
el azul y el amarillo se percibían como colores, pero que no era seguro que el
verde se percibiera como tal. Es decir, lo que se demostró fue que el niño
prefería, en mayor o menor medida, trozos de papel de ciertos colores a los de
otros. Ahora bien, ¿es esto prueba que el niño experimentó sensaciones de la
misma calidad específica que un adulto? Me parece, al menos, dudoso. Aún más
dudosas son las conclusiones a las que llegó Valentine (15). El método de
agarre, por supuesto, no es aplicable a niños antes, al menos, del quinto mes,
ya que antes de esa fecha el instinto de agarre no está suficientemente
desarrollado. Valentine quiso poner a prueba a niños más pequeños e intentó
hacerlo con un bebé de tres meses observando la duración relativa del tiempo
que se miraban lanas de diferentes colores. Se presentaron dos lanas de
diferentes colores, una al lado de la otra, sobre un abrigo gris oscuro, se
separaron lentamente 20 cm y se dejaron inmóviles. Se registró el número de
segundos que el niño miró una de las lanas, o ninguna, durante dos minutos
desde la primera vez que las miró. Luego se permitió un descanso, tras el cual
se realizó una nueva prueba, procurando eliminar cualquier preferencia de
posición intercambiando los colores. El orden de preferencia de los diferentes
colores (amarillo, blanco, rosa, rojo, marrón, negro, verde, azul, violeta) se
determinó mediante porcentajes calculados comparando el número total de
segundos que se miró cada color con el número total de segundos que podría
haberse mirado. Valentine descubrió que el amarillo ocupaba el primer lugar,
seguido del blanco y el rosa en segundo y tercer lugar; a continuación, el
rojo, el marrón, el negro, el verde y el azul, en orden, mientras que el
violeta estaba notablemente por debajo de todos los demás. Estas preferencias
no se basaban, argumenta Valentine, exclusivamente en el brillo, ya que el
amarillo era más apreciado que el blanco, el rojo que el azul o el verde, y
mucho más que el violeta, aunque con el mismo brillo. Por lo tanto, concluye
que el bebé experimentaba sensaciones de rojo, amarillo, verde, azul y marrón.
Sin embargo, esto no está respaldado por la evidencia. La respuesta de mirar
fijamente es del tipo más simple, comparable a un mero tropismo, y el hecho de
que ciertos colores sean estímulos más efectivos para esta respuesta que otros
no indica la calidad de la sensación. El fenómeno parecería estar relacionado
con la mayor influencia fisiológica conocida de los llamados colores
"cálidos", en particular el rojo, descubierto por Féré (16).
__________________
15 British
Journal of Psych., vol. 6, pág.
16 Citado por Valentine, op. cit., pág.
___________________
Si la evidencia del comportamiento se toma por sí misma,
podemos atribuir una diferencia cualitativa a dos estímulos solo cuando las
respuestas son de naturaleza correspondientemente distinta. La mera
"discriminación preferencial" no es suficiente. Solo la teoría
psicofísica preconcebida da alguna razón para suponer lo contrario.
Las pruebas utilizadas con niños mayores o adultos para el
daltonismo implican la clasificación de los materiales coloreados, su
disposición en orden secuencial. Esto, por supuesto, implica la percepción de
los colores como iguales y diferentes, y como más o menos iguales y diferentes.
Cada matiz o tono provoca una respuesta adecuada al carácter específico del
estímulo y característicamente diferente de la respuesta exigida por los demás.
Las respuestas en sí mismas forman una serie de actos graduales acordes con la
serie de estímulos. Este tipo de comportamiento es completamente diferente de
la mera "discriminación preferencial" que muestra el bebé que mira o
agarra; y es un tipo de comportamiento del que el bebé es completamente
incapaz. Suponer que, a pesar de esta incapacidad, el bebé recibe sensaciones
de la misma cualidad específica que el niño mayor que distingue el naranja
entre el rojo y el amarillo, y el morado entre el rojo y el azul, parece una
suposición injustificada y totalmente innecesaria. Lo que lo hace plausible es
que nos resulta difícil imaginar por qué se prefieren el amarillo y el rojo a
otros colores (como suele ocurrir), si no se perciben como "rojo" y
"amarillo". Si descartamos las diferencias de brillo y saturación,
¿qué otra diferencia existe entre un trozo de papel rojo y uno azul que haga
que uno sea más atractivo para el bebé que el otro? Pero esta pregunta se basa,
me parece, en una concepción errónea del asunto. Por supuesto, nos resulta
inimaginable cómo ve el bebé el rojo y el azul, pues no tenemos términos para
imaginarlo. Quizás, sin embargo, podamos imaginar cómo le gustaría a Pe ver las
cosas simplemente como "rojo" y "azul", y no como
escarlata, cardenal y carmesí, ni como turquesa, ultramar y zafiro, pues muchos
de nosotros habitualmente vemos los matices y tonos de las cosas de esta forma
imprecisa, y todos lo hacemos con frecuencia. Podemos tener una vaga percepción
de un papel tapiz como agradable y otro como desagradable, sin tener idea de
sus tonos. Es posible que nunca hayamos visto los tonos que ahora, al
examinarlos, vemos que tienen. Ahora bien, la conciencia del color del bebé en
sus primeras etapas bien podría ser análoga a esto. Decir que primero ve todos
los objetos grises y que más tarde empieza a ver rojos y amarillos deslavados
es, en mi opinión, una falsificación. Es transferir los términos descriptivos
de los elementos estructurales altamente diferenciados de una etapa tardía de
la evolución y aplicarlos a las estructuras de un tipo anterior y más simple (17).
____________________
17 Vale la pena citar a este respecto un párrafo de Chas. S.
Myers (British Journal of Psych., Vol. 2, pág. 360): «Sin duda, es más probable
que las vibraciones de cualquier frecuencia, siempre que afecten la retina y la
cóclea del bebé, evoquen inicialmente meras sensaciones de luz y sonido, y que
a partir de esta experiencia primaria de la luz, la serie de sensaciones
coloreadas e incoloras se diferencien gradual y simultáneamente, mientras que a
partir de la experiencia primaria del sonido, los tonos de diversos tonos y los
ruidos se diferencien de forma similar entre sí. Me parece sumamente improbable
que, en el desarrollo del individuo o de la raza, las sensaciones de una región
de color o de una región de tono se desarrollen antes que las de otras
regiones. Considero el proceso de desarrollo sensorial como un desarrollo
gradual, una aparición gradual de diversidad entre experiencias que antes
parecían idénticas».
______________________
De la diversidad y especificidad cualitativas que
experimenta el adulto, no existe, hasta donde puedo ver, evidencia positiva
proveniente del comportamiento del niño durante los primeros meses de la
infancia. Las primeras discriminaciones en respuesta parecen ser entre lo
placentero y lo desagradable. Junto con esto, desde el principio se produce una
localización de la respuesta; las primeras reacciones son movimientos del
órgano o parte estimulada, a menudo para facilitar o prevenir una mayor
estimulación: como girar la cabeza y los ojos hacia la luz, la actitud de
escuchar, chupar cualquier cosa que toque los labios o la boca, el abrazo que
sigue a un toque en las palmas, etc. Desde el principio, parece haber evidencia
sólida de que los estímulos visuales, auditivos y dérmicos se experimentan como
diferentes entre sí, de una manera que podría describirse vagamente como una
diferencia de calidad. Que los estímulos dérmicos de contacto, calor, frío y
dolor se experimenten como cualitativamente distintos parece más dudoso. Se
podría aventurar la opinión de que el "signo local" se desarrolla
antes que las diferencias en la calidad específica.
Para concluir, quisiera decir algunas palabras sobre el
carácter positivo de la experiencia temprana del bebé. A menudo, quizás
habitualmente, se cree que es una experiencia pasiva, que el bebé es conducido
a un mundo de confusión caleidoscópica, una multitud de impresiones o
presentaciones fugaces que, en palabras de William James, «vienen, son y tienen
su ser», y que solo adquieren orden y significado lenta y gradualmente. Lejos
de ser cierto, creo que se podría decir que el mundo del bebé no contiene confusión
ni impresiones separadas que puedan «presentarse» o tener «ser». Es más bien un
mundo de urgencias e impulsos imperativos, tan inmediatos que la presentación
se pierde en el esfuerzo de mirar, agarrar, succionar o encogerse, como entre
nosotros la cualidad de la picazón se pierde en la urgencia de rascarse, o la
cualidad del dolor intenso en el encogimiento ante su intolerable malestar.
Solo —y esta es una enorme diferencia— podemos abstenernos de rascarnos y,
hasta cierto punto, ocultar nuestro sufrimiento, mientras que para el bebé
sentir es succionar. Así como no hay posibilidad de inhibición ni de elección
de respuesta, tampoco se experimenta un "qué" del estímulo. Lo que es
y lo que exige están tan concentrados que ambos se pierden, y surge una
experiencia que no es ni sensible ni noética, sino algo más simple que
cualquiera de las dos. La concepción de "sensibilidad pura" se
obtiene abstrayendo un aspecto de nuestra propia experiencia. Para nosotros, el
mundo sensorial ha perdido, en gran medida, sus urgencias inmediatas; y así,
desde la perspectiva de nuestra propia indiferencia, podemos, en la
contemplación pasiva, saborear sus cualidades. Pero para el bebé, las
condiciones para esto son insuficientes. Dado que las imágenes, los sonidos y
los olores se experimentan solo para responder a ellos inmediatamente, dado que
no permiten elección de respuesta, carecen de significado real y de carácter
específico como presentaciones.
GRACE A. DE LAGUNA
BRYN MAWR COLLEGE
(Continuará)
___________________________
Anexo 1.
a. Portada “Sensation and Perception. I: The Genetic Relationship // SENSACIÓN Y PERCEPCIÓN I. LA RELACIÓN GENÉTICA" (1916) POR Grace A. de Laguna PUBLICADA EN The Journal of Philosophy, Psychology and Scientific Methods , Sep. 28, 1916,
Vol. 13, No. 20 (Sep. 28, 1916), pp. 533-547
___________________________
Estimado Usuario puede descargar la OBRA ORIGINAL en nuestro grupo:
• Walden IV (Comunidad Conductista) / Walden IV (Behaviorist Community)
Visita el Grupo en el siguiente Hípervinculo:
https://www.facebook.com/groups/WaldenIV
Titulo: Sensation and Perception. I: The Genetic Relationship
Autor: Grace A. de Laguna
Fuente: The Journal of Philosophy, Psychology and Scientific Methods , Sep. 28, 1916,
Vol. 13, No. 20 (Sep. 28, 1916), pp. 533-547
Año: 1916
Idioma: Inglés
OBRA ORIGINAL
________________________
Tips: En la sección “Buscar en el grupo” coloca el título del libro, autor o año y descargalo de manera gratuita, en el grupo se encuentra solo en inglés, ¡OJO! en esta publicación lo puedes disfrutar en español (Ya que es una traducción del original). Queremos agradecer a todos los lectores por el apoyo pero en especial a la Mtra. Amy R. Epstein quién es Profesora de la University of North Texas agradecemos en demasía puesto que fue ella quien nos compartió el acceso a este valioso artículo. Atentamente todos los que hacemos posible Watson el Psicólogo (@JBWatsonvive) (Herrera, A. & Borges-De Souza. A)
__________________________________
NOTA. ÉSTA ES LA PARTE I DEL TEXTO SENSACION Y PERCEPCIÓN, ERGO, SE RECOMIENDA REVISAR TAMBIEN:
SENSACIÓN Y PERCEPCIÓN II. LA RELACIÓN ANALÍTICA
ENLACE A LA PARTE II:
https://jbwatsonvive.blogspot.com/2025/02/sensacion-y-percepcion-1916-por-grace.html
Comentarios
Publicar un comentario